Se
me hace que ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que a mi más bien
me gusta acomodarme y evitar cambiar de posición.
Los
cambios, aunque fueren necesarios, siempre me ponen de nervios, me sacan de
onda y a veces terminan por achicopalarme.
Tal
es el caso de la empresa para la que trabajo, ha sido una cambiadera que para
qué les cuento y justamente por esos innumerables cambios ha habido pérdidas y
ganancias. Déjenme explicarles un poco.
Se
qué ya hablé de pérdidas (Hay de pérdidas a pérdidas…, 6 de octubre de 2007) pero
qué puedo hacer, siento una necesidad impetuosa por hablar de ellas y decirles
que hay algunas que vienen a ser como el parteaguas de mi vida y por ende es
imposible ignorarlas.
Por
un lado, se me fue Egar, era un excelente colaborador, trabajador, «luchón» a
más no poder, entregado a la compañía y sobre todo muy leal. Tenía todo y le
iba bien pero se cansó. Es que el momento está difícil -lo llaman crisis- y
pues para mí que se desesperó pues además tenía su propia crisis.
Ya
ni hice por detenerlo, tenía la decisión tomada y llega un momento en que, a
pesar de lo lamentable que pudiera ser para mi, las personas deben partir y lo
dejé ir.
Algo que siempre lo caracterizó era su vista
hacia el frente y su afán de nunca conformarse. Siempre arrebatado y «entrón»,
veía la oportunidad e iba por ella. Pero se fue y la empresa perdió y perdí yo,
como se dice en mi tierra, ¡me deben la feria!
Por
otro lado, se fue otro compañero de trabajo. Debo reconocer que tenía
experiencia, pero lo caracterizaba una tremenda incapacidad para adaptarse a
los cambios. Siempre que hablaba, hacía énfasis en todo lo maravilloso que
vivió en las compañías para las que trabajó.
Que
si eran más grandes, que si tenían más recursos, que si se hacían las cosas
así, que todo era mejor allá, etc. Pero nunca aceptó que las cosas ya habían
cambiado: que la compañía era otra; que los tiempos eran otros; que la gente ya
no era la misma.
Nomás
no pudo dar lo que de él se esperaba porque siempre tuvo su visión hacia atrás
y sus sueños en logros pasados.
Y
se fue pero su partida fue de esas pérdidas que más bien saben a ganancia. ¡Nos
dieron feria de más!
Me
quedo con el asunto del cambio: debo reubicar mi confianza y mis esfuerzos en
la gente que me queda. Debo descansar mis sueños y ambiciones en otra gente con
diferentes sueños y ambiciones y buscar un punto en el que coincidamos para
lograr llegar a lugares insospechados, hasta el momento, del siguiente cambio…
Así es la vida y así son los cambios.
Hablando
de cambios, mi esposa –especialista en cambios- tuvo la idea de mandar a mi
hijo a vivir un momento de su vida en un lugar totalmente diferente a su
familia. Mandamos a un hijo y nos regresaron a otro, más maduro, más feliz, más
pleno. Salió bien el cambio. ¡Nos dieron feria de mas!
Cito
un comentario que me llegó al Blog: «¿Cómo
puedo hacer para dejar las cosas en manos de Dios? Porque a pesar de que soy
creyente, hay momentos en los cuales uno vacila en su fe, y por más que las
persona te digan: «Déjalo en sus manos, no lo presiones, el trabaja a su ritmo».
Sinceramente me gustaría que al menos de vez en cuando trabajara un poco más
rápido ya que la espera para mi es una agonía». Yo he aprendido, a costa de
golpes de crisis, que es más fácil abandonarse en Dios -o dejar las cosas en
manos de Dios- si pensamos en Él como en un padre amoroso. Platícaselo con toda
la sinceridad que puedas e insístele, insístele mucho.
Dice
en Salmos 34,6 «Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus
angustias». Antes de que tú pidas, la ayuda ya está en camino.
Lectora,
Lector Queridos, que Dios te ayude a tener aceptación a cada cambio que se
presente en tu vida,
El
Escribidor
Monterrey,
N.L. a 16 de Agosto de 2009