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miércoles, 1 de julio de 2020

A todo se acostumbra uno, menos a no comer y a no dormir

Es uno de los dichos que me enseñó mi padre (¿qué sería de mis escritos sin la sabiduría de él?) y me lo decía cada vez que nos enfrentábamos a una situación en la que teníamos que apechugar por alguna pérdida y debíamos acostumbrarnos a una nueva realidad.

Cuando comenzó todo este rollo de la pandemia, surgieron en mí muchas dudas acerca de nuestro futuro y de cómo nos impactaría en nuestro día a día. Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra manera de relacionarnos, de divertirnos, de celebrar nuestros acontecimientos especiales, etc. ni por aquí me pasaba como sería. Pero a todo se acostumbra uno y me gustaría hablar uno de los cambios positivos en los humanos porque los negativos se promueven solos. Más que un cambio es una adaptación que me llamó la atención, me imagino que se le ocurrió a una señora y es la nueva manera de celebrar los cumpleaños y demás festividades.

No se me desconcierten, paso a describirla:

La fórmula es esta: primero que nada, reúnes a un grupo de señoras con sus respectivas hijas, nueras, vecinas y demás; les pides a todas que compren un buen de globos, los inflen y los peguen a sus mamámoviles; les pides que hagan letreros que puedan leerse en conjunto, algo así como: ¡Feliz cumpleaños! te deseamos todos los que te queremos, Comadrita.

Le pegas una parte del mensaje a cada vehículo. Citas a todos en una calle cercana al domicilio de la víctima –hay que tener cuidado de conservar el orden porque puede quedar un letrero como este: ¡Feliz cumpleaños! Comadrita, todos los que te queremos te deseamos y pues distará mucho del mensaje original-.

Acto seguido, se arrancan todos en caravana haciendo el mayor escándalo posible, especialmente al pasar frente al domicilio del festejado, quien se mostrará «sorprendido» por lo inesperado del asunto y agradecerá a todos regalándoles un quequito o algún detallito que no tenía preparado. Claro, todo con la respectiva sana distancia.

Lo más interesante de esto es por principio de cuentas, la manera tan creativa de darle la vuelta a una situación prohibida (como es la aglomeración de personas) sin dejar pasar la interacción humana.

Después, está el hecho de la velocidad con que se propagó esta nueva tradición que, dicho sea de paso, se adapta muy bien a otra tradición de la sociedad regiomontana: la de cuidar el dinero. En lugar de gastar en una cena, cervezas, refrescos y otras cosas, solo se invierte en una mesa arreglada con globos y unos detallitos para la persona «sorprendida». Todos salen ganando.

Bueno pues sucede que una de mis creaturas, la de en medio, iba a cumplir años y mi esposa, que nomás no se está quieta, quiso organizarle una fiesta sorpresa.

Total, haciendo uso de sus habilidades de espía, reunió a algunas amigas y hasta una señora     –para mí que trabajó para la CIA, Mossad o de perdido era judicial, porque siempre investiga todo–. Preparó todo y mi hija ni se lo esperaba. Que conste, en el caso de ella, de verdad no se lo esperaba.

Llegó el ansiado día, una vez que estábamos comiendo todos juntos, que comienza la pitadera.

Mi hija, cayó en un estado de estupefacción y solo atinaba a balbucear repetidamente la frase: «¡que oso!» e iba y venía de la ventana a la mesa; de la mesa a la puerta; hasta que logró tranquilizar su mente y pudo dar con las llaves.

Salió de la casa, seguida de su madre y su hermana a disfrutar de su sorpresa y de sus amigos. De no sé dónde, salieron unos detallitos que se les entregaron a las respectivas visitas.

Me da mucho gusto saber que mis hijos y mi mujer están adaptados a la nueva realidad y que forman parte de ella y que esta pandemia nomás no hizo mella ni en su mente ni en sus corazones. Aunque esté prohibido, ¡saco los cohetes!

Ojalá que ustedes también Lectora, Lector Queridos, hayan aprendido a sobreponerse a las adversidades de esta hecatombe viral.

Por cierto, ¿recuerdan al Guarura? El perro de 22 años del que hablé en el artículo Un perro viejo, vi que tiene un compañero que se llama Capullo. Pensé que el Capullo era un perro mucho más joven pero resulta que tiene ¡15 años! O sea, joven no es, pero espero que viva más que los 22 del Guarura. Como diría mi madre, ese señor que los cuida tiene buena mano.

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 30 de junio de 2020


jueves, 25 de junio de 2020

Pues sí. Pues no y ¡te bajas!

En esta ocasión voy a basar mi escrito en un chiste. No se asusten, es totalmente blanco y lleva como fin hablar de esas personas que nomás no les hayas el modo.

Resulta que iba un tipo por la carretera pidiendo ride y de pronto, después de muchos intentos, se detuvo un tráiler. Al subir notó que se trataba de un tipo mal encarado –como varios que yo conozco– con un carácter de esos que asustan al miedo, el cual al saludarlo solamente movió la cabeza en señal de saludo.

Arrancó el tráiler y el ambiente era tan denso que fácilmente se podía cortar con un cuchillo. El tipo se pone a pensar qué podría hacer para romper el hielo. Dice para sus adentros: ¿Qué tal si le hablo de futbol? No, porque a lo mejor lo odia y me baja.  ¿Y si le hablo de religión? Mejor no porque a lo mejor es agnóstico y me baja. ¿Y si le hablo de política? Pero a lo mejor es apolítico y me baja.

En esas iba cuando de pronto voltea a ver al chofer y con una amplia sonrisa le dice: «pues sí» «Pues no y ¡te bajas!» Le dice el conductor. Jajaja

Hasta ahí el chiste, ahora hablemos de la vida real.

Es común encontrarnos con personas que a pesar de nuestros esfuerzos por congraciarnos con ellas nomás no damos pie con bola. Y que conste, no es una situación exclusiva de cierto tipo de personas. Es algo así como la muerte para el humano; no importa qué tan agradable y bueno seas como persona, invariablemente durante tu vida en algún momento te encontrarás con tu némesis, con ese ser que te hará ver tu suerte.

Para ejemplo basta un botón, pero como que a mí me mandaron varios.

Resulta que cuando conocí a mi alter ego –mi mujer – fui el hombre más feliz sobre la tierra; sin embargo, ella no venía sola, venía en paquete con una mujer bajita, delgada, sonriente y muy amable que cuando se dio cuenta de que yo era el susodicho, cambió su cara y nunca más volvió a sonreír.

Bueno, no volvió a sonreírme a mí. En algún momento de mi relación con ella seguramente dije: pues sí; acto seguido, me contestó «pues no y ¡te bajas!»

Enseguida, viene a mi memoria una jefa que tuve, que para efectos del relato llamaremos Paty (los nombres son irrelevantes cuando el contexto es lo único que cuenta para una mejor comprensión del caso) cuando trabajé para una compañía gringa de tecnología.

Paty era una chilanga de hueso colorado, muy alta, mal encarada y con un carácter de esos que asustan al miedo.

Cuando yo la conocí su primer discurso hacia mí no fue nada alentador: «Mira, ya han desfilado varios por ese puesto y la verdad creo que tú serás uno más. Entonces ahorrémonos el tiempo y dime ya si crees que darás el ancho si no para pasarte de una vez con Recursos Humanos».

Sobra decir todo el esfuerzo que hice por querer ganarme no digamos su amistad, me hubiera conformado con hacerme merecedor de un trato más amable, pero nomás no se pudo. Pues no y ¡te bajas!

Algo que descubrí en los ejemplos citados, es que me esmeré en agradar a las personas en lugar de ser yo mismo y buscar ser aceptado como era.

Dicho en otras palabras, me preocupé en demasía por ser aceptado por las personas pasando por encima de mí mismo. Pero aprendí la lección según yo a tiempo.

Conocí a otra persona en mi penúltimo empleo. Era una compradora mal encarada y súper geniosa, hasta un tanto grosera y malhablada. La historia no comenzó diferente. Cada vez que me apersonaba me recibía con un: -dígame ingeniero- con una jeta que le llegaba hasta el suelo.

En otros tiempos, me hubiera esforzado por caerle bien pero no esos días.

Yo le contestaba, con un poco de indiferencia pero con mucha deferencia, gracias señorita, le encargo por favor que apoye con lo siguiente.

Después de dejarle mi encomienda, me iba a mi lugar sin mostrar ninguna emoción.

Y así se repitió la escena por varias semanas hasta que ella se dio cuenta de que yo no era una mala persona sino que al contrario, cada vez que tenía alguna dificultad para cumplir con su cometido, ahí estaba yo para apoyarla. Eso sí, mostrándome siempre indiferente pero buena onda.

No sé si fue el tiempo o los trancazos los que la ablandaron, pero al cabo de unos meses se volvió uno de mis aliados dentro de la organización.

¿Qué cambió? ¿Ella? No, seguía siendo mal encarada con muchos y discutía con todos menos conmigo.

Cambié yo, puse en la lista de prioridad primero mi persona. Hice un esfuerzo superhumano por ser auténtico y por mantenerme firme en mi personalidad, le gustara o no a la demás gente.

¿El resultado? Una paz insospechada con mi persona; una seguridad nunca antes sentida; una autoestima blindada contra todo y contra todos. En resumen, Salí ganando.

Te conmino Lectora, Lector Queridos a perseguir ser esa persona que no rinda cuentas a nadie y que no se doblegue ante ninguna persona mal encarada y geniosa que se encuentren en su camino.

Eso sí, siempre de una manera amable y educada, como decía mi amado padre: lo cortés no quita lo valiente.

Te mando un abrazo reconciliador contigo mismo,

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 24 de junio de 2020

sábado, 13 de junio de 2020

Piensa lo que te dé la gana


Una de mis convicciones, que procuro promover con harta enjundia a propios y extraños, es la de cuestionar la fuente.

Siempre voy por ahí diciéndole a todo el mundo que no sea tan crédulo y no dé por hecho todo lo que escuche, lea, le cuenten o le chismeen. Antes bien, les sugiero, que intenten llegar al mero origen de la información y sobre todo, que quiten todo lo que cada quien, como teléfono descompuesto, le haya ido añadiendo para hacer la nota más sensacionalista. Nomás lo que es.

Ya hablamos de eso en otro artículo, solo quería recordártelo nomás para que no se te vaya a olvidar.

Ahora quiero hablar de otro dogma de vida y es este: tú eres dueño de tener tu propia opinión sin necesidad de pedir el parecer de nadie.

SI Dios con toda su omnipotencia tomó la decisión de darle libre albedrio a una criaturita tan ínfima como es el hombre, con mucha mayor razón debemos respetar esa decisión divina y ejercer nuestro libre arbitrio sin necesidad de decir siquiera agua va ni mucho menos de pedirle permiso a nadie para pensar de tal o cual manera.

A ver, vamos a desmenuzar esta idea.

No se trata de ir por el mundo regalando nuestra opinión sin que nadie nos la solicite, eso más bien se llama ser imprudente.

Se trata más bien de tomar nuestras propias decisiones basándonos en un esquema racional plagado de nuestras propias convicciones e ideas. Somos seres racionales, salvo unos infames ejemplos, que fuimos creados para alcanzar los más altos ideales, para perseguir la felicidad y la realización en todo lo que emprendamos.

La neta, no vamos a lograr nada de esto si nos convertimos en seres autómatas sin capacidad de libre pensamiento. Conozco algunos casos, cuyos nombres quisiera mencionar pero en una de esas le andan ponchando las llantas al relámpago rojo, que se la pasan pidiendo la opinión a todo mundo. Estoy seguro que es por pereza mental que lo hacen o a lo mejor, al hacerlo de esta manera, evitan la responsabilidad sobre la consecuencia de sus actos. Créanme, son gente especializada en culpar a todo mundo por los errores cometidos (les recomiendo leer mi artículo Mea Culpa, 6 de agosto de 2007) y de evadir la obligación sobre lo que por su acción suceda.

Recuerdo un tiempo, en el que tuve algunas dificultades personales y una persona muy cercana se encargó de ventilar mi vida a toda la gente con la que tenía contacto cercano. Vecinos, parientes, disque amigos, conocidos, todos supieron son lujo de detalle acerca de mi situación. Al principio ni enterado de que ya sabían más de mi vida que yo mismo, entonces se me hacían curiosas las diferentes reacciones que la gente tenía hacia mí.

Había quien se acercaba con palabras de aliento. Otros se acercaban a corroborar lo que les habían contado de mí. El colmo fue una comadre que se acercó a darme un consejo. En ese momento, me cayó el veinte e hice acopio de mi derecho de libre albedrío. Paré en seco a mi comadre y le dije una de mis frases favoritas: pues tú piensa lo que quieras, contra eso no puedo hacer nada y me fui de ahí.

Como yo no podía controlar lo que la gente pensara no me quedó otra que guardar silencio, lo cual ocasionó todavía más especulaciones. Pero eso sí, siempre seguí fiel a mis ideas hasta llegar a puerto seguro.

Como aprendizaje me quedaron varias cosas:

Primero, nunca vamos a tener el control sobre lo que la gente piense acerca de nosotros y lo más maravilloso, ni siquiera es importante. Que piensen lo que quieran.

Segundo, siempre vamos a tener control sobre nuestros pensamientos por lo cual debemos siempre cuidar de mantener nuestro cerebro lleno de cosas que valgan la pena y desechar toda la basura que pudiera llegar a él, eso sí, deséchala tan pronto te llegue porque puede contaminarte. Piensa lo que quieras.

Tercero, si tú no piensas, alguien lo hará por ti. Es la pereza mental al extremo. No pienses lo que no quieras.

Por último, sé autentico en tus pensamientos. No seas la copia de nadie. Tú mismo eres único e irrepetible, ¿Por qué tus ideas deberían ser iguales a las de otro? Aprende a pensar por ti mismo y disfruta de ese proceso. Piensa lo que te dé la gana.

 

Lectora, Lector Queridos, piensa por ti mismo y que la gente piense lo que le dé su gana.

 

El Escribidor

12 de junio de 2020


martes, 18 de febrero de 2020

La emancipación de Julián



Monterrey, Nuevo León, a 17 de febrero de 2020

Sucede, Lectora, Lector queridos, que trabajé en varias compañías a lo largo de mi vida laboral y en ellas me encontré con múltiples esquemas empresariales y con una variopinta fauna organizacional y noté que algo que diferencia a los empleados entre sí, es la actitud con la que ingresan a la empresa y qué cara ponen ante la escalera del poder.

¿Qué fumaste, Escribidor? Ahí voy, permítanme explicar mi punto: resulta que dos de los más grandes hitos del humano son: primero, la necesidad de una identidad como grupo (en el sentido de la pertenencia grupal) y, segundo, la búsqueda del reconocimiento de los méritos propios (muy ligado a una autoestima subdesarrollada y muy golpeada por una infancia sojuzgada por un machismo heredado). De eso se valen los jefes, dueños, patrones, meros-meros o como quieran llamarlos para mantener contenta a la raza y alejada de ideas anarquistas o libertadoras.

Antes de entrar en materia, quiero que conste en actas que yo no estoy en contra del espíritu emprendedor de los patrones ni cuestiono su habilidad para hacer negocios. Lo que me exacerba de sobremanera es la actitud feudal de muchos dueños y la visión de capataz de infinidad de directores, gerentes o jefes que lejos de buscar el trabajo en equipo, hacen de su poder un arma manipuladora de la gente.

Quiero hablar de los dos puntos de vista: el patronal y el lacayal.

Por un lado, tenemos la necesidad de contar con un equipo de trabajo de alto rendimiento (eso lo presumía una y otra vez un jefe que tuve y que vivía contando sus glorias pasadas) que otorgue grandes resultados a costos moderados. Gente que se «comprometa» en su trabajo de tal manera que sus familias pasen a segundo término. ¡Ah si! Con una quincena bien «gorda» y con «sendos» bonos de productividad. Nótese que puse «gorda», así, entre comillas, puesto que la gordura es muy relativa (para el dueño, la gente siempre gana más de lo que se merece) y «sendos» bonos de productividad que nunca terminarán por llenar los múltiples requisitos para poder obtenerlos.  Eso sí, cada fin de mes, el equipo de alto rendimiento tendrá que chutarse una junta de tres o cuatro horas, donde recibirán «sendas» regañizas por no llegar a los números necesarios para la subsistencia de la compañía o los lujos del patrón; historias sin fin acerca de los logros pasados del líder; una capacitación exprés para poder hacer frente a los siguientes meses y finalmente, una serie de comentarios por demás lisonjeros para intentar levantar la de por sí madreada moral de los asistentes. Típica filosofía de negocios: sobar, pegar, sobar.

Ahora vamos al otro lado, el lado del empleado. Si el titulo dice: La emancipación de Julián, entonces hablemos de lo que es emancipar.

Según la RAE, emancipar significa: Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre.

Bueno, cuando la gente entra a una compañía, normalmente adopta alguna de las «posiciones» disponibles y tiene que ver con las necesidades que enuncié en el segundo párrafo.

Están los buscadores del jefe-papá, esos que hacen todo lo necesario para que esté contento y los premie con una palmada en la espalda. Les llamo los hijos de la compañía y haciendo alusión al concepto de emancipar, otorgan la potestad sobre su vida al jefe y no habrá poder en el mundo que haga que desobedezcan una orden. Pueden quedarse años en el mismo puesto y solamente persiguen permanencia y la anuencia del jefe.

Por otro lado, están los hijos adoptados, esos que le otorgan su tutela a la empresa, un poder no absoluto pero si importante sobre su actuar. Son los que serán propositivos, activos, entregados. Conocen las reglas y las acatan, pero siempre están en búsqueda de un puesto más arriba a costa de quien sea. Su meta será llegar más arriba, no hasta arriba, porque ese lugar solo le pertenece al jefe.

Y casi finalmente, están los sirvientes. Esos que se conforman con el sueldo y que siempre estarán disponibles, no importa el momento del día ni el día de la semana. No les importa el sueldo ni subir de puesto. Se sienten importantes por hacer las diligencias del patrón. Se sienten felices porque conocen su casa, manejan su BMW, lo atienden cuando debido a una borrachera de negocios se ven imposibilitados para manejar, lo acompañan cuando tiene alguna desventura, etc., etc., etc.

A esta especie perteneció Julián. Un tipo joven, de exagerada estatura, buen porte y una actitud fuera de serie. Tan buena actitud tenia, que cuando recibía un regaño su respuesta era: ¡genial! Tenía una sonrisa para cualquiera que se acercara y siempre estaba presto para apoyar.

¿Pero saben una cosa lectora, lector queridos? ¡Se cansó! Se cansó de ser el «huelelillo» del patrón; se hartó de ser el «patiño» de todos, ya que siempre que había un error, todos recurrían al: ¡fue Julián! Y el apechugaba. El colmo fue que pese a ser un pariente del dueño, su compensación como empleado era la peor de toda la compañía y como todo en la vida, llegó el punto que hasta Julián se cansó y dijo: ¡hasta aquí!

¡Finalmente Julián se emancipó de un poder castrante y represivo!  Y me lo comunicó así: ¡Oye, hoy entrego mi renuncia! Sencillo pero contundente. A pesar de su parco mensaje, pude leer la felicidad que le precedía. «¿y qué vas a hacer?» –le pregunté.
«Todavía no sé» –contestó muy alegre- «primero voy a vacacionar y ya después veo». Un hombre nuevo, con la actitud vieja pero con una libertad nueva.

Y tú, lectora, lector queridos, ¿de qué te quieres emancipar? Yo por lo pronto, cumplo casi 3 años de mi emancipación y créanme, se siente rebien.

Te mando un abrazo emancipador de tus demonios,


El Escribidor

viernes, 27 de abril de 2012

¿Ya pa´ qué?

Monterrey, N.L. a 26 de Abril de 2012

No se si te ha pasado, Lector Querido, que cuando una persona ya sabe que se va (de tu vida, de la compañía, de la escuela, de la casa) se convierte en un individuo cien por ciento adorable. Suele suceder, que los grandes problemas de interacción, de convivencia o de desempeño, se vuelven de pronto nimios y triviales.

 Pues a mí me está sucediendo exactamente eso, en este preciso instante, un colaborador se va (no motu proprio, más bien como que le dieron una ayudadita) y la verdad, se comporta de tal manera que hasta he tenido la tentación de decirle: ¿sabes qué? mejor quédate. Pero me aguanto como los meros hombres, porque el proceso de casi dos años – y que desencadenó en este resultado- trabajar con él fue haz de cuenta como ir de subidita, cargando un fardo de cien kilos en la espalda y sin pararse a descansar. Mi voluntad y mi espíritu de lucha están exhaustos, ¿ya pa´ qué?

Mi colaborador, a raíz de decidió separarse,  se ha vuelto una persona proactiva, amable a más no poder, seguidora de las reglas y sobre todo, orientada a los objetivos y yo digo: ¿ya pa´ qué?

Yo no estoy en contra del cambio, al contario, son un apasionado creyente de que la renovación es la constante de la vida y del humano. Pero la verdad, llega un momento que por mucho que cambies, queda detrás de tí una estela de destrucción. ¿Ya pa´ qué?

Asimismo,  considero que cuando no te queda nada que perder, debes arriesgarlo todo. Más sin embargo, la decisión está tomada, ¿ya pa´ qué?

Casi de inmediato viene a mí una pregunta: si eres capaz de lograr toda esta evolución en tan solo semana y media, ¿por qué razón no te adaptaste desde el comienzo? Es una pregunta retórica y no espero ni quiero una respuesta. Más bien, es como un monólogo que me invita a analizarme, por aquello de que no te entumas –diría mi padre- no vaya a ser que yo tampoco esté adaptándome lo suficiente y tarde o temprano, corra con la misma suerte.

Por lo pronto, yo voy a mandar hacer una vitrina en mi casa que diga: “Rómpase en caso de emergencia”. Dentro colocaré algún libro que me recuerde la importancia de renovarse o morir (yo voy a poner: ¿Quién se ha llevado mi queso?, Spencer Johnson, M.D. Ed. Empresa Activa). Cuando sienta que me estoy acomodando en mi zona de confort, romperé el vidrio y leeré el libro. Espero retomar el rumbo a tiempo, antes de mi ¿ya pa´ qué?


Te invito Lector Querido, a revisarte con toda sinceridad y a fondo, te invito a poner una vitrina en tu vida, ¿Qué libro pondrías tu? ¿Necesitarás romper el vidrio en este momento?

El Escribidor

PD.- ¿ya leíste?

domingo, 16 de agosto de 2009

Dos pérdidas…


Se me hace que ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que a mi más bien me gusta acomodarme y evitar cambiar de posición.

Los cambios, aunque fueren necesarios, siempre me ponen de nervios, me sacan de onda y a veces terminan por achicopalarme.

Tal es el caso de la empresa para la que trabajo, ha sido una cambiadera que para qué les cuento y justamente por esos innumerables cambios ha habido pérdidas y ganancias. Déjenme explicarles un poco.

Se qué ya hablé de pérdidas (Hay de pérdidas a pérdidas…, 6 de octubre de 2007) pero qué puedo hacer, siento una necesidad impetuosa por hablar de ellas y decirles que hay algunas que vienen a ser como el parteaguas de mi vida y por ende es imposible ignorarlas.

Por un lado, se me fue Egar, era un excelente colaborador, trabajador, «luchón» a más no poder, entregado a la compañía y sobre todo muy leal. Tenía todo y le iba bien pero se cansó. Es que el momento está difícil -lo llaman crisis- y pues para mí que se desesperó pues además tenía su propia crisis.

Ya ni hice por detenerlo, tenía la decisión tomada y llega un momento en que, a pesar de lo lamentable que pudiera ser para mi, las personas deben partir y lo dejé ir.

 Algo que siempre lo caracterizó era su vista hacia el frente y su afán de nunca conformarse. Siempre arrebatado y «entrón», veía la oportunidad e iba por ella. Pero se fue y la empresa perdió y perdí yo, como se dice en mi tierra, ¡me deben la feria!

Por otro lado, se fue otro compañero de trabajo. Debo reconocer que tenía experiencia, pero lo caracterizaba una tremenda incapacidad para adaptarse a los cambios. Siempre que hablaba, hacía énfasis en todo lo maravilloso que vivió en las compañías para las que trabajó.

Que si eran más grandes, que si tenían más recursos, que si se hacían las cosas así, que todo era mejor allá, etc. Pero nunca aceptó que las cosas ya habían cambiado: que la compañía era otra; que los tiempos eran otros; que la gente ya no era la misma.

Nomás no pudo dar lo que de él se esperaba porque siempre tuvo su visión hacia atrás y sus sueños en logros pasados.

Y se fue pero su partida fue de esas pérdidas que más bien saben a ganancia. ¡Nos dieron feria de más!

Me quedo con el asunto del cambio: debo reubicar mi confianza y mis esfuerzos en la gente que me queda. Debo descansar mis sueños y ambiciones en otra gente con diferentes sueños y ambiciones y buscar un punto en el que coincidamos para lograr llegar a lugares insospechados, hasta el momento, del siguiente cambio… Así es la vida y así son los cambios.

Hablando de cambios, mi esposa –especialista en cambios- tuvo la idea de mandar a mi hijo a vivir un momento de su vida en un lugar totalmente diferente a su familia. Mandamos a un hijo y nos regresaron a otro, más maduro, más feliz, más pleno. Salió bien el cambio. ¡Nos dieron feria de mas!

Cito un comentario que me llegó al Blog: «¿Cómo puedo hacer para dejar las cosas en manos de Dios? Porque a pesar de que soy creyente, hay momentos en los cuales uno vacila en su fe, y por más que las persona te digan: «Déjalo en sus manos, no lo presiones, el trabaja a su ritmo». Sinceramente me gustaría que al menos de vez en cuando trabajara un poco más rápido ya que la espera para mi es una agonía». Yo he aprendido, a costa de golpes de crisis, que es más fácil abandonarse en Dios -o dejar las cosas en manos de Dios- si pensamos en Él como en un padre amoroso. Platícaselo con toda la sinceridad que puedas e insístele, insístele mucho.

Dice en Salmos 34,6 «Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias». Antes de que tú pidas, la ayuda ya está en camino.

Lectora, Lector Queridos, que Dios te ayude a tener aceptación a cada cambio que se presente en tu vida,

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de Agosto de 2009

lunes, 16 de julio de 2007

¿Y SI NOS HACEMOS CHINOS?

Es una pregunta que alguna vez escuché decir a mis hermanas, en mi infancia, antes de una fiesta y para mi significaba que no estaban a gusto con su pelo lacio. Ahora yo no estoy a gusto con la actitud del mexicano y lo digo en serio: ¿y si nos hacemos chinos? 

Pero chinos de China. ¿Qué fumaste Escribidor? Nada, estoy completamente lúcido y sobrio. Lo que sucede es que le guardo una especial admiración a esa enorme nación (enorme en extensión y en gente, ¿cuántos chinos hay en China? Chinos!!) y creo que los habitantes de allá son una muestra de lo que el hombre es capaz de alcanzar cuando se sobrepone a sus limitaciones. 

Vamos por partes,
China es una nación que vivió aporreada literalmente: en el norte, por los mongoles; en el sur, por los taiwaneses y en el oriente, por los japoneses. Tanto así estaban hasta el copete que decidieron construir una mega barda para pararle el alto a las invasiones. El problema vino cuando la barda impidió el flujo comercial y cultural y China cayó en un retraso con respecto al resto del mundo. 

Por otro lado, como que a los chinos se les dio bien eso de que los niños que Dios nos mande y cachonditos ellos, no supieron medirse y se convirtieron en la nación más poblada del mundo. 

Por último, el retraso cultural y la sobre población la llevaron a ser una nación pobre con un buen de carencias, pero eso si, con un empuje que ya quisiéramos mucha gente. Lo primero que hicieron fue adherirse a un sistema de gobierno que persigue el bien de todos (Comunismo), con esto intentaron repartir la riqueza en un país muy golpeado por la pobreza. Tan así les funcionó que aún hoy no existe el monopolio en ese país, las empresas pertenecen a la comuna. 

Luego, establecieron un sistema de natalidad muy efectivo que les permite tener controlado el número de niños por familia (uno) con multas enormes para los padres que no obedezcan las reglas. Debido a la enorme cantidad de gente, es un ambiente totalmente competitivo, existe un nivel de estudios altísimo y se ve gente con maestría y doctorado mientras aquí en México vemos gente con carrera. 

Finalmente, el desarrollo de su industria lo logró en base al mismo método que mi amigo Cuco en la primaria: la copia. 

Recuerdo los primeros productos chinos que llegaron a mis manos en mi niñez., era de muy baja calidad. Sin embargo, los productos modernos ya no le piden nada a los originales. ¡Con decirles que ya existe la cerveza Cerono, que es una copia exacta en apariencia de la Corona!. OJO, no estoy a favor de la copia, reconozco la habilidad de los chinos para salir avanti de los problemas y su enorme capacidad de trabajo. Todo esto vino a mi cabeza cuando las dos selecciones, la mayor y la suveinte (como le dice mi amada esposa) se “achicaron” ante un rival totalmente vanidoso y payaso como es Argentina. No se vale, tanta pasión que muchos mexicanos les tenemos y tan poco compromiso por parte de ese grupo de mediocres que no pasan del ya merito (mi amigo el chilango redimido echó sal en la herida cuando me dijo al teléfono: “Jugamos como Nunca y perdimos como Siempre”). !Posyaque! 

Digo, si ya importamos Chinos (¿vieron el chino de 2.36 m que entró al equipo de baloncesto de Fuerza Regia?), tecnología, bisutería, ropa, ¿por qué no una selección de futbol? Y estoy hablando nada más de algo trivial como es el futbol, de otros aspectos de México mejor no hablo porque se me pone la piel “chinita”. Oigan, ¿y si nos hacemos chinos? 

 A ti Querido Lectora, Lector Queridos, para que te hagas un poco chino, un abrazo 

El Escribidor
Monterrey, N.L. a 17 de Julio de 2007 

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...