miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Camino Estrecho…

Monterrey, N.L. a 1 de diciembre de 2010

Siendo yo originario de una ciudad pequeña –de provincia, dirán mis amigos chilangos- recibí una educación religiosa muy de antes; sin más presunciones que cumplir con los mandamientos de DIOS y de la Iglesia.
Dicho conocimiento se adquiría por medio de unas reuniones sabatinas -en la cochera de alguna casa voluntaria-, donde maestras, -también voluntarias-, nos hacían repetir una y otra vez, las oraciones contenidas en un librito de espantoso color verde, a los niños ahí reunidos –totalmente involuntarios. No había reflexión, ni explicación, acerca de los mantras ahí recitados. El “chiste” era memorizarlos para “prepararnos” y poder hacer la Primera Comunión.
Yo con mis doce años, era algo así como un pecador imperdonable –los niños buenos, hacían la primera comunión como mucho a los diez años. Mi Madre, sumamente preocupada por la salvación de mi alma, se dio a la tarea de buscar a una voluntaria que quisiera hacerse cargo de tan enorme empresa con tan crecidito infante.
Solo consiguió a Coco, una maestra tamaño “petite”, quien con mucho gusto –a mi más que gusto, me dio la impresión que estaba que se “botaba” de la risa- optó por ayudarme. Que bueno que fue ella, porque además de hacerme repetir como perico las ya nombradas letanías, tenía la costumbre de echarme un sermón al final de la lección, intentando dar un valor agregado a su enseñanza. Yo no entendía ni papa, pero ponía cara de haber aprendido mucho y ella, partía oronda sintiéndose la mejor maestra en el orbe. Y los dos contentos.
Debo confesar que muchas de las letanías de mi niñez ni las recuerdo, pero, tampoco recuerdo sus sermones. Hoy viene al caso uno que se me quedó, fue cuando Coco me dijo: “el camino que conduce a DIOS es estrecho”. Yo me quedé como chino en país nuevo, “milando”; no es que me hubiera impresionado, si no es que no le entendí nada.
-¿me entendiste? –Preguntó. –Si- contesté, intentando dar por hecho y terminar con el asunto.
–a ver, explícame-. Insistió. –pues que el camino que conduce a DIOS es delgadito. Le contesté con mucha seguridad.
-no, déjame te explico- y me recetó un sermón de otra media hora, que a esa edad, equivale como a un año, -significa que si vivimos pegados a los mandamientos, tenemos muy pocas cosas que realizar que no son pecado y deberás confesarte cada rato para estar en Gracia con DIOS. En ese momento, me imaginé viviendo la mitad del tiempo en mi casa y la otra en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, ya hasta le iba a pedir a mi Papá que me ayudara a llevarme mi litera.
Si se me hizo angostito el camino, lo que sucede, es que a esa edad, los humanos somos dados a molestar, criticar, golpear, atacar, mentir, etc. a nuestros semejantes, pero la lección era menos simplista que eso y aún no conocía el verdadero alcance del mensaje.
El tiempo pasó, seguí creciendo y como que, el camino se me hizo más y más angosto (parece que fuera una barra de equilibrio) y cada vez es más difícil seguirlo, ya me veía yo en el infierno. Iba siempre buscando la aprobación de los demás y el mal entendido apego a los mandamientos. Y nada! Como que algo le faltaba al mensaje.

Hoy tuve que tomar una decisión y con ella, llegó la luz a mi cabeza.
Al fin entendí! Treinta y un años después! Hoy tuve que realizar muchos cambios en mi trabajo e inclusive, despedir a una persona, lo cual no me va a hacer el más popular y en eso radica la angostura del camino. Es la renuncia al bien personal, por el bien del grupo –familia.
Es actuar en base a convicciones y no a concesiones.
Es aceptar ser perseguido por defender los principios.
Es dejar de ser tibio y convertirse en frío o caliente.
Es actuar con audacia y valor y dejar el miedo de un lado.
Ese es el verdadero camino angosto. Es dejar de solaparnos con nuestra propia zalamería.

Es vencerse a si mismo.

¿Y los mandamientos? Son los caminos angostos de nuestros semejantes que debemos tener especial cuidado de no invadir.

El Escribidor

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