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jueves, 16 de julio de 2020

Se nos fue la tía Turbina

No sé si ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que mi casa, que también es su casa, viene a ser algo así como un arca de Noé pero en chiquito. Nos encanta tener animales aunque no a todos les encanta hacerse cargo de todos sus desechos, porque eso sí, una mascota es una responsabilidad muy grande y si adquieres una mascota, es para cuidarla y quererla.

Tener una mascota es como tener un hijo nini, pero con un encanto que te conmueve hasta la médula de los huesos, son incondicionales y nunca están de malas.

Hemos tenido peces, cangrejos ermitaños, tortugas, y más.

En este momento, tenemos un perro chihuahua, llamado Spunky; una perra anciana con un poco de labrador, llamada Cookie; una perra medio pastor alemán negra, llamada Nala y una coneja, llamada coneja.

Y teníamos una cuya llamada Cuyini Bebini, Psicofisio, Cuya, piche Cuya y tía Turbina, por su parecido con la tía Turbina de la película Robots, en alusión a su enorme trasero, les voy a poner una foto para que los que son visuales se den una idea de qué estoy hablando:


Resulta que los cuyos son roedores provenientes de Perú –dicho sea de paso, allá se los comen- que tienen como característica un chillido muy característico que viene a ser su distintivo, “cui cui”. Y viene a ser como un pseudo lenguaje y suele variar para indicar que tienen miedo, hambre, les falta agua, están contentos, etc.

Son animales muy activos, la tía Turbina estaba casi siempre tomando agua, nunca entendimos porque tomaba tanta. Al principio solamente comía cuyina, pero poco a poco y a despecho de su cuidadora, fuimos dándole manzana, pera y hasta durazno.

Su llegada fue de una manera inesperada. Mi hija, la mayor, cursaba una materia que se llamaba Psicofisiologia. Tuvo que adquirir a Psicofisio para llevar a cabo un experimento. Una vez concluido, intentamos por todos los medios darla en adopción y ¿qué creen? Nadie recibe animales de granja, como si fueran desechables.

Total que tuvimos que quedarnos con ella. No queríamos porque nos encariñamos muy fácilmente con los animales y luego la sufridera cuando se van.

Mi hija, la menor, decidió adoptarla y hacerse cargo de todas sus necesidades. Le compró una jaula que viene a ser algo así como una casona a todo lujo. Le puso aserrín, su bebedero y pasaron cinco años desde su llegada.

Dije teníamos porque el de hoy por la madrugada, paso a mejor vida. Yo digo que ya está en el Mictlán aunque mi hijo el letrólogo afirma que ahí solo van los perros, pero yo digo que ahí van todas las mascotas que tuvimos en vida.

Paso a comentarles cómo es que murió la tía Turbina.

Ayer, todo transcurría normal, (al menos eso parecía), hasta el momento en que, rompiendo las reglas de su cuidadora, intenté darle un poco de pera. Así lo hice y se me hizo muy extraño que no brincara a comérsela, adoraba la fruta. Estaba muy tranquila acostada. La moví para ver que todo estuviera bien y solo se arrastró. Algo andaba mal.

Mi hija, la mayor, comenzó a hacer llamadas para ver quién podía revisarla y partieron mi esposa, mi hijo y ella con un veterinario especialista en cuyas.

Después de una hora me avisaron que se iba a quedar hospitalizada (desconocía la existencia de hospitales para cuyas), que le habían puesto oxigeno porque entró en shock –y yo con ella–.

Nos dijeron que estaba muy delicada y que a lo mejor no la iba a hacer.

Efectivamente, no la hizo. En la madrugada le mandaron un WhatsApp a mi hija, la mayor, para avisarle que había perecido.

Algo que me llamó mucho la atención fue un comentario que nos hicieron en la veterinaria. Cuando les preguntamos que por qué no mostró síntomas de estar enferma hasta ayer, nos explican que al ser una presa en la naturaleza, evitan mostrar síntomas de debilidad porque eso los hace vulnerables. No se vale, ella nos debió avisar que se sentía mal.

En fin, a todos nos dolió de una manera diferente. A mi hija la mayor se le da lo de las lágrimas, ¡que chido! Así puede sacar todo lo que le duela. A mi hija la menor no se le notó nada, sé que está sufriendo pero se aguanta. A los demás, nos da por verbalizarlo que es otra manera de sacarlo de nuestro corazones.

Ojalá tengas la dicha de tener una mascota y de disfrutar su compañía, créeme vale la pena. Pero por favor no compres, adopta una.

Te mando un abrazo con un corazón un poquito adolorido.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de julio de 2020



jueves, 25 de junio de 2020

Pues sí. Pues no y ¡te bajas!

En esta ocasión voy a basar mi escrito en un chiste. No se asusten, es totalmente blanco y lleva como fin hablar de esas personas que nomás no les hayas el modo.

Resulta que iba un tipo por la carretera pidiendo ride y de pronto, después de muchos intentos, se detuvo un tráiler. Al subir notó que se trataba de un tipo mal encarado –como varios que yo conozco– con un carácter de esos que asustan al miedo, el cual al saludarlo solamente movió la cabeza en señal de saludo.

Arrancó el tráiler y el ambiente era tan denso que fácilmente se podía cortar con un cuchillo. El tipo se pone a pensar qué podría hacer para romper el hielo. Dice para sus adentros: ¿Qué tal si le hablo de futbol? No, porque a lo mejor lo odia y me baja.  ¿Y si le hablo de religión? Mejor no porque a lo mejor es agnóstico y me baja. ¿Y si le hablo de política? Pero a lo mejor es apolítico y me baja.

En esas iba cuando de pronto voltea a ver al chofer y con una amplia sonrisa le dice: «pues sí» «Pues no y ¡te bajas!» Le dice el conductor. Jajaja

Hasta ahí el chiste, ahora hablemos de la vida real.

Es común encontrarnos con personas que a pesar de nuestros esfuerzos por congraciarnos con ellas nomás no damos pie con bola. Y que conste, no es una situación exclusiva de cierto tipo de personas. Es algo así como la muerte para el humano; no importa qué tan agradable y bueno seas como persona, invariablemente durante tu vida en algún momento te encontrarás con tu némesis, con ese ser que te hará ver tu suerte.

Para ejemplo basta un botón, pero como que a mí me mandaron varios.

Resulta que cuando conocí a mi alter ego –mi mujer – fui el hombre más feliz sobre la tierra; sin embargo, ella no venía sola, venía en paquete con una mujer bajita, delgada, sonriente y muy amable que cuando se dio cuenta de que yo era el susodicho, cambió su cara y nunca más volvió a sonreír.

Bueno, no volvió a sonreírme a mí. En algún momento de mi relación con ella seguramente dije: pues sí; acto seguido, me contestó «pues no y ¡te bajas!»

Enseguida, viene a mi memoria una jefa que tuve, que para efectos del relato llamaremos Paty (los nombres son irrelevantes cuando el contexto es lo único que cuenta para una mejor comprensión del caso) cuando trabajé para una compañía gringa de tecnología.

Paty era una chilanga de hueso colorado, muy alta, mal encarada y con un carácter de esos que asustan al miedo.

Cuando yo la conocí su primer discurso hacia mí no fue nada alentador: «Mira, ya han desfilado varios por ese puesto y la verdad creo que tú serás uno más. Entonces ahorrémonos el tiempo y dime ya si crees que darás el ancho si no para pasarte de una vez con Recursos Humanos».

Sobra decir todo el esfuerzo que hice por querer ganarme no digamos su amistad, me hubiera conformado con hacerme merecedor de un trato más amable, pero nomás no se pudo. Pues no y ¡te bajas!

Algo que descubrí en los ejemplos citados, es que me esmeré en agradar a las personas en lugar de ser yo mismo y buscar ser aceptado como era.

Dicho en otras palabras, me preocupé en demasía por ser aceptado por las personas pasando por encima de mí mismo. Pero aprendí la lección según yo a tiempo.

Conocí a otra persona en mi penúltimo empleo. Era una compradora mal encarada y súper geniosa, hasta un tanto grosera y malhablada. La historia no comenzó diferente. Cada vez que me apersonaba me recibía con un: -dígame ingeniero- con una jeta que le llegaba hasta el suelo.

En otros tiempos, me hubiera esforzado por caerle bien pero no esos días.

Yo le contestaba, con un poco de indiferencia pero con mucha deferencia, gracias señorita, le encargo por favor que apoye con lo siguiente.

Después de dejarle mi encomienda, me iba a mi lugar sin mostrar ninguna emoción.

Y así se repitió la escena por varias semanas hasta que ella se dio cuenta de que yo no era una mala persona sino que al contrario, cada vez que tenía alguna dificultad para cumplir con su cometido, ahí estaba yo para apoyarla. Eso sí, mostrándome siempre indiferente pero buena onda.

No sé si fue el tiempo o los trancazos los que la ablandaron, pero al cabo de unos meses se volvió uno de mis aliados dentro de la organización.

¿Qué cambió? ¿Ella? No, seguía siendo mal encarada con muchos y discutía con todos menos conmigo.

Cambié yo, puse en la lista de prioridad primero mi persona. Hice un esfuerzo superhumano por ser auténtico y por mantenerme firme en mi personalidad, le gustara o no a la demás gente.

¿El resultado? Una paz insospechada con mi persona; una seguridad nunca antes sentida; una autoestima blindada contra todo y contra todos. En resumen, Salí ganando.

Te conmino Lectora, Lector Queridos a perseguir ser esa persona que no rinda cuentas a nadie y que no se doblegue ante ninguna persona mal encarada y geniosa que se encuentren en su camino.

Eso sí, siempre de una manera amable y educada, como decía mi amado padre: lo cortés no quita lo valiente.

Te mando un abrazo reconciliador contigo mismo,

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 24 de junio de 2020

viernes, 27 de abril de 2012

¿Ya pa´ qué?

Monterrey, N.L. a 26 de Abril de 2012

No se si te ha pasado, Lector Querido, que cuando una persona ya sabe que se va (de tu vida, de la compañía, de la escuela, de la casa) se convierte en un individuo cien por ciento adorable. Suele suceder, que los grandes problemas de interacción, de convivencia o de desempeño, se vuelven de pronto nimios y triviales.

 Pues a mí me está sucediendo exactamente eso, en este preciso instante, un colaborador se va (no motu proprio, más bien como que le dieron una ayudadita) y la verdad, se comporta de tal manera que hasta he tenido la tentación de decirle: ¿sabes qué? mejor quédate. Pero me aguanto como los meros hombres, porque el proceso de casi dos años – y que desencadenó en este resultado- trabajar con él fue haz de cuenta como ir de subidita, cargando un fardo de cien kilos en la espalda y sin pararse a descansar. Mi voluntad y mi espíritu de lucha están exhaustos, ¿ya pa´ qué?

Mi colaborador, a raíz de decidió separarse,  se ha vuelto una persona proactiva, amable a más no poder, seguidora de las reglas y sobre todo, orientada a los objetivos y yo digo: ¿ya pa´ qué?

Yo no estoy en contra del cambio, al contario, son un apasionado creyente de que la renovación es la constante de la vida y del humano. Pero la verdad, llega un momento que por mucho que cambies, queda detrás de tí una estela de destrucción. ¿Ya pa´ qué?

Asimismo,  considero que cuando no te queda nada que perder, debes arriesgarlo todo. Más sin embargo, la decisión está tomada, ¿ya pa´ qué?

Casi de inmediato viene a mí una pregunta: si eres capaz de lograr toda esta evolución en tan solo semana y media, ¿por qué razón no te adaptaste desde el comienzo? Es una pregunta retórica y no espero ni quiero una respuesta. Más bien, es como un monólogo que me invita a analizarme, por aquello de que no te entumas –diría mi padre- no vaya a ser que yo tampoco esté adaptándome lo suficiente y tarde o temprano, corra con la misma suerte.

Por lo pronto, yo voy a mandar hacer una vitrina en mi casa que diga: “Rómpase en caso de emergencia”. Dentro colocaré algún libro que me recuerde la importancia de renovarse o morir (yo voy a poner: ¿Quién se ha llevado mi queso?, Spencer Johnson, M.D. Ed. Empresa Activa). Cuando sienta que me estoy acomodando en mi zona de confort, romperé el vidrio y leeré el libro. Espero retomar el rumbo a tiempo, antes de mi ¿ya pa´ qué?


Te invito Lector Querido, a revisarte con toda sinceridad y a fondo, te invito a poner una vitrina en tu vida, ¿Qué libro pondrías tu? ¿Necesitarás romper el vidrio en este momento?

El Escribidor

PD.- ¿ya leíste?

domingo, 16 de agosto de 2009

Dos pérdidas…


Se me hace que ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que a mi más bien me gusta acomodarme y evitar cambiar de posición.

Los cambios, aunque fueren necesarios, siempre me ponen de nervios, me sacan de onda y a veces terminan por achicopalarme.

Tal es el caso de la empresa para la que trabajo, ha sido una cambiadera que para qué les cuento y justamente por esos innumerables cambios ha habido pérdidas y ganancias. Déjenme explicarles un poco.

Se qué ya hablé de pérdidas (Hay de pérdidas a pérdidas…, 6 de octubre de 2007) pero qué puedo hacer, siento una necesidad impetuosa por hablar de ellas y decirles que hay algunas que vienen a ser como el parteaguas de mi vida y por ende es imposible ignorarlas.

Por un lado, se me fue Egar, era un excelente colaborador, trabajador, «luchón» a más no poder, entregado a la compañía y sobre todo muy leal. Tenía todo y le iba bien pero se cansó. Es que el momento está difícil -lo llaman crisis- y pues para mí que se desesperó pues además tenía su propia crisis.

Ya ni hice por detenerlo, tenía la decisión tomada y llega un momento en que, a pesar de lo lamentable que pudiera ser para mi, las personas deben partir y lo dejé ir.

 Algo que siempre lo caracterizó era su vista hacia el frente y su afán de nunca conformarse. Siempre arrebatado y «entrón», veía la oportunidad e iba por ella. Pero se fue y la empresa perdió y perdí yo, como se dice en mi tierra, ¡me deben la feria!

Por otro lado, se fue otro compañero de trabajo. Debo reconocer que tenía experiencia, pero lo caracterizaba una tremenda incapacidad para adaptarse a los cambios. Siempre que hablaba, hacía énfasis en todo lo maravilloso que vivió en las compañías para las que trabajó.

Que si eran más grandes, que si tenían más recursos, que si se hacían las cosas así, que todo era mejor allá, etc. Pero nunca aceptó que las cosas ya habían cambiado: que la compañía era otra; que los tiempos eran otros; que la gente ya no era la misma.

Nomás no pudo dar lo que de él se esperaba porque siempre tuvo su visión hacia atrás y sus sueños en logros pasados.

Y se fue pero su partida fue de esas pérdidas que más bien saben a ganancia. ¡Nos dieron feria de más!

Me quedo con el asunto del cambio: debo reubicar mi confianza y mis esfuerzos en la gente que me queda. Debo descansar mis sueños y ambiciones en otra gente con diferentes sueños y ambiciones y buscar un punto en el que coincidamos para lograr llegar a lugares insospechados, hasta el momento, del siguiente cambio… Así es la vida y así son los cambios.

Hablando de cambios, mi esposa –especialista en cambios- tuvo la idea de mandar a mi hijo a vivir un momento de su vida en un lugar totalmente diferente a su familia. Mandamos a un hijo y nos regresaron a otro, más maduro, más feliz, más pleno. Salió bien el cambio. ¡Nos dieron feria de mas!

Cito un comentario que me llegó al Blog: «¿Cómo puedo hacer para dejar las cosas en manos de Dios? Porque a pesar de que soy creyente, hay momentos en los cuales uno vacila en su fe, y por más que las persona te digan: «Déjalo en sus manos, no lo presiones, el trabaja a su ritmo». Sinceramente me gustaría que al menos de vez en cuando trabajara un poco más rápido ya que la espera para mi es una agonía». Yo he aprendido, a costa de golpes de crisis, que es más fácil abandonarse en Dios -o dejar las cosas en manos de Dios- si pensamos en Él como en un padre amoroso. Platícaselo con toda la sinceridad que puedas e insístele, insístele mucho.

Dice en Salmos 34,6 «Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias». Antes de que tú pidas, la ayuda ya está en camino.

Lectora, Lector Queridos, que Dios te ayude a tener aceptación a cada cambio que se presente en tu vida,

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de Agosto de 2009

sábado, 6 de octubre de 2007

Hay de pérdidas a pérdidas...

Lector Querido, te advierto que con este artículo busco abrir en tu conciencia una herida grande y profunda, ojalá que te salga una ampolla muy grande o ya de perdida, que te de una comezón de aquellas que ni con Caladryl se te pueda calmar.

Para ponernos en contexto, permíteme comentarte que partiendo del hecho de que seas religioso o no, puedes llegar a pecar -dañar, afectar, lastimar, molestar, fallar, ignorar- de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Lo que significa que puedes ir desde la más leve de las afectaciones -el pensamiento- pasando por la más común y venenosa -la boca- hasta la más completa, la acción misma.

Pero existe una manera por demás mediocre, cómoda y tibia de pecar: la omisión, que no es otra cosa que no hacer nada. Nos quedamos como en stand by ante la necesidad o problemática del prójimo y es que es más fácil no meterse en broncas ni complicaciones, al fin y al cabo, tenemos muchas cosas más importantes que hacer.

Quiero hablar de tres casos, los tres conllevan una pérdida, los tres tienen soledad, los tres me hicieron plantearme varias preguntas: ¿y los supuestos amigos? ¿Y las condolencias? ¿Dónde está la solidaridad?

La primera pérdida, a mi amigo se le murieron su papá y sus amigos el mismo día. Yo ni supe, fue de esas veces que Dios te lleva a un lugar porque quiere que asistas.

Me lo encontré y me enteré. Me acerqué a decirle que lo quiero y que ahí estoy para lo que se le ofrezca. La pérdida ya estaba dada; el corazón ya sufría; sólo le sobé un poquito.

Mi amigo estuvo en grupos y más grupos, es especial parroquiales, pero resulta que ese día, cuando se le ocurrió morirse a su papá, los amigos estaban demasiado ocupados para asistir al amigo, para soportarlo un poco, para condolerse con él.

 Omisión a todo lo que da!!!! Y los pretextos sobran: no me llegó el mail, tenía una llamada perdida pero no reconocí el teléfono, ya lo iba a buscar pero tuve un problema, tengo mucha chamba, me queda muy lejos. ¿Yamiqué?

La segunda, a un cuate -me pasó lo que pasó con Mochin, no alcanzamos a ser amigos- que gozaba de plena salud, una vida promisoria, una familia feliz y próspera, de pronto, le tocó partir sin decir adiós.

Una pérdida, como dice la canción: the good die young (los buenos mueren jóvenes). Una esposa desolada, un hijo desconcertado.

Mi amiga, triste a más no poder, perdió a su hermano. ¿Y los demás? ¿Los cientos de personas que conoció cuando joven? ¿Los amigos de los grupos parroquiales? La omisión se hizo presente otra vez. ¿Yamiqué?

Por último, una pérdida de esas que nomás son materiales, a la señora de la limpieza de la compañía para la que trabajo, le robaron veinte mil pesos de su casa.

A mí se me hace una cantidad muy respetable, imagínense lo que representa para una persona que gana apenas arriba del sueldo mínimo. Si no eran los ahorros de toda su vida, al menos lo eran de una muy buena parte de ella. Y se desahogó con la gente de la oficina, pensando que depositaba sus penas en gente que la estimaba. Pero ¿saben qué hizo la gente que escuchó sus lamentos? Se lo recuerda cada vez que la ve: Todavía tiene los ojos rojos de tanto llorar Señora, -le dicen- es que no es para menos. O sino dan rienda suelta a su morbo: ¿Ya sabías que a la señora le robaron? –Con un tono como de vecindad-. Pero, ¿Alguien se ha acercado a ver cómo le va a hacer la señora para pagar sus recibos? ¿O con qué va a comer? ¡Para nada! Al fin y al cabo, es la señora de la limpieza y ya debe estar acostumbrada a esas cosas. ¿yamiqué?

Recuerdo hace unos días, uno de mis subordinados tuvo una pérdida, se le murió el perro y estaba muy preocupado porque no sabía cómo iba a decirle a su hija la verdad. Me quedé pasmado al ver tanta urgencia ante una situación tan trivial. Es que hay de pérdidas a pérdidas. Para él es el fin del mundo que se muera su mascota pero, ¿y la señora de la limpieza? Esa no es mi bronca.

Justamente ese es el problema que quiero enfatizar, vivimos ensimismados en nuestro propio bienestar y nos volvemos egoístas e inmunes al dolor ajeno, a tal grado que perdemos la noción de las cosas y su verdadera dimensión, olvidamos que como humanos estamos en niveles de vida y de madurez diferentes y que mientras más ascendemos, en lo material y lo espiritual, nuestro compromiso con los demás aumenta. Dios espera más de nosotros mientras más tenemos: Siervo flojo y malo, te di un talento….

Lector Querido, un abrazo para que no pases indiferente ante los sufrimientos y necesidades de los demás,

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 6 de Octubre de 2007

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...