miércoles, 12 de agosto de 2020

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos ha pegado en el bolsillo, en el corazón, en los sentimientos, en las emociones y yo pensé que, hasta este momento, no nos había pegado en el conocimiento, pero resulta que sí.

Se habla de una pérdida en el PIB como hacía mucho no sucedía en el mundo, según el Banco Mundial: «La COVID-19 ha tenido un enorme impacto a nivel mundial y ha causado pronunciadas recesiones en muchos países. Las proyecciones de referencia pronostican una contracción del 5,2 % en el producto interno bruto mundial en 2020, lo que constituye la recesión mundial más profunda que se ha experimentado en décadas.» Y eso, en definitiva, llegará a afectarnos a todas nuestras carteras, querámoslo o no. Nimodo!

Han sido muchos los que han caído a consecuencia del bicho, según la Universidad Johns Hopkins: «Han pasado poco más de seis meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una emergencia global por la emergencia del nuevo coronavirus.

Desde entonces, el coronavirus continúa propagándose por el mundo, con 20 millones de casos confirmados en 188 países, según los datos de este lunes de la Universidad Johns Hopkins. Más de 730.000 personas han muerto a causa de la infección.» Esto hace que, de manera directa o indirecta, todos hayamos tenido alguna pérdida humana y eso duele. Nimodo!

 Simple y sencillamente, las relaciones interpersonales se detuvieron (a no ser que estés dentro de un núcleo familiar, porque ahí se intensificaron). Pero la posibilidad de conocer gente nueva en persona, de estrechar manos, de repartir abrazos y no se diga, de dar besos, quedó por lo pronto y hasta nuevo aviso, en un simple y triste stand-by. Le llaman distanciamiento social o sana distancia. Nos pega en los sentimientos. Los latinos, y en especial los mexicanos, somos personas muy dadas a tocarnos entre nosotros y si a eso le sumamos el rasgo característico de algunos –presente- de ser kinestésicos, se imaginarán lo difícil que se vuelve esto. Mi oficio es vendedor y mi estilo es muy kinestésico, soy de saludar de mano, de abrazo, de palmada en la espalda. Pues eso de saludar como japonés, solo con una caravana, no se me da. O eso de saludar con los puños o al puro estilo regiomontano (con los codos) nomás no me sabe a nada. Pero en fin, todo sea por conservar la salud, ya vendrán los tiempos de besos, abrazos y apapachos. Nimodo!

 Pero hay algo en lo que no había caído en cuenta y es el hecho de que esta pandemia se ha ido directamente contra los más ancianos. No se trata nada más de las pérdidas humanas, ¿se dan una idea de todo el conocimiento y experiencia que se pierde cada vez que un anciano se muere?

Para mí equivale a una de las acciones más retrógradas y aberrantes de la humanidad: la quema de libros.

En esas quemas perdimos infinidad de obras de arte de la literatura; de información antigua en los códices; de ciencia en los libros de alquimia y muchos, pero muchos, campos de la humanidad se vieron afectados por este hecho.

Bueno, cada vez que muere un anciano, es como si quemaran un libro hasta dejarlo hecho cenizas; se va toda una vida de experiencias y todos los conocimientos de su área de especialidad; todas las historias vividas; ese pedazo de historia del hombre que le tocó vivir y que por medio de sus pláticas es transferido a las siguientes generaciones; en pocas palabras, se pierden varios libros incunables y no existe manera de recuperarlos.

Lo que está sucediendo con la epidemia es que millares de esos libros de valor incalculable, simplemente se están perdiendo sin la menor posibilidad de transferir su conocimiento a alguien más. Primero, porque a muchos los agarró la enfermedad súbitamente y simplemente se extinguieron. Después, porque debido al aislamiento –que de por si para los ancianos ya existía por parte de sus seres queridos- provoca que todo ese acervo se vaya a la tumba.

En nuestra cultura tendemos a hacer a un lado al anciano. Muchas veces nos estorba e incluso se les manda a una institución o asilo, donde gente que no tiene ningún lazo amoroso con ellos les da de comer y los atiende. Les da una vida «digna» con «amor comprado». Hablando en plata pura, calman su conciencia mandando el libro familiar a una biblioteca pública. ¡Qué gandallas!

A diferencia de nosotros, los japoneses sienten un gran respeto por la gente mayor. Los tratan con decoro y cariño, hasta existe un día especial para ellos llamado el “keirou no hi (敬老の日)”o Día del respeto a los mayores en la cual se venera la figura de los ancianos. ¡Bien por ellos!

En lo personal, una de mis hermanas (de hecho, la que me crió) tomó la responsabilidad de los últimos años de mi madre. Se dedica en cuerpo y alma a atenderla. No solo la atiende en sus necesidades básicas; la cuida, la alimenta y le da cariño. En pocas palabras, la venera. Nadie más que ella cumple con el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: honrarás a tu padre y a tu madre.

Ella está cuidando nuestro libro incunable. Ella está aprendiendo todo eso que mi madre aprendió en vida. Ella se sabe las historias de mi madre y de la madre de mi madre, y de mi padre y de muchos otros libros de mi acervo familiar. ¡Muchas felicidades!

¡Qué envidia tener la oportunidad de estar de cerca con la anciana de mi familia y disfrutar de todas sus enseñanzas! Bien por mi hermana, tuvo el valor y el amor para atender a mi madre. Me quito el sombrero. Esos son humanos y no pedazos. Espero tener la oportunidad de cuidar yo a mi hermana. Sé que cuidar a un anciano no es cosa fácil, pero estoy seguro que con amor y con cuidados, es posible llevarlo a cabo.

Lectora, Lector Queridos, los invito a cuidar ese tesoro familiar en especial en estos tiempos complicados, dales muchos abrazos de parte mía

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. A 11 de agosto de 2020

miércoles, 29 de julio de 2020

Mektoub (está escrito)

Las situaciones que estamos viviendo -la pandemia, el encierro, las actividades sociales limitadas, la economía en declive, el hastío, entre otros- ha provocado en los humanos una serie de afectaciones por demás intensas y variadas, las cuales van desde una depresión leve hasta las neurosis más severas rodeadas de todas sus consecuencias psicosomáticas y fisiologías tales como migrañas, úlceras, colitis, dermatitis y muchas más que podríamos mencionar pero que no tiene sentido hacerlo porque todas parten de un origen común: la falta de aceptación del momento tal como es, en lugar del momento que quisiéramos que fuera.

Es esa lucha interna por aferrarnos a cambiar las cosas que no son o por angustiarnos por las que pudieran ser, la que nos ocasiona toda esa problemática.

Pues bien, ¿qué creen? Esta situación no es nada nueva. Ya desde antiguo, la gente vivía angustiada por el futuro incierto y deprimida por el inalterable pasado. Ahí está la clave de la búsqueda de las principales religiones del mundo: vivir el momento presente sin preocuparnos por el futuro.

 Me encontré una edición moderna de un libro muy viejo (1944) que se llama: «Como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida» (Dale Carnegie, Ed. Sudamericana, 2013, pág. 299): «viví en el jardín de Alá, un artículo referente a los árabes beduinos y la manera como enfrentan las situaciones adversas como las que vivimos actualmente».

Para ejemplificar, cito un párrafo: «Entonces, hice lo que Lawrence me indicó: me fui a vivir con los árabes beduinos. Me alegro de haberlo hecho.  Me enseñaron cómo cabe librarse de la preocupación. Como todos los fieles mahometanos, son fatalistas. Creen que cada palabra escrita por Mahoma en el Corán es la divina revelación de Alá. Así, cuando el Corán dice: "Dios te creó y creó todos tus actos", lo aceptan literalmente. Tal es la razón de que tomen la vida con tanta calma y nunca se apresuren ni se malhumoren innecesariamente cuando las cosas se tuercen. Saben que lo ordenado ordenado está y que sólo Dios puede cambiar las cosas. Sin embargo, esto no significa que, ante una calamidad, se sienten y no hagan nada. Para ilustrarlo, les hablaré de una rugiente y ardorosa tempestad de siroco que soporté durante mi permanencia en el Sahara. Aquel gemir desesperado del viento duró tres días y tres noches. Era un viento tan fuerte que llevó arena del Sahara a cientos de kilómetros de distancia, a través de todo el Mediterráneo, hasta el valle del Ródano, en Francia. Era un viento tan cálido que me hacía el efecto de que me estuvieran abrasando el cabello. Tenía la boca y los pulmones resecos. Mis ojos ardían. Mis dientes estaban llenos de arena. Tenía la impresión de estar frente a un horno en una fábrica de vidrio. Estuve tan cerca de la locura como puede estarlo un hombre que consigue conservar el juicio. Pero los árabes no se quejaban. Se encogían de hombros y decían: Mektoub! ("Está escrito")».

Quiero redondear dos conceptos antes de pasar a echarles mi rollo.

Primero, el término fatalista se refiere a aquella persona que cree en el destino y en lo inevitable de él. Es decir, si algo está determinado por Dios para que suceda en tu vida, no importa cuántas maromas realices nunca escaparás de esa situación.

Segundo, esos beduinos a los que hace alusión el artículo son pastores nómadas. Para ponernos en contexto, no tienen un lugar fijo donde vivir; viven en un clima extremo que va desde los 10°C por la noche hasta los 50°C en el día; normalmente les falta agua; la comida es escasa y están a merced de los cambios climáticos, en especial las tormentas de arena. Visto así, lo podría resumir en dos palabras: ¡está canijo!

Analicemos la situación actual desde esa óptica, Lectora, Lector Queridos.

¿Qué pensarían del encierro los beduinos? Ellos se la pasan viajando todo el tiempo, salvo los momentos en que establecen un campamento temporal. Normalmente son familia. Desconozco sus actividades pero para nada cuentan con internet ni con las comodidades de la época moderna que caracteriza nuestro «encierro». Tienen que prepararse su propia comida. En resumen, #sequedanencasa sin hacer tanto pancho.

¿Y de la pandemia? Deben estar muy conscientes de que si se enferma uno de sus miembros, potencialmente afectan a toda la tribu. Estoy seguro que tienen establecidas ciertas reglas de higiene y conducta que permiten salvaguardar la integridad de todos. Nada de andar con tonterías como: a mí no me va a dar; esa enfermedad no existe o de plano, a mí me vale. De seguro expulsan a todos aquellos que no piensan en el bien de la mayoría.

¿Y de la economía en declive? Se me hace que les vale queso, es tanta la escasez de agua y de comida, que han aprendido a aprovechar al máximo los recursos y nada se desperdicia. Cuando alguien obtiene algo, se reparte por igual entre todos. El dinero viene a ser un recurso secundario que se utiliza únicamente cuando tienen contacto con algún comerciante pero no es algo que los mueva. Son ecológicos, cuando llegan a un oasis, utilizan únicamente lo que necesitan porque alguien más vendrá después de ellos y también requerirá de lo que ahí se encuentra.

Finalmente, ¿qué sucede con ellos y el estrés? Pues nada. Los beduinos viven un día a la vez. Saben que si algo sucede es porque «está escrito». Alá –que significa Dios en árabe- ya escribió toda su historia y todo los que les suceda, sea bueno o malo, fue decidido por Él. ¿Qué caso tiene preocuparse por algo si se tiene la convicción de que Alá lo prescribió? No hay manera de cambiar lo que «está escrito». Cuando les cae una tormenta, se encogen de hombros y dicen «Mektoub». Si se les muere el ganado, solo dirán «Mektoub». Si hubiera una pandemia dirían «Mektoub». Si algo sucede, «está escrito», ¿acaso hay algo más inteligente que Dios? Él es la inteligencia suprema que define la historia de cada uno de ellos y lo que les suceda, será porque era lo mejor que podría sucederles. ¿Les suena familiar esto?

Viviendo de esta manera, no tienen que preocuparse por qué van a comer o que van a vestir, ¿para qué? Alá ya escribió cada momento de su vida y no va a cambiar por más que se empeñen. Entonces todas las enfermedades y padecimientos ocasionados por el estrés simplemente no existen.

¿Y si nos hacemos árabes? Bueno, se supone que nosotros no creemos en un destino impuesto, pero si creemos en un Dios bueno que vela por nuestro bienestar y nos permite la oportunidad de seguir un camino que es el que más nos conviene, pero para eso tendríamos que abandonar todas nuestra excentricidades sociales y religiosas y vivir realmente como personas que velan por el bien propio y del prójimo, pero desafortunadamente, vivimos inmersos en un mundo egoísta donde el «yo» es más importante que el «nosotros».

Te mando un abrazo que suscite en ti una resignación para lo que estés viviendo, «Mektoub»

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 28 de julio de 2020


jueves, 23 de julio de 2020

#Quedateencasa ¡hombre!

Quisiera encontrar la manera de resaltar en el cerebro de cada persona, con un marcador de esos fosforescentes, la importancia de mantenernos firmes en nuestra lucha contra la pandemia y de no bajar la guardia.

Me molesta que por todos lados veo que la gente le perdió el respeto al Coronavirus y simplemente comenzó a salir. Obviamente la cantidad de contagios y muertos se elevó al cielo –bueno, los muertos se fueron para el otro lado–.

Déjenme recordarles (que es diferente de recordárselas, aunque a algunos si se lo merecen) que el bicho es real. El negarlo no nos hace inmunes ni lo desaparece; al contrario, nos expone y nos hace vulnerables al hacer que nos descuidemos ante los posibles puntos de contagio.

Es una realidad: el bicho mata gente, 40.4 mil mexicanos lo pueden corroborar; o si quieres verte más internacional, 615 mil personas a nivel mundial corroboran su mortalidad.

No solo eso, es bien reconocido que el bicho le ha pegado bien cañón a la economía mundial, según el Banco Mundial: «la economía mundial, que, se reducirá un 5,2 % este año [1]. De acuerdo con la edición de junio de 2020 del informe Perspectivas económicas mundiales del Banco, sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 en que tantas economías experimentarían una disminución del producto per cápita» tal como lo indica en su página en un comunicado de prensa del día 8 de junio de 2020.

Y no se diga a nivel nacional. Según un artículo de la redacción de LinkedIn, más de 10 mil Pymes han cerrado en lo que va del 2020 debido a la pandemia.

Hay gente que dice que el virus existe pero que no pasa nada. Quiero citar un ejemplo, una exjefa piensa de esa manera, su hija vino de un viaje por Europa el mes de junio y ya traía el Covid. Resulta que la señora no se cuidó y se contagió, pero corrió con la suerte de ser asintomática. No así las cinco personas de la compañía que fueron contagiadas porque «no pasa nada». He ahí un ejemplo del impacto que podemos tener en mucha gente, ¿Cómo la estarán pasando esas cinco familias? ¿Habrán contagiado a alguien más? ¿La compañía está corriendo con los gastos? ¿Qué creen?

Otro ejemplo más para reforzar mi argumento. Un buen amigo tiene a su mamá de 91 años. La señora estuvo muy enferma de las vías respiratorias el año pasado. Pues bien, como ya dijeron que ya pueden salir en esa ciudad, pues a la calle. Mi amigo está muy preocupado porque si le llegara a dar Covid, difícilmente se recuperaría. ¿Cuál es el argumento? Es que estaba muy aburrida y ya quería salir y casi no sale. Pues lo digo fuerte y quedito, no conozco a una persona en el mundo y en la historia que haya muerto de aburrimiento, pero sé de muchísimas personas –ya lo hablamos previamente- que han muerto de Covid. Le pienso y le pienso y nomás no encuentro algo que justifique el riesgo.

Sé que todos estamos hartos de este encierro. Sé que ya no hayamos que hacer con nuestro tiempo libre. No dudo que ya exista gente que ha visto todas las series de televisión y todos los documentales, pero créanme, es mejor estar aburrido que tener un problema de salud.

¿Qué más les puedo decir que no hayan escuchado aquí y allá?

¿Qué se cuiden por esos seres queridos que están con ustedes y que dependen, no digamos en lo económico, emocionalmente?

¿Qué tarde que temprano esta pandemia pasará y será solamente como un mal recuerdo de muchas cosas que no debimos haber hecho como humanos?

¿Qué ahorita hay mucha gente que la está pasando muy duro por falta de recursos económicos y que si en nuestra mesa no falta el pan, somos muy suertudos?

¿Qué lo importante es la gente que se queda dentro de nuestra casa al cerrar la puerta en la noche y que por ellos debemos cuidarnos?

No sé qué pienses tu Lectora, Lector Queridos, pero yo considero que debemos hacer acopio de nuestra fuerza de voluntad y hacer hasta lo imposible por resistir la tentación de salir. Diría mi padre, hay más tiempo que vida y ya vendrán los tiempos en los que nos podemos hartar de salir, de abrazar, de besar, de pasear hasta que nos sangren los pies, pero ahorita por favor #quedateencasa.

Te mando un abrazo virtual y un montón de paciencia para sobrellevar estos tiempos de encierro, pero #quedateencasa ¡hombre!

 El Escribidor

PD. ¿Ya leíste?

Monterrey, N.L. a 23 de julio de 2020

jueves, 16 de julio de 2020

Se nos fue la tía Turbina

No sé si ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que mi casa, que también es su casa, viene a ser algo así como un arca de Noé pero en chiquito. Nos encanta tener animales aunque no a todos les encanta hacerse cargo de todos sus desechos, porque eso sí, una mascota es una responsabilidad muy grande y si adquieres una mascota, es para cuidarla y quererla.

Tener una mascota es como tener un hijo nini, pero con un encanto que te conmueve hasta la médula de los huesos, son incondicionales y nunca están de malas.

Hemos tenido peces, cangrejos ermitaños, tortugas, y más.

En este momento, tenemos un perro chihuahua, llamado Spunky; una perra anciana con un poco de labrador, llamada Cookie; una perra medio pastor alemán negra, llamada Nala y una coneja, llamada coneja.

Y teníamos una cuya llamada Cuyini Bebini, Psicofisio, Cuya, piche Cuya y tía Turbina, por su parecido con la tía Turbina de la película Robots, en alusión a su enorme trasero, les voy a poner una foto para que los que son visuales se den una idea de qué estoy hablando:


Resulta que los cuyos son roedores provenientes de Perú –dicho sea de paso, allá se los comen- que tienen como característica un chillido muy característico que viene a ser su distintivo, “cui cui”. Y viene a ser como un pseudo lenguaje y suele variar para indicar que tienen miedo, hambre, les falta agua, están contentos, etc.

Son animales muy activos, la tía Turbina estaba casi siempre tomando agua, nunca entendimos porque tomaba tanta. Al principio solamente comía cuyina, pero poco a poco y a despecho de su cuidadora, fuimos dándole manzana, pera y hasta durazno.

Su llegada fue de una manera inesperada. Mi hija, la mayor, cursaba una materia que se llamaba Psicofisiologia. Tuvo que adquirir a Psicofisio para llevar a cabo un experimento. Una vez concluido, intentamos por todos los medios darla en adopción y ¿qué creen? Nadie recibe animales de granja, como si fueran desechables.

Total que tuvimos que quedarnos con ella. No queríamos porque nos encariñamos muy fácilmente con los animales y luego la sufridera cuando se van.

Mi hija, la menor, decidió adoptarla y hacerse cargo de todas sus necesidades. Le compró una jaula que viene a ser algo así como una casona a todo lujo. Le puso aserrín, su bebedero y pasaron cinco años desde su llegada.

Dije teníamos porque el de hoy por la madrugada, paso a mejor vida. Yo digo que ya está en el Mictlán aunque mi hijo el letrólogo afirma que ahí solo van los perros, pero yo digo que ahí van todas las mascotas que tuvimos en vida.

Paso a comentarles cómo es que murió la tía Turbina.

Ayer, todo transcurría normal, (al menos eso parecía), hasta el momento en que, rompiendo las reglas de su cuidadora, intenté darle un poco de pera. Así lo hice y se me hizo muy extraño que no brincara a comérsela, adoraba la fruta. Estaba muy tranquila acostada. La moví para ver que todo estuviera bien y solo se arrastró. Algo andaba mal.

Mi hija, la mayor, comenzó a hacer llamadas para ver quién podía revisarla y partieron mi esposa, mi hijo y ella con un veterinario especialista en cuyas.

Después de una hora me avisaron que se iba a quedar hospitalizada (desconocía la existencia de hospitales para cuyas), que le habían puesto oxigeno porque entró en shock –y yo con ella–.

Nos dijeron que estaba muy delicada y que a lo mejor no la iba a hacer.

Efectivamente, no la hizo. En la madrugada le mandaron un WhatsApp a mi hija, la mayor, para avisarle que había perecido.

Algo que me llamó mucho la atención fue un comentario que nos hicieron en la veterinaria. Cuando les preguntamos que por qué no mostró síntomas de estar enferma hasta ayer, nos explican que al ser una presa en la naturaleza, evitan mostrar síntomas de debilidad porque eso los hace vulnerables. No se vale, ella nos debió avisar que se sentía mal.

En fin, a todos nos dolió de una manera diferente. A mi hija la mayor se le da lo de las lágrimas, ¡que chido! Así puede sacar todo lo que le duela. A mi hija la menor no se le notó nada, sé que está sufriendo pero se aguanta. A los demás, nos da por verbalizarlo que es otra manera de sacarlo de nuestro corazones.

Ojalá tengas la dicha de tener una mascota y de disfrutar su compañía, créeme vale la pena. Pero por favor no compres, adopta una.

Te mando un abrazo con un corazón un poquito adolorido.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de julio de 2020



domingo, 12 de julio de 2020

Chicharrón en salsa verde

Domingo por la mañana, le digo a mi esposa: « ¿cómo ves si te lanzas por unos chicharrones de La Ramos (así se llama una carnicería de Monterrey famosa por su preparación de chicharrón frito de cerdo) y preparo chicharrón en salsa verde?» Traes, además, cinco tomates verdes y dos chiles serranos.

-Ok, el chicharrón, los tomatillos y chiles jalapeños.

-No, dije chiles serranos –le corregí.

Con esta culinaria historia comienzo mí artículo. 

Quiero platicarte Lectora, Lector Querido, de esa situación cuando tú tratas de comunicar algo y la otra persona entiende lo que se le da la gana.

Primero, hierves un cuarto de cebolla, dos dientes de ajo medianos, dos chiles serranos sin el rabo y cinco tomatillos sin la cubierta, hasta que los tomatillos cambien de color.

Yo quisiera saber qué proceso se lleva a cabo en el cerebro de nuestro receptor cuando nosotros estamos planteando nuestra idea. Me imagino que cuando le estaba diciendo que traer a mi esposa, en su mente transcurría algo así como: tengo que poner atención; a ver, dijo chile serrano, se me hace que se equivocó y es jalapeño. Sí, debe ser jalapeño, me suena más.

Se dice que hablando se entiende la gente pero la neta, hay personas a las que cuando les hablas no entienden ni maiz.

Me sucedió el otro día en una estación de expendedora de gasolina en medio de la nada, N.L. Me pone seiscientos pesos de la roja –le dije al encargado. Ah ok! Quinientos pesos de la verde.

No –corregí, sin darme cuenta que solo era el comienzo de la aventura- seiscientos de la roja. Ah ok –me contestó- y veo que toma la pistola verde.

Joven –le grito con un poco más de enjundia- ¡roja! Ah ok, perdón, le entendí que la verde.

Una vez que los tomatillos cambian de color, licuas todo junto, le añades un puñito de cilantro y sal al gusto. Agrega a la licuadora un poco del líquido donde se hirvió todo. Lo mueles muy bien hasta tener una salsa uniforme y la reservas.

Entonces viene el despachador, le paso la tarjeta de prepago y le digo: la clave es seis ocho tres seis. –ok seis ocho seis tres y se va.

Unos minutos después regresa el joven y me dice: ¿Cuál me dijo que era la clave? seis ocho tres seis- le repito. Seis ocho seis tres –repite en voz alta- y se va de nuevo.

Otros minutos después, regresa con una cara como de te-atrapé y me dice: su tarjeta no pasó. -¿cómo que no pasó? ¿Qué contraseña pusiste? –La que me dio- me contesta, seis ocho seis tres. -La clave es seis ocho tres seis, le digo ya con un tono de desesperación.

Total que optó por traer la terminal de cobro y me pidió que fuera yo quien pusiera la clave. Debe haber pensado: que ponga él su clave, para que la pone tan difícil.

Yo tenía razón –siguió con su pensamiento- era seis ocho seis tres. Jajajaja

En una sartén con un poco de aceite pones a dorar un cuarto de cebolla finamente picada y la dejas hasta que se ponga transparente. Después le añades el chicharrón que debe estar picado finamente, también.

Cuando estuve en esa gasolinera, hagan de cuenta Lectora, Lector Queridos, que le estuviera hablando en chino o en alguna lengua extranjera al dependiente.

Y créanme, son solo un par de ejemplos que sirven perfectamente para ilustrar ese error típico de la comunicación humana. Pasa exactamente como cuando pides cierta cantidad de carne en la carnicería y el tablajero te surte lo que a él le viene en gana. ¿Te ha sucedido qué pides quinientos gramos y terminan dándote seiscientos cincuenta?
Todas estos han sido situaciones totalmente inofensivas, pero no quiero ni imaginar cuando este tipo de errores de comunicación suceden en un hospital, o en un vuelo de avión o peor aún, en un viaje al espacio.

Me imagino que de ahí es de donde vienen tantas discrepancias que suceden en los matrimonios, amistades y peor aún, entre los gobiernos. Pues como no van a existir si unos pensamos una cosa y los demás, otra totalmente disímbola.

Una vez que se haya frito el chicharrón, agregas la salsa y lo dejas hasta que sea de un verde apagado. Lo sirves acompañado de frijoles refritos y de preferencia con tortillas recién hechas.

Te invito, Lectora, Lector Querido, a revisar bien la manera como expresas tus ideas y sobre todo, a aplicar algún tipo de pregunta para poder asegurarte que lo que quisiste transmitir fue exactamente, o al menos parecido, a lo que la otra persona entendió.

Te mando, además de esta deliciosa receta, un abrazo bien comunicado.

El Escribidor

P.D. Como todo lo que escribo en este blog son ensayos, pues este tipo de escrito también lo es. Por favor coméntenme qué les parece.

Monterrey, Nuevo León, a 12 de julio de 2020


miércoles, 8 de julio de 2020

La importancia de llamarse Porfirio

Lectora, Lector Queridos, ya les he platicado en otros de mis artículos acerca de mi padre y de la enorme influencia que tuvo en mi formación y en mi vida en particular. 

Para ponerlos en contexto, déjenme les describo a mi papá: Él era un tipo de 1.74 aproximadamente, fornido, con buen porte y con un vocabulario muy dado a los dichos y, de por si coloquial, sin llegar al lenguaje de carretonero.

En realidad hay tres cosas de las cuales quiero hablar acerca de mi padre en este escrito, pero hay muchísimas más que ya les iré contando.

La primera: se llamaba Porfirio y yo creo que gracias a su nombre –yo estoy firmemente convencido que los nombres como que nos predisponen a ciertos rasgos en nuestro carácter- era una persona porfiada. Se dice que alguien es porfiado si es una persona obstinada u obcecada. Y mi padre era así; ya que se le metía algo en la cabeza, no había poder humano o divino que lo hiciera cambiar de opinión. Ahora entiendo porque mis hijos son decididos y porfiados. ¡Quíubole! Ahí te hablan, diría un cuate.

Él me enseñó a perseguir una meta y luchar por ella. Recuerdo perfectamente que cuando iba a comenzar mis estudios en el Tecnológico de Monterrey, yo realicé el trámite de la beca. Gracias a mi inexperiencia en el llenado de documentos mi beca fue rechazada. Total que le marqué a mi padre para avisarle que iba de regreso porque no me dieron la beca. Me dijo: no te regreses, voy para allá, como que no te dieron la beca si eres muy buen estudiante y aparte eres mi hijo.

Total que sin cita, se presentó con el departamento de becas y no tengo idea de que fue lo que les dijo, pero al salir, con una sonrisa me dijo que ya me habían otorgado la beca. ¿Pues qué creían? –dijo. Estoy seguro que si el viviera en estos tiempos, le diría a toda la gente miedosa asustada por la pandemia: ¡no le saquen! No pasa nada.

La segunda: yo trabajé desde muy temprana edad con él, entonces me tocó estar hombro a hombro realizando trabajos que eran pesadísimos. Recuerdo que en medio de un trabajo, yo a mis escasos seis años, al ver que nomás no se veía la hora de terminar –ya hasta era de noche- le pregunté qué cómo íbamos para terminar e irnos. Sólo me contestó: ahí la llevamos.  El «ahí la llevamos» era un sinónimo para todavía falta, pero vamos bien. Al menos eso pensé.

Me lo dijo con tal seguridad que me hizo confiar y darle más duro, que al cabo ahí la llevamos. Obvio faltaba un buen para terminar pero mi ansiedad desapareció por el simple hecho de saber que mi protector dijo que ahí la llevamos y entonces todo estaba bien.Cuando veo a toda la gente desesperada que pregunta que como vamos en nuestra lucha contra la pandemia sería bueno contestarles que ahí la llevamos.

Finalmente, de él proviene mi búsqueda de la excelencia. Recuerdo que varios de sus clientes solían preguntarle cuando lo veían que cómo le iba, entonces, invariablemente les respondía, -muy bien, nomás a los pendejos les va mal. Y ¿a usted cómo le va? A lo que se veían obligados a contestar que bien, también, so pena de caer en la trampa en su juego de palabras.

Él me enseñó a ser perfeccionista y me dio mi primera cátedra de calidad continua. De una manera muy empírica, me enseñaba cosas nuevas y me exigía que las realizara con la mejor calidad posible aún y cuando fuera mi primera vez.

Cuando llegaba a cometer algún error, se dirigía a mí diciendo: ¡no sea güey! póngase listo. En seguida, hacia el la corrección para que yo aprendiera como se debería haber hecho.

En la casa, lo vi desarrollar múltiples actividades de las más variadas disciplinas y todas las realizaba con gran calidad. Ya sea que se pusiera a pintar; arreglar una llave; podar un árbol; resanar una pared y otras muchas cosas. Dirían en estos tiempos que era una persona con muchas competencias y siempre se empeñó en que yo las aprendiera todas y cada una de ellas. Era, como diría uno de sus más entrañables clientes, el maestro de la liendre, que a todo le da y a nada le entiende, jajaja.

No era un padre perfecto, pero todo lo que me enseñó me ha ayudado a hacer esta vida más llevadera y fácil. Decía que me enseñaba todo por si acaso en el futuro yo necesitara trabajar y así no me moriría de hambre. Y podría seguir hablando de él por páginas sin fin, sin embargo, ya lo haré en subsecuentes publicaciones.

Por lo pronto, te invito que revises a tu padre y me compartas que es lo que aprendiste de él. Si aún lo tienes, ve y dale un abrazo bien fuerte, pero eso si con cubrebocas. Si ya no está contigo, dirígele una oración a Dios por él y haz un ejercicio bien intenso de remembranza, algo así como un homenaje póstumo.

 El Escribidor

Monterrey, N.L. a 7 de julio de 2020

miércoles, 1 de julio de 2020

A todo se acostumbra uno, menos a no comer y a no dormir

Es uno de los dichos que me enseñó mi padre (¿qué sería de mis escritos sin la sabiduría de él?) y me lo decía cada vez que nos enfrentábamos a una situación en la que teníamos que apechugar por alguna pérdida y debíamos acostumbrarnos a una nueva realidad.

Cuando comenzó todo este rollo de la pandemia, surgieron en mí muchas dudas acerca de nuestro futuro y de cómo nos impactaría en nuestro día a día. Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra manera de relacionarnos, de divertirnos, de celebrar nuestros acontecimientos especiales, etc. ni por aquí me pasaba como sería. Pero a todo se acostumbra uno y me gustaría hablar uno de los cambios positivos en los humanos porque los negativos se promueven solos. Más que un cambio es una adaptación que me llamó la atención, me imagino que se le ocurrió a una señora y es la nueva manera de celebrar los cumpleaños y demás festividades.

No se me desconcierten, paso a describirla:

La fórmula es esta: primero que nada, reúnes a un grupo de señoras con sus respectivas hijas, nueras, vecinas y demás; les pides a todas que compren un buen de globos, los inflen y los peguen a sus mamámoviles; les pides que hagan letreros que puedan leerse en conjunto, algo así como: ¡Feliz cumpleaños! te deseamos todos los que te queremos, Comadrita.

Le pegas una parte del mensaje a cada vehículo. Citas a todos en una calle cercana al domicilio de la víctima –hay que tener cuidado de conservar el orden porque puede quedar un letrero como este: ¡Feliz cumpleaños! Comadrita, todos los que te queremos te deseamos y pues distará mucho del mensaje original-.

Acto seguido, se arrancan todos en caravana haciendo el mayor escándalo posible, especialmente al pasar frente al domicilio del festejado, quien se mostrará «sorprendido» por lo inesperado del asunto y agradecerá a todos regalándoles un quequito o algún detallito que no tenía preparado. Claro, todo con la respectiva sana distancia.

Lo más interesante de esto es por principio de cuentas, la manera tan creativa de darle la vuelta a una situación prohibida (como es la aglomeración de personas) sin dejar pasar la interacción humana.

Después, está el hecho de la velocidad con que se propagó esta nueva tradición que, dicho sea de paso, se adapta muy bien a otra tradición de la sociedad regiomontana: la de cuidar el dinero. En lugar de gastar en una cena, cervezas, refrescos y otras cosas, solo se invierte en una mesa arreglada con globos y unos detallitos para la persona «sorprendida». Todos salen ganando.

Bueno pues sucede que una de mis creaturas, la de en medio, iba a cumplir años y mi esposa, que nomás no se está quieta, quiso organizarle una fiesta sorpresa.

Total, haciendo uso de sus habilidades de espía, reunió a algunas amigas y hasta una señora     –para mí que trabajó para la CIA, Mossad o de perdido era judicial, porque siempre investiga todo–. Preparó todo y mi hija ni se lo esperaba. Que conste, en el caso de ella, de verdad no se lo esperaba.

Llegó el ansiado día, una vez que estábamos comiendo todos juntos, que comienza la pitadera.

Mi hija, cayó en un estado de estupefacción y solo atinaba a balbucear repetidamente la frase: «¡que oso!» e iba y venía de la ventana a la mesa; de la mesa a la puerta; hasta que logró tranquilizar su mente y pudo dar con las llaves.

Salió de la casa, seguida de su madre y su hermana a disfrutar de su sorpresa y de sus amigos. De no sé dónde, salieron unos detallitos que se les entregaron a las respectivas visitas.

Me da mucho gusto saber que mis hijos y mi mujer están adaptados a la nueva realidad y que forman parte de ella y que esta pandemia nomás no hizo mella ni en su mente ni en sus corazones. Aunque esté prohibido, ¡saco los cohetes!

Ojalá que ustedes también Lectora, Lector Queridos, hayan aprendido a sobreponerse a las adversidades de esta hecatombe viral.

Por cierto, ¿recuerdan al Guarura? El perro de 22 años del que hablé en el artículo Un perro viejo, vi que tiene un compañero que se llama Capullo. Pensé que el Capullo era un perro mucho más joven pero resulta que tiene ¡15 años! O sea, joven no es, pero espero que viva más que los 22 del Guarura. Como diría mi madre, ese señor que los cuida tiene buena mano.

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 30 de junio de 2020


jueves, 25 de junio de 2020

Pues sí. Pues no y ¡te bajas!

En esta ocasión voy a basar mi escrito en un chiste. No se asusten, es totalmente blanco y lleva como fin hablar de esas personas que nomás no les hayas el modo.

Resulta que iba un tipo por la carretera pidiendo ride y de pronto, después de muchos intentos, se detuvo un tráiler. Al subir notó que se trataba de un tipo mal encarado –como varios que yo conozco– con un carácter de esos que asustan al miedo, el cual al saludarlo solamente movió la cabeza en señal de saludo.

Arrancó el tráiler y el ambiente era tan denso que fácilmente se podía cortar con un cuchillo. El tipo se pone a pensar qué podría hacer para romper el hielo. Dice para sus adentros: ¿Qué tal si le hablo de futbol? No, porque a lo mejor lo odia y me baja.  ¿Y si le hablo de religión? Mejor no porque a lo mejor es agnóstico y me baja. ¿Y si le hablo de política? Pero a lo mejor es apolítico y me baja.

En esas iba cuando de pronto voltea a ver al chofer y con una amplia sonrisa le dice: «pues sí» «Pues no y ¡te bajas!» Le dice el conductor. Jajaja

Hasta ahí el chiste, ahora hablemos de la vida real.

Es común encontrarnos con personas que a pesar de nuestros esfuerzos por congraciarnos con ellas nomás no damos pie con bola. Y que conste, no es una situación exclusiva de cierto tipo de personas. Es algo así como la muerte para el humano; no importa qué tan agradable y bueno seas como persona, invariablemente durante tu vida en algún momento te encontrarás con tu némesis, con ese ser que te hará ver tu suerte.

Para ejemplo basta un botón, pero como que a mí me mandaron varios.

Resulta que cuando conocí a mi alter ego –mi mujer – fui el hombre más feliz sobre la tierra; sin embargo, ella no venía sola, venía en paquete con una mujer bajita, delgada, sonriente y muy amable que cuando se dio cuenta de que yo era el susodicho, cambió su cara y nunca más volvió a sonreír.

Bueno, no volvió a sonreírme a mí. En algún momento de mi relación con ella seguramente dije: pues sí; acto seguido, me contestó «pues no y ¡te bajas!»

Enseguida, viene a mi memoria una jefa que tuve, que para efectos del relato llamaremos Paty (los nombres son irrelevantes cuando el contexto es lo único que cuenta para una mejor comprensión del caso) cuando trabajé para una compañía gringa de tecnología.

Paty era una chilanga de hueso colorado, muy alta, mal encarada y con un carácter de esos que asustan al miedo.

Cuando yo la conocí su primer discurso hacia mí no fue nada alentador: «Mira, ya han desfilado varios por ese puesto y la verdad creo que tú serás uno más. Entonces ahorrémonos el tiempo y dime ya si crees que darás el ancho si no para pasarte de una vez con Recursos Humanos».

Sobra decir todo el esfuerzo que hice por querer ganarme no digamos su amistad, me hubiera conformado con hacerme merecedor de un trato más amable, pero nomás no se pudo. Pues no y ¡te bajas!

Algo que descubrí en los ejemplos citados, es que me esmeré en agradar a las personas en lugar de ser yo mismo y buscar ser aceptado como era.

Dicho en otras palabras, me preocupé en demasía por ser aceptado por las personas pasando por encima de mí mismo. Pero aprendí la lección según yo a tiempo.

Conocí a otra persona en mi penúltimo empleo. Era una compradora mal encarada y súper geniosa, hasta un tanto grosera y malhablada. La historia no comenzó diferente. Cada vez que me apersonaba me recibía con un: -dígame ingeniero- con una jeta que le llegaba hasta el suelo.

En otros tiempos, me hubiera esforzado por caerle bien pero no esos días.

Yo le contestaba, con un poco de indiferencia pero con mucha deferencia, gracias señorita, le encargo por favor que apoye con lo siguiente.

Después de dejarle mi encomienda, me iba a mi lugar sin mostrar ninguna emoción.

Y así se repitió la escena por varias semanas hasta que ella se dio cuenta de que yo no era una mala persona sino que al contrario, cada vez que tenía alguna dificultad para cumplir con su cometido, ahí estaba yo para apoyarla. Eso sí, mostrándome siempre indiferente pero buena onda.

No sé si fue el tiempo o los trancazos los que la ablandaron, pero al cabo de unos meses se volvió uno de mis aliados dentro de la organización.

¿Qué cambió? ¿Ella? No, seguía siendo mal encarada con muchos y discutía con todos menos conmigo.

Cambié yo, puse en la lista de prioridad primero mi persona. Hice un esfuerzo superhumano por ser auténtico y por mantenerme firme en mi personalidad, le gustara o no a la demás gente.

¿El resultado? Una paz insospechada con mi persona; una seguridad nunca antes sentida; una autoestima blindada contra todo y contra todos. En resumen, Salí ganando.

Te conmino Lectora, Lector Queridos a perseguir ser esa persona que no rinda cuentas a nadie y que no se doblegue ante ninguna persona mal encarada y geniosa que se encuentren en su camino.

Eso sí, siempre de una manera amable y educada, como decía mi amado padre: lo cortés no quita lo valiente.

Te mando un abrazo reconciliador contigo mismo,

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 24 de junio de 2020

jueves, 18 de junio de 2020

No es que me llames perro

Es la perra manera como me llamas. Así dice el dicho y así digo yo. Es una herencia que me dejó un otrora enemigo –que en lo subsecuente lo llamaremos Óscar- donde hacía alusión a esa manera tan terrible que tenía la jefa de aquel entonces de tratar a sus empleados y que le causaba mucha molestia.

Oscar podía ser muchas cosas, pero eso sí, nunca grosero. Era una persona con una verborrea tal que hacía que la gente cayera rendida a sus pies para después tener que levantarse con una enorme cruda moral al descubrir que todo había sido labia y nada más.

Lo que si era consistente era el trato que tenía con todos: siempre saludaba, hablaba con voz suave y bien entonada, sonriente a más no poder y atento a los comentarios que le hicieran. Era un tipo divertido, zalamero y un tanto lambiscón. Lo que se llama una perita en dulce.

Era muy agradable platicar con él ya que, además del buen trato, la plática era bien sabrosa y normalmente era aderezada con historias de sus múltiples aventuras de tiempos pasados. He ahí la razón por la cual el mal trato de la patrona le erizaba la piel y lo convertía momentáneamente en un energúmeno.

Una vez pasado el episodio colérico, cuando le volvía a ganar la razón, se dedicaba a regalar disculpas por doquier y a reponer los platos rotos que su berrinche ocasionó.

Una y otra vez viví esos episodios regaño-cólera-disculpas. Era muy desgastante, como si estuviéramos entre dos padres en proceso de separación.

Y todo porque nadie le enseñó a la mandamás que en el pedir está el dar –diría mi padre–. No era lo que te pedía, era la manera como lo pedía. No era que te llamara perro, era la perra manera como te llamaba.

Recuerdo que cada vez que citaba a alguien en su oficina, inmediatamente preguntaban: ¿tú sabes qué pasó? ¿Sabes para qué me quiere ver? Más allá del dichoso posible regaño, estaba la manera, por demás agresiva, de llamarle la atención al citado. La tónica era la siguiente: después de recordarle que estaba en la compañía gracias a su corazón misericordioso y de recordarle todos los errores anteriores cometidos y perdonados, venía una perorata que si bien te iba, tomaría algo así como media hora. Dicho discurso estaba plagado de mensajes que llevaban como fin pegarle a la autoestima del escuchante y hacerlo reconocer su culpabilidad.

En variadas ocasiones, y como si el estilo castrante de la señora no fuera suficiente, mandaba llamar a diferentes testigos para confabular y terminar de acusar al presunto de todos sus delitos. Incluía entre sus instrumentos de tortura correos electrónicos, facturas, papeletas y demás como evidencia del error cometido hasta lograr la aceptación del susodicho y la correspondiente pena por sus actos que podía ir desde un regaño intenso, una suspensión de labores sin goce de sueldo, el rebaje de su nómina o en el peor de los casos, la expulsión del paraíso, donde muchos quisieran estar –según ella expresaba con mucho orgullo–.

 Yo me chuté muchas de esas citas-regaños, pero la verdad yo tengo la piel bien gruesa y pues esos golpes me hacían lo que el viento a Juárez. Cuando comenzaba a echarme sus interminables rollos, la ponía en mute en mi cabeza y mi mente partía hacia lugares agradables hasta el momento en que escuchaba el agradable, pero-no-lo-vuelva-a-hacer. Ella se quedaba muy contenta por mi silencio de pseudoarrepentimiento y yo en paz con mi viaje astral a un lugar feliz. Los dos ganamos.

De una manera por demás insólita, un día en medio de una junta de resultados, a la jefa se le ocurrió hablarle -una vez más- de una manera grosera a Oscar y se me hace que ese día el horno no andaba pa’ bollos, de pronto explotó –como siempre- y comenzó a prorrumpir gritos y denuestos.

Digamos de una manera más coloquial que Oscar traía la mecha corta y no aguantó más. Después de gritos y alharacas, la junta terminó de una manera intempestiva.

Ya no se volvió a saber más del tal Oscar. Todo era hermetismo y silencio; claro, era un gerente el que se había ido. Si hubiera sido un empleado cualquiera, hasta la misma dueña habría hecho una serie de comentarios en detrimento de la imagen del acaecido. Pero con Oscar no podía ser así. Ella lo contrató y lo defendió a costa de la falta de resultados por años y estoy seguro que hubiera seguido así mucho tiempo más si no se le hubiera ocurrido explotar. Se volvió personal y pues contra eso no hay cura.

Lo que me queda de aprendizaje son varias cosas: primero, no es necesario sobajar a los demás para conseguir lo que buscamos. Es mejor reconocer los talentos de las personas sin olvidar que somos humanos y por ende, somos perfectibles más no perfectos.

Debemos afrontar los errores propios y de los demás con una caridad cristiana –o de la religión que profeses– donde estemos dispuestos a aceptar una y otra vez que la gente se equivoca, siempre y cuando mostremos –y ese es el otro lado de la moneda– un arrepentimiento autentico y sincero para hacer las cosas mejor.

Finalmente, cuidemos que nuestras palabras sean impecables y siempre lleven un mensaje positivo. Que no salgan de nuestra boca palabras para disminuir, atacar, lastimar o maldecir a las personas. Recuerda Mateo 15:18: «Mas lo que sale de la boca, del corazón sale».

Lectora, Lector Queridos, cuida siempre lo que digas y la manera como lo digas, porque una palabra dicha ya no hay manera de borrarla.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de junio de 2020


sábado, 13 de junio de 2020

Piensa lo que te dé la gana


Una de mis convicciones, que procuro promover con harta enjundia a propios y extraños, es la de cuestionar la fuente.

Siempre voy por ahí diciéndole a todo el mundo que no sea tan crédulo y no dé por hecho todo lo que escuche, lea, le cuenten o le chismeen. Antes bien, les sugiero, que intenten llegar al mero origen de la información y sobre todo, que quiten todo lo que cada quien, como teléfono descompuesto, le haya ido añadiendo para hacer la nota más sensacionalista. Nomás lo que es.

Ya hablamos de eso en otro artículo, solo quería recordártelo nomás para que no se te vaya a olvidar.

Ahora quiero hablar de otro dogma de vida y es este: tú eres dueño de tener tu propia opinión sin necesidad de pedir el parecer de nadie.

SI Dios con toda su omnipotencia tomó la decisión de darle libre albedrio a una criaturita tan ínfima como es el hombre, con mucha mayor razón debemos respetar esa decisión divina y ejercer nuestro libre arbitrio sin necesidad de decir siquiera agua va ni mucho menos de pedirle permiso a nadie para pensar de tal o cual manera.

A ver, vamos a desmenuzar esta idea.

No se trata de ir por el mundo regalando nuestra opinión sin que nadie nos la solicite, eso más bien se llama ser imprudente.

Se trata más bien de tomar nuestras propias decisiones basándonos en un esquema racional plagado de nuestras propias convicciones e ideas. Somos seres racionales, salvo unos infames ejemplos, que fuimos creados para alcanzar los más altos ideales, para perseguir la felicidad y la realización en todo lo que emprendamos.

La neta, no vamos a lograr nada de esto si nos convertimos en seres autómatas sin capacidad de libre pensamiento. Conozco algunos casos, cuyos nombres quisiera mencionar pero en una de esas le andan ponchando las llantas al relámpago rojo, que se la pasan pidiendo la opinión a todo mundo. Estoy seguro que es por pereza mental que lo hacen o a lo mejor, al hacerlo de esta manera, evitan la responsabilidad sobre la consecuencia de sus actos. Créanme, son gente especializada en culpar a todo mundo por los errores cometidos (les recomiendo leer mi artículo Mea Culpa, 6 de agosto de 2007) y de evadir la obligación sobre lo que por su acción suceda.

Recuerdo un tiempo, en el que tuve algunas dificultades personales y una persona muy cercana se encargó de ventilar mi vida a toda la gente con la que tenía contacto cercano. Vecinos, parientes, disque amigos, conocidos, todos supieron son lujo de detalle acerca de mi situación. Al principio ni enterado de que ya sabían más de mi vida que yo mismo, entonces se me hacían curiosas las diferentes reacciones que la gente tenía hacia mí.

Había quien se acercaba con palabras de aliento. Otros se acercaban a corroborar lo que les habían contado de mí. El colmo fue una comadre que se acercó a darme un consejo. En ese momento, me cayó el veinte e hice acopio de mi derecho de libre albedrío. Paré en seco a mi comadre y le dije una de mis frases favoritas: pues tú piensa lo que quieras, contra eso no puedo hacer nada y me fui de ahí.

Como yo no podía controlar lo que la gente pensara no me quedó otra que guardar silencio, lo cual ocasionó todavía más especulaciones. Pero eso sí, siempre seguí fiel a mis ideas hasta llegar a puerto seguro.

Como aprendizaje me quedaron varias cosas:

Primero, nunca vamos a tener el control sobre lo que la gente piense acerca de nosotros y lo más maravilloso, ni siquiera es importante. Que piensen lo que quieran.

Segundo, siempre vamos a tener control sobre nuestros pensamientos por lo cual debemos siempre cuidar de mantener nuestro cerebro lleno de cosas que valgan la pena y desechar toda la basura que pudiera llegar a él, eso sí, deséchala tan pronto te llegue porque puede contaminarte. Piensa lo que quieras.

Tercero, si tú no piensas, alguien lo hará por ti. Es la pereza mental al extremo. No pienses lo que no quieras.

Por último, sé autentico en tus pensamientos. No seas la copia de nadie. Tú mismo eres único e irrepetible, ¿Por qué tus ideas deberían ser iguales a las de otro? Aprende a pensar por ti mismo y disfruta de ese proceso. Piensa lo que te dé la gana.

 

Lectora, Lector Queridos, piensa por ti mismo y que la gente piense lo que le dé su gana.

 

El Escribidor

12 de junio de 2020


lunes, 8 de junio de 2020

Un perro viejo


Ya he hablado en otros artículos acerca de la grandeza de Dios y de cómo lleva a cabo sus milagros sin pedir permiso a nadie (Él no tiene jefe) y de la manera más inesperada. Le encanta dar sorpresas y regodearse en las excepciones.

Los humanos en cambio, tenemos la terrible costumbre de querer controlar todo. Es por eso que nos cuesta tanto trabajo adaptarnos a situaciones nuevas que, lejos de representar un reto a nuestra capacidad, nos hacen sentir achicopalados y nos da por amilanarnos y huir.

Queremos controlar nuestra vida, la de nuestros hijos, nuestro presente y nuestro futuro; queremos controlar incluso todas esas cosas que por principio y origen son incontrolables a tal grado que aspectos como la vida y la muerte se vuelven nuestra búsqueda de por vida. Vamos por ahí buscando la manera de no morirnos en lugar de preocuparnos por bien vivir.

Pero eso a Dios le tiene sin cuidado. El hombre dice: la vida promedio del perro es de 15 años, nos preparamos y nos programamos para tener nuestro perro por una década y media.

A Dios le vale un cacahuate nuestros promedios de vida, el otro día me encontré a un anciano caminando por el parque y después de saludarlo me di cuenta que traía dos perros con él. Uno de edad media –se veía joven- y el otro ya muy desvencijado. Le pregunté al dueño que por qué iba tan lento ese perro, a lo que me contestó: -es que ya es muy viejo-. ¿Ah sí?  Pues ¿cuántos años tiene? –veintidós- me contestó. ¡Veintidós! ¿Dónde quedó el promedio que dictó el hombre? Utilizando la estadística creada por el hombre -que dice que por cada año de humano representa siete años de perro- ¡ese perro tendría ciento cincuenta y cuatro años! Por cierto, el perro se llama Guarura.

¡Que Matusalén ni que nada! Eso es lo que yo llamo un perro viejo.

No vayamos muy lejos, estaba el asunto del agujero en la capa de ozono, que por años trabajó el hombre para buscar la manera de que al menos no se hiciera más grande. El hombre quería cerrar ese agujero que él mismo creó. Hagan de cuenta como un niño queriendo pegar las partes rotas de un florero antes de que se entere su mamá. Lo intentó por uno y mil medios y nomás no lo logró.

En cambio, ¿Qué sucedió cuando Dios se involucró? Bastaron unos meses de confinamiento para que el agujero se cerrara. A grandes males, grandes remedios.

Ojo, no estoy diciendo que Dios haya provocado esta pandemia para cerrar el agujero, lo que quiero dar a entender y que espero que así sea, es que en su infinita sabiduría Dios sabe cómo lograr que las cosas, dentro del caos, tomen la forma que más nos convenga como humanidad.

Repito una frase que me encanta: Si Dios quiere que una hoja permanezca, podrá desaparecer el árbol y la hoja permanecerá.

A lo que voy, Lectora, Lector Queridos, es a que pienso que es mucho más conveniente dejar de hacerle al dios. Creo que ha llegado el momento de bajarle a nuestras ínfulas de amos del universo. ¿No nos bastó con un bichito chiquito llamado coronavirus, para darnos cuenta de la pequeñez del hombre? ¿No hemos caído en cuenta en lo insignificantes que somos los humanos comparados con la grandeza del universo? ¿Todavía no caemos en cuenta que muy probablemente fuimos creados con otro fin diferente que sentirnos superiores y especiales cuando en realidad somos tan solo un personaje más de la creación?

No quiero dejar a un lado la enorme inteligencia del hombre y su curiosidad por el mundo que nos rodea. Somos capaces de buscar y encontrar la partícula que da origen a la vida y hasta de encontrar las fronteras del universo.

Pero eso sí, hagámoslo de una manera humilde como quien está esculcando en la bolsa de su Papá, con mucho cuidado y respeto, no vaya a ser que se enoje y nos ponga pintos.

¿Qué les parece si lo que vayamos encontrando lo compartimos entre todos? Y sobre todo, no nos vanagloriemos de nuestro hallazgo y, si encontramos algo que no debemos hurgar, mejor dejémoslo ahí.

Recordemos lo que sucedió con Adán y Eva: pudiendo comer de todos los arboles del huerto, se empeñaron con comer el único que estaba prohibido y pues el resto es historia.

Por último, quiero reiterarles que hay cosas que de plano no podemos controlar. De plano, no nos esforcemos por dominarlas, nada más nos vamos a desgastar y ni vamos a lograr nada. Que les parece si mejor nos enfocamos en aceptarlas y sobrellevarlas, haciendo gala de nuestra capacidad de adaptación y de disfrute.

Les mando un abrazo adaptativo para que nunca olviden que hay alguien que es mucho mejor que todos juntos, Dios.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. 7 de junio de 2020


miércoles, 3 de junio de 2020

Aquí y ahora


Me encontré por ahí un párrafo del libro Golden Day de Robert Burdette que viene a bien para estos tiempos y que dice: «Hay dos días en la semana que nunca me preocupan. Dos días despreocupados, mantenidos religiosamente libres de miedos y temores. Uno de esos días es ayer…y el otro día que no me preocupa es mañana»

Aquí vemos la clave para contrarrestar toda esta neurosis global ocasionada en gran medida por la pandemia y por todos los actores en este juego de dimes y diretes llamado chisme social –léase redes sociales–.  

Por un lado, vivimos preocupados por todas las cosas que dejamos de hacer; o por las cosas que hicimos mal; nos exacerba el coraje por no haber tomado una decisión adecuada y por habernos equivocado. O por habernos equivocado al no tomar una decisión.

Fantasmas del pasado arrebatándonos un presente valiosísimo e irrepetible, impidiéndonos gozar del momento presente.

Y luego aparece la depresión como una factura por cargar con nuestras culpas pasadas.

Eso sí, somos especialistas en el arte de la culpa.

Deporte nacional practicado desde tiempos inmemoriales.

Arraigado en nosotros por nuestros ancestros los cuales dominaban el arte de culpar a otros y sobre todo, de hacernos sentir culpables.

Ratificado por nosotros mismos, blandiendo la culpa como un arma contra los demás tratando de evadir nuestra propia ineficiencia o inmoralidad.

Por otro lado, vivimos preocupados por lo que pueda suceder mañana. Miedos anticipados alimentados por nuestra ignorancia o por nuestra inocencia al creer cuanto informe nos llega sin si quiera cuestionar la fuente.

Calamidades e infortunios imaginarios invaden nuestra tranquilidad y nuestro presente.

Creamos en nuestra mente todo tipo de escenarios apocalípticos y terminamos por creerlos. Ensuciamos una vez más nuestro presente con situaciones irreales.

Entonces aparece el cobro, una angustia desmedida ocasiona en nosotros una ansiedad incontrolable.

Le llaman las enfermedades del siglo XXI: la depresión y la ansiedad. Ambas totalmente psicosomáticas. Ambas totalmente manejables.

Pero no, nos aferramos a creer que de verdad estamos enfermos y nos plagamos de síntomas que nos hacen creer que de verdad estamos enfermos.

Dolores de cabeza, dolores musculares, gastritis, enfermedades de la piel y muchas más aparecen producto del stress, primo hermano de ambas.

Comenzamos la carrera por la salud, asistimos al psiquiatra, al psicólogo, al médico y muchas veces recurrimos hasta con charlatanes para que nos ayuden con nuestros problemas.

Pero la solución es muy simple y está al alcance de nuestras manos. No va a ser fácil pero si somos constantes, lograremos vivir en paz.

La solución consiste en vivir el momento presente. Nada de preocupaciones por lo que pueda pasar ni culpas por lo que pasó. Lo verdaderamente importante es aquí y ahora. Este momento es el más precioso y debemos esforzarnos en vivirlo con una intensidad como si fuera el último momento de nuestro existir.

Vivamos un momento a la vez. Disfrutemos de quienes nos rodean y de lo que nos rodea. Demos gracias a Dios por estar vivos un momento más.

Desechemos todo lo que nos quite la paz y el sosiego.

Recuérdenlo Lectora, Lector Queridos, el momento más importante es el momento que estamos viviendo porque no habrá otro igual.

Para que vivas el momento presente y lo disfrutes al máximo, te mando un abrazo

 

El Escribidor

Monterrey, N.L a 2 de junio de 2020


jueves, 28 de mayo de 2020

El nuevo orden mundial

No sé qué me molesta más, si ver una y otra vez los mismos capítulos de CSI: Miami –que habiendo cientos de ellos, siempre pasan los mismos cinco– o escuchar por todos los medios y redes sociales, una y otra vez las mismas noticias pesimistas y los mismos discursos consoladores.

Tiro por viaje, se presentan diferentes expositores en variadas plataformas y conferencias y como que ya se les acabó la inspiración y no salen de los mismos temas trillados. Que si el Covid; que si la nueva normalidad; que si la crisis económica producto de la pandemia. Total, puros dramas.

El colmo fue escuchar de un tipo que habló del nuevo orden mundial. Inmediatamente vino a mi memoria esa teoría conspirativa que habla que un grupo pequeño de individuos, forrados de lana, que tiene entre sus pendientes crear un gobierno único para llevar las riendas del mundo. Hagan de cuenta como un titiritero manejando con sus manos los hilos de todos los gobiernos del planeta.

Por un momento me emocioné y hasta una lágrima corrió por mi mejilla. Por un momento me imaginé recetándome una disertación original sobre un tema sumamente interesante para mí.

Pero no, el tipo no hablaba para nada de los Illuminati ni de los Masones, hablaba de un nuevo orden para hacer las cosas. Pan con lo mismo.

Quiero proponerles algo a todos los expositores, líderes, padres de familia, sacerdotes, compadres, señoras –si leíste bien, incluí a esa especie tan peligrosa– ¿Cómo ven si de aquí hasta nuevo aviso, nos dedicamos a facilitarnos la vida unos a los otros? ¿Qué tal si ahora en lugar de transmitir noticias desastrosas y desalentadoras, nos damos a la tarea de dictar discursos motivadores? Es más, hasta les acepto que en lugar de pasar noticias negativas, pasen memes o chascarrillos. Se vale.

No estoy hablando de una campaña sensiblera y cursi, me refiero más a mentalizarnos y reprogramarnos para que cada vez que abramos nuestra boca sea para sumar y no para restar.

Escuché en otra video conferencia a un tipo hablando de que de esta crisis deberíamos salir más ágiles, más inteligentes y más esbeltos. Me gustó. Déjenme les platico un poco más. Voy a tratar de dar mi interpretación porque su comentario iba más enfocado a las empresas del nuevo orden mundial.

Una vez que todo esto concluya, o al menos amaine un poco más, un nuevo Yo debería surgir. Se supone que este confinamiento nos ha llevado a realizar actividades nunca antes vistas, mucho menos esperadas y a veces hasta no deseadas. Como dijo el pollo: vamos al grano.

El nuevo Yo debe ser más ágil en el sentido de la urgencia y de la reacción. Individuos más prestos a la acción ante las posibles amenazas futuras y ante una posible nueva adaptación. No significa que solamente debemos esperar desventuras en el futuro, pero también debemos ser ágiles para detectar y aprovechar las oportunidades y a adaptarnos a nuevos tiempos de bonanza.

Más inteligentes, dado que el confinamiento nos hizo explorar áreas de nuestra vida y por ende de nuestro cerebro que normalmente estaban idiotizadas por el tren de vida del confort y del placer. La creatividad se detonó ante los retos que se nos presentaron y nos hizo crear nuevas rutas neuronales y nos hizo crear de maneras nunca antes esperadas. En un tris, nos hicimos más inteligentes y nos reivindicamos con nosotros mismos dando marcha atrás a una vida robotizada de años.

Y finalmente más esbeltos, no solamente en nuestro cuerpo –aplica para la gente que se metió de lleno a hacer ejercicio para cuidar su salud- sino en nuestra vida. Nos dimos cuenta que en realidad no se necesitan tantas cosas superfluas que el consumismo ya nos había convencido que eran necesarias.

Recuerdo alguna vez haber escuchado a una compañera de trabajo decir que le urgía ir a Mc Allen porque necesitaba comprar ropa.

Qué necesidad tan vana. Quizás lo que quería decir en realidad era: mi Yo consumista me insta a comprar ropa y yo no encuentro otra manera de satisfacerlo que obedeciéndolo.

Por ahí hay una frase que me gusta y que se la adjudican a San Francisco de Asís, no me consta que sea de él, pero igual suena románticamente atractiva. Dice: Tengo poco y lo poco que tengo, lo necesito poco.

Deberíamos salir más esbeltos de todo este rollo deshaciéndonos de todo el bagaje que hemos cargado por años. Debemos tirar a la basura rencores, envidias, prejuicios, costumbres, mañas, etc. para salir de verdad más esbeltos internamente.

Me encanta la perspectiva de renacer a una nueva vida social. Pongámonos manos a la obra y estoy seguro que entre todos si andamos haciendo un cambio. ¿Quién dice yo?

Lectora, Lector Queridos, vamos a esforzarnos por salir de este desgarriate más ágiles, inteligentes y esbeltos, yo les echo porras.

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 27 de mayo de 2020


miércoles, 13 de mayo de 2020

La nueva normalidad

Monterrey, N.L. a 12 de mayo de 2020


No sé si ya te platiqué Lectora, Lector Queridos acerca de mi animadversión hacia las mudanzas y los cambios radicales en mi vida. No se trata solo de la resistencia al cambio nada más por molestar, es más que nada una resistencia a tener que adquirir nuevos hábitos y el tener que adaptarme a costumbres nuevas.

Ahora bien, resulta que con esto de la pandemia, todo lo que consideramos «normal» se nos fue por un traste y nuestra vida cayó en el «limbo». De hecho, ya hemos estado hablando de los efectos de la pandemia en nuestras vidas y trabajos y ahora quiero abordar el tema de lo que sucederá cuando todo este teatrito se termine y volvamos a la «normalidad».

Los gringos le llaman a esta nueva realidad «new normal» que se traduce literalmente como la nueva normalidad.

¿Pero qué es en si la nueva normalidad? Pues hagan de cuenta que es como volver a nuestra vida normal pero al estilo del tristemente célebre programa de Big Brother donde siempre las reglas cambian y lo que antes se valía simplemente ya no.

Sé que cuando el gobierno dé el banderazo y nos diga que podemos retomar gradualmente nuestra vida, muchos se van a abalanzar sobre sus viejas costumbres solo para darse de topes contra la pared porque simplemente lo que ahí estaba ya no estará.

Por principio de cuentas, yo creo que se van a encontrar un montón de personas paranoicas que al mínimo estornudo huirán cual gacela asustada; eso sin considerar que de aquí a que el cubre bocas caiga en desuso van a pasar varios meses sino es que años; con decirles que ya hasta diseños de los más variados he visto. El cubre bocas llegó para quedarse, ¡eso sí que sí!

Por otro lado, la gente cambió sus hábitos de consumo y pasó de ser escépticos en la compra en línea a ser firmes creyentes. Descubrieron que no solo es seguro comprar por internet sino también es más práctico, cómodo y sobre todo nos evita el riesgo de contagiarnos de quien sabe cuántas enfermedades, entre ellas el Covid-19.

Otro cambio importante en el humano es la manera como aprende y se capacita.

En el Mundo A.C. (Antes del Covid) nos encantaba atestar las salas de capacitación y hacer eventos multitudinarios y hablar de capacitación por Youtube o alguna tecnología similar, simplemente era de flojera. Bueno en el Mundo D.C. (Después del Covid) seremos capaces de capacitarnos motu proprio y tendremos que ser capaces de controlar nuestros tiempos e incluso automotivarnos. 

Hablando de los negocios, en el Mundo A.C. en trabajar el casa era impensable y sólo las empresas más vanguardistas se daban el lujo de mandar uno o dos días al mes a sus empleados más leales –léase los más amaestrados. La pandemia mostró números fríos: para las empresas, el home office representa enormes ahorros en gastos por insumos, en energía eléctrica, espacios físicos, etc. además de disminuir el ausentismo y el estrés, aumentar la productividad y la lealtad de los empleados teniendo una mejor calidad de vida.

En un Mundo D.C. muy probablemente una parte de la plantilla laboral permanecerá en el esquema Home Office y eso ya no cambiará, esa es la nueva normalidad en el trabajo.

En lo social, en un Mundo D.C. es probable que la tendencia sea la disminución de la asistencia a los lugares públicos pero un aumento en el consumo en lo relacionado a servicios a domicilio, eventos vía internet, una mayor utilización de streaming para música y videos. No creo que los conciertos, la asistencia a los restaurantes o cines vayan a desaparecer, más bien la gente cambiará sus patrones de consumo asistirán pero de una manera más selectiva, eso sí cuidando siempre el distanciamiento social el cual se volverá un hábito para el futuro y más allá.

Por último, en la nueva normalidad, nos vamos a encontrar con gente un poco más amable con su entorno ecológico, un poco más solidaria y sobre todo más consciente de su fragilidad humana y de cómo en cualquier momento, puede suceder algo que cambie su vida y la cambie radicalmente. Creo que aprendimos a planear más en corto sin tanta soberbia. El vivir un día a la vez se volvió un grito de guerra.

La dueña de mis sueños –porque ya no tengo quincenas- se apanicó cuando platicamos de un cuadro sinóptico de gobierno donde indicaba las fechas y la manera como se reactivarían las actividades de la vida diaria porque está preocupada de salir diferente después de la pandemia y siente que no ha avanzado lo suficiente en su transformación. Me dio gusto saber que se preocupa por cambiar porque hay mucha gente que simplemente le vale y será exactamente igual que cuando todo este desbarajuste comenzó. Bien por ella.

Lectora, Lector Queridos, no estoy diciendo que esto ya se terminó, todavía falta, pero eso sí, debemos estar preparados para esta nueva normalidad, nos guste o no.

Te mando un abrazo, que te permita sentirte feliz y confortable en este clima de cambios,

 

El Escribidor


martes, 5 de mayo de 2020

Confía en Alá pero ata tu camello

Monterrey, N.L. a 4 de mayo de 2020


Voy a hablar de religión, a lo mejor piso algún callo, pero como diría el Chavo del Ocho: -fue sin querer queriendo.

De Oriente nos llega mucha cultura, historia e inclusive de allá vienen las religiones más acendradas para mi gusto. De aquellas lejanas tierras nos llega el Jainismo, el Budismo, el Zoroastrianismo, el Shintoísmo, el Islam y otros muchos ismos.

 Pero principalmente de allá llega mi religión, la que reconozco como la mera mera, el Cristianismo.

¿Por qué se le pegó en gana a Dios Padre que Cristo y nuestra fe nacieran en esos cálidos y recónditos parajes? ¡Sepa! Yo creo que tiene que ver con lo complicado que es vivir en esa zona y en especial en el desierto (les recomiendo leer en mi blog El Desierto, 25 julio 2007) donde se prueban los hombres y su fe. ¡Qué mejor lugar para determinar si tenemos una fe de a mentiras o de a «deveritas! –como diría la menor de mis hermanas.

Total que quiero contarles un cuento que me encontré en internet y que muchos se adjudican como propio, pero la verdad considero que ha de ser uno de esos que se le ocurrió a algún personaje de oriente que se olvidó de ponerle el Copy Right y pues ya cualquiera pudo decir que él lo hizo.

Pero vayamos al cuento que es lo importante en este escrito y después lo desmenuzamos.

Dice así:

«Un maestro sufí estaba viajando con uno de sus discípulos. El discípulo era el encargado de cuidar del camello.

Llegaron de noche, cansados, a la posada para caravanas. Era obligación del discípulo atar el camello, pero no se molestó en hacerlo y lo dejó fuera. En cambio, se dedicó a rezar, le dijo a Dios: Encárgate del camello, y se durmió.

Por la mañana el camello no estaba: había sido robado, se había ido... podía haberle ocurrido cualquier cosa. El maestro preguntó: -¿Qué ha pasado?

¿Dónde está el camello?-No lo sé -dijo el discípulo-. Pregúntaselo a Dios,

Porque yo le dije a Él que lo cuidara; y como yo estaba cansado, no tengo la menor idea. Yo no soy el responsable porque se lo dije muy claramente. No hay forma de que no lo entendiera: se lo repetí tres veces. Y como siempre enseñas que debemos confiar en Dios, he confiado. Ahora no te enfades conmigo.

El maestro dijo: -Confía en Dios, pero primero ata el camello, porque Dios no tiene otras manos que las tuyas. Si quiere atar el camello, tendrá que usar las manos de alguien; pero no tiene otras que las tuyas. ¡Y es tu camello! La mejor forma de hacerlo, el camino más sencillo y más fácil es usar tus manos. Confía en Dios, no confíes sólo en tus manos; de otro modo estarás tenso. Ata el camello y después confía en Dios. »

Vamos a situarnos en el contexto para poder sacarle el jugo al relato.

Primero, el camello en esos lares viene a ser algo más que un medio de transporte, son tan importantes para la gente de allá que llegan a ser inclusive un símbolo de estatus. Cuantos camellos tienes indican qué tan rico eres.

Esta la figura del maestro el cual lejos de actuar de manera sobre protectora y paternalista dejó que el discípulo se hiciera responsable de esa riqueza. ¿Les suena familiar, Lectora, Lector Queridos? ¿No se parece mucho a la libertad de elección que Dios nos regaló? Justamente eso es lo que representa, Dios otorgándonos nuestro libre albedrío.

Era el desierto, era de noche, estaban cansados. ¿A qué les suena? ¿No es un poco es la pandemia, estamos en casa sin poder salir, estamos cansados? Es decir, normalmente las pruebas aparecen de la manera más insospechada. Sin decir: ¡Agua va! Nos llega el ramalazo de la epidemia y de la confinación. Y ni a quien reclamarle. Debe ser mucha la impotencia que muchas personas debieron sentir, acostumbrados a reclamar sus derechos. Más de un@ debe haber pensado: -hay que hablarle al gerente. Pero ¿saben una cosa? Ese gerente no toma llamadas.

Finalmente está el discípulo, o sea tú mismo, que en un gesto de flojera y comodidad dejó su misión más importante al azar, que al cabo Diosito me lo va a cuidar. Claro, ¿Y tu nieve de limón de qué sabor la quieres discípulo flojo? Así no funcionan las cosas. Tenemos un dicho, el equivalente en occidente, que dice: A Dios rogando y con el mazo dando.

Es decir, pide las cosas como si todo dependiera de Dios pero actúa como si todo dependiera de ti. Dicho de otra manera, está muy bien creer que para Dios no hay imposibles pero es una realidad que no podemos manipularlo a nuestro antojo y hacer que Él haga lo que nos corresponde a nosotros.

Que quede bien claro Él no va a hacer lo que nosotros con nuestras manitas debemos hacer.

Lectora, Lector Queridos, te mando un abrazo bien fuerte no le aunque que haya coronavirus.

 

El Escribidor


jueves, 30 de abril de 2020

Si quieres ver sonreír a Dios


Monterrey, NL a 29 de abril de 2020

Cuéntale tus planes. Así dice el dicho y así son las cosas.
Yo creo que es más fácil entender lo que nos pasa si lo vemos desde la óptica de nuestra realidad. Me gustaría saber –por pura curiosidad estadística- cuántos de los planes trazados con esmero y exactitud se vinieron abajo con esto de la pandemia.
Sería muy divertido ver la cara de los grandes hombres de negocios, recios en su carácter, decididos en sus planes y estrictos en su manera de ser, cuando les dijeron por primera vez: Don mandoatodomundo, sabe que el sr. Otroquemandaatodoelmundo no va a poder reunirse con usted. ¿Ah sí? y eso, ¿por qué? ¿No sabe acaso con quién está hablando? Este, si Don, pero resulta que está prohibido viajar por avión y pues los vuelos están retrasados o de plano cancelados. ¿Y eso por qué? Lo que pasa Don, es que hay una pandemia de coronavirus. Mmm puros pretextos para no trabajar.
Y se aplicó la contingencia no le hace que fueras morenito o güerito; chaparro o gigante; católico o musulmán; pobre o rico; bonito o más bonito. Todos a su casita a disque hacer Home Office, que no es más que otra forma de decir, vamos a capacitarnos On-Line, a jugar en el cel y a ver videos. Ah y a tener hartas juntas, finalmente hay que justificar el sueldo.
Los «lo quiero para ahorita» se cambiaron por los «¿Cuándo crees que me lo puedas tener?».
Las oficinas se cambiaron por salas.
Los trajes se cambiaron por pijamas.
El Stress se cambió por Relax.
Y ni quien pille por estos cambios de modalidad. Ni quien se queje –salvo sus deshonrosas excepciones que se aferran a quitarle lo hogareño a las videoconferencias de Home Office- por la humanización de la deshumanizada vida laboral.
 Hay un grupo de seres vivos que el Home Office les viene guango.
Puede ser la junta más importante del día y si al niño se le ocurre que quiere mostrarle su pictórica obra de arte en ese momento a su papá, pues va y se la muestra. Al fin y al cabo, el papá y su junta están invadiendo su otrora terreno y horario de juego. Y ni quien diga nada.
Las mascotas son otro caso que se cuece aparte, puede estar la clase universitaria virtual en pleno apogeo pero si al gato se le ocurre ir con su ama, aunque sea la maestra, rompiendo todo el protocolo va y se aposenta en sus piernas, como quiera suelen ser suyas. Y ni quien diga nada.
No podían faltar los campeones de la impertinencia, lo cuales a media reunión por video conferencia y en el momento de más seriedad, les da por afilarnos nuestros cuchillos, comprar nuestra chatarra o simplemente traernos una serenata no solicitada. Sólo se escucha un «disculpas» de aquel que, en un descuido, dejó encendido su micrófono. Sonrisas de fondo, un poco de relajación y la junta continúa. Y ni quien diga nada.
¿Y las agendas? ¿Y los planes estratégicos de negocios? ¿Y los planes personales? Excuso decirles que perdieron vigencia. No hay planes más allá de un mes. Aprendimos a vivir un día a la vez, una semana a la vez, un mes a la vez.
De hecho el dicho judío original dice: Nosotros planeamos, Dios se ríe.
Y como no se va a reír si los humanos en nuestra pequeñez creemos que tenemos el control de nuestras vidas. Creo que ya quedó más que claro que lo único que podemos controlar son nuestros celulares y nuestras televisiones.
A mí me da mucho gusto que Dios nos haya puesto un hasta aquí a todo nuestro relajo. Que nos haya puesto una pausa general para repensar nuestras vidas egoístas y llenas de materialismo. Que bien que nos puso cara a cara con nuestra debilidad humana –aunque pienso que se vio muy extremo pero de otra manera se me hace que no hubiéramos recapacitado.
Solo nos queda esperar a que nos den permiso para retomar el permiso de seguir con nuestras vidas. ¿Cuánto faltará? No los sabemos. ¿Cómo lo haremos? Ni idea. ¿Cómo seremos después de que todo este asunto concluya? Sepa.
De una cosa estoy seguro, cuando se den las cosas, ya nada será igual, queramos o no. Hagan de cuenta que nos quitamos un zapato después de mucho caminar y nos lo queremos poner de nuevo, no va a entrar. Así será, vamos a querer tomar nuestra vida normal y no va a entrar. Entonces, tendremos que evolucionar.
Lectora, Lector Queridos, los invito a que nos preparemos a una nueva vida sin saber cuándo llegará.
Les mando un abrazo evolucionado y con el permiso de Dios, para que no se ría,

El Escribidor

jueves, 23 de abril de 2020

Lo que la cuarentena se llevó


Monterrey, NL a 21 de abril de 2020

Es de esperar que cuando un humano pasa por algún proceso pase también por alguna transformación. Y este es el caso, estamos pasando por una situación totalmente insospechada y sería de esperarse que al finalizar todo el guateque nos encontráramos con mujeres y hombres diferentes a los que iniciaron el aislamiento social.
Mujeres y hombres con más competencias emocionales, culturales, sociales, espirituales y sobre todo, humanas.
Mujeres y hombres con capacidades reforzadas de resiliencia, fraternidad y solidaridad.
Pero, ¿quieren saber mi amarga teoría? Es muy probable que al final de todo este relajito, lo único que encontraremos será mujeres y hombres robustecidos en su egoísmo y en su cuerpo. Estoy hablando de la clase media alta para arriba. Porque desafortunadamente la clase media baja para abajo muy probablemente estará afectada por este embate global y serán más flacos en su economía y en su ánimo.
Quiero ejemplificar aquello de lo que estoy hablando.
El día lunes de esta semana -¿Qué semana estamos? No importa- tomé un Webinar titulado: «¡11 pasos para superar la crisis COVID-19!» –voy a omitir el nombre de la empresa y los actores para no meterme en líos gratis–. Hubo en esa conferencia un par de consejos que me sacaron roncha y quiero verlos a detalle.
El primero de ellos hablaba de que deberíamos estar atentos en estos tiempos porque son tiempos de oportunidades ya que muchas compañías van a quebrar y pues, es oportunidad para comprar mobiliario, maquinaria, carteras de clientes y demás cosas a un súper precio. No sé por qué se me vino a la mente la imagen de buitres revoloteando alrededor de animales moribundos. Ojo, no estoy peleado con aprovechar las oportunidades cuando tanto comprador como vendedor ganan. Lo que me enerva es la visión deshumanizada de comprar cuando el vendedor está urgido o necesitado, ¡nosevale! Una cosa es ser un buen negociante pero lucrar a costa de la desgracia de otros ya raya en la mezquindad.
El segundo decía que son tiempos de controlar los gastos. Decía el expositor –la misma chula persona que dio el consejo anterior y que se ufanó al nombrarse empresario de los que comienzan desde abajo- si necesitas bajar gastos deja de pagarle a aquellos que no te afecten a tu operación y pues siempre tendrás la oportunidad de ajustar gente, pero claro, ese consejo no te lo puedo dar yo. ¡Genial! Pura ética empresarial que habla de la calidad de persona. Yo creo que lo más importante en estos tiempos es salvaguardar la supervivencia de las empresas pero no a costa de la gente. Llegará el momento de tomar crudas decisiones pero esas serán el peor de los casos. Siempre hay un plan B. ¡nohayqueser!
Pero no crean que todos los casos son negativos, diría mi padre, de todo hay en la viña del Señor.
Hay un sacerdote, en una iglesia perdida en la lejanía y en el olvido de todos, que de alguna manera se dio cuenta que la gente de esa zona comenzó a pasar por carencias económicas derivadas del cierre obligado de las empresas. Y no hablo de gente que tendrá que dejar de tener lujos, hablo de gente que no tiene que comer.
El padre se puso a pedir ayuda a todo mundo para conseguir comida para su comunidad. Se encarga de recogerla, de repartirla para que le llegue a más gente. El se encarga de recogerla personalmente y de entregarla asegurándose de que llegue a las personas correctas. Pero no crean que nomás pide, también va y compra de su bolsa.
Vas a decir Lectora, Lector Queridos qué chiste, es un padre. Pues sí, pero hay muchas personas que simplemente se replegaron y no salen por miedo al contagio y este padre sigue trabajando con riesgo de contraer el susodicho virus. Yo digo que lo clonemos y lo repartamos por todo México.
Estamos viviendo un tiempo –cuarentena- que nunca nos había tocado vivir así, al menos no de manera global y estábamos tan acostumbrados a nuestra libertad que muchas veces y en muchas personas ya parecía más bien libertinaje y de pronto, ¡puf! Todo desapareció.
Viene a mí una pregunta muy inquietante y te la expreso: ¿Qué va a pasar después de que pase la cuarentena? Porque mucha gente se la pasa «responsablemente» en casa haciendo Home Office. Pidiendo comida a domicilio y distrayéndose con Netflix o cualquier otra compañía de streaming. Eso sin contar el tiempo que se la pasa en redes sociales. Se justifican diciendo que están pasando tiempo de calidad con su familia. ¿Tiempo de calidad? ¿Han visto Lectora, Lector Queridos una escena donde los papás están en el celular, los hijos en la Tablet y los abuelos nada más mirando?
Viene a mi memoria la parábola de los talentos, Mateo 25:14-30; ¿Qué le diríamos a Dios al final de la cuarentena si se diera el caso? ¿Cuánto habremos incrementado los talentos que nos otorgaron? ¿Seremos mejores personas? ¿Habremos aprovechado bien el tiempo o lo habremos desperdiciado en cosas inútiles?
No quiero parecer un aguafiestas, pero pienso que aún es estos tiempos de baja actividad, hay tiempos para trabajar, tiempos para divertirse, tiempos para descansar, tiempos para aprender y otros más. No se trata solo de estar trabaje y trabaje, pero tampoco se trata de estar nada más tirados en la hamaca porque al pasar todo esto, seguramente nos habrán subido la vara de la competitividad y habrá personas que si se superaron y serán mejores que nosotros en todos los sentidos y entonces, ¡atemblarsehadicho!
Te mando un abrazo fraterno y diferente para que tomes fuerza y retomes las riendas de tu vida,

El Escribidor

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...