Es uno de los dichos que me enseñó mi padre (¿qué sería de
mis escritos sin la sabiduría de él?) y me lo decía cada vez que nos
enfrentábamos a una situación en la que teníamos que apechugar por alguna
pérdida y debíamos acostumbrarnos a una nueva realidad.
Cuando comenzó todo este rollo de la pandemia, surgieron en
mí muchas dudas acerca de nuestro futuro y de cómo nos impactaría en nuestro
día a día. Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra manera de relacionarnos, de
divertirnos, de celebrar nuestros acontecimientos especiales, etc. ni por aquí
me pasaba como sería. Pero a todo se acostumbra uno y me gustaría hablar uno de
los cambios positivos en los humanos porque los negativos se promueven solos. Más
que un cambio es una adaptación que me llamó la atención, me imagino que se le
ocurrió a una señora y es la nueva manera de celebrar los cumpleaños y demás
festividades.
No se me desconcierten, paso a describirla:
La fórmula es esta: primero que nada, reúnes a un grupo de
señoras con sus respectivas hijas, nueras, vecinas y demás; les pides a todas
que compren un buen de globos, los inflen y los peguen a sus mamámoviles; les pides que hagan
letreros que puedan leerse en conjunto, algo así como: ¡Feliz cumpleaños! te
deseamos todos los que te queremos, Comadrita.
Le pegas una parte del mensaje a cada vehículo. Citas a
todos en una calle cercana al domicilio de la víctima –hay que tener cuidado de
conservar el orden porque puede quedar un letrero como este: ¡Feliz cumpleaños!
Comadrita, todos los que te queremos te deseamos y pues distará mucho del
mensaje original-.
Acto seguido, se arrancan todos en caravana haciendo el
mayor escándalo posible, especialmente al pasar frente al domicilio del festejado,
quien se mostrará «sorprendido» por lo inesperado del asunto y agradecerá a
todos regalándoles un quequito o
algún detallito que no tenía preparado. Claro, todo con la respectiva sana
distancia.
Lo más interesante de esto es por principio de cuentas, la
manera tan creativa de darle la vuelta a una situación prohibida (como es la
aglomeración de personas) sin dejar pasar la interacción humana.
Después, está el hecho de la velocidad con que se propagó
esta nueva tradición que, dicho sea de paso, se adapta muy bien a otra
tradición de la sociedad regiomontana: la de cuidar el dinero. En lugar de
gastar en una cena, cervezas, refrescos y otras cosas, solo se invierte en una
mesa arreglada con globos y unos detallitos para la persona «sorprendida».
Todos salen ganando.
Bueno pues sucede que una de mis creaturas, la de en medio,
iba a cumplir años y mi esposa, que nomás no se está quieta, quiso organizarle
una fiesta sorpresa.
Total, haciendo uso de sus habilidades de espía, reunió a
algunas amigas y hasta una señora –para
mí que trabajó para la CIA, Mossad o de perdido era judicial, porque
siempre investiga todo–. Preparó todo y mi hija ni se lo esperaba. Que conste,
en el caso de ella, de verdad no se lo esperaba.
Llegó el ansiado día, una vez que estábamos comiendo todos
juntos, que comienza la pitadera.
Mi hija, cayó en un estado de estupefacción y solo atinaba a
balbucear repetidamente la frase: «¡que oso!» e iba y venía de la ventana a la
mesa; de la mesa a la puerta; hasta que logró tranquilizar su mente y pudo dar
con las llaves.
Salió de la casa, seguida de su madre y su hermana a
disfrutar de su sorpresa y de sus amigos. De no sé dónde, salieron unos detallitos
que se les entregaron a las respectivas visitas.
Me da mucho gusto saber que mis hijos y mi mujer están
adaptados a la nueva realidad y que forman parte de ella y que esta pandemia
nomás no hizo mella ni en su mente ni en sus corazones. Aunque esté prohibido,
¡saco los cohetes!
Ojalá que ustedes también Lectora, Lector Queridos, hayan
aprendido a sobreponerse a las adversidades de esta hecatombe viral.
Por cierto, ¿recuerdan al Guarura? El perro de 22 años del
que hablé en el artículo Un perro viejo, vi que tiene un compañero que se llama
Capullo. Pensé que el Capullo era un perro mucho más joven pero resulta que
tiene ¡15 años! O sea, joven no es, pero espero que viva más que los 22 del
Guarura. Como diría mi madre, ese señor que los cuida tiene buena mano.
El Escribidor
Monterrey, N.L. a 30 de junio de 2020