26 de marzo de 2020
Una cosa es el miedo al relámpago, al fuego, a los
huracanes, a los volcanes, a los animales y demás. Eso estaba bien para el
hombre de las cavernas dado que huir de esos fenómenos muchas veces
representaba la diferencia entre morir o seguir viviendo y obviamente no
contaba con Wikipedia para ayudarle a entender el por qué de esos fenómenos.
Otra cosa es el miedo a la oscuridad, a la lluvia fuerte, a
los perros, a los bichos y otras cosas y tenerlo está bien para los niños. Se
entiende que todavía no cuentan con la madurez ni con el conocimiento para
enfrentar situaciones inesperadas.
Pero temerle a una enfermedad que, si bien es muy contagiosa
pero para nada letal como otras muchas que hay, como que no es muy entendible
para los adultos del siglo XXI que ya han visto prácticamente de todo –nos
faltan los ovnis- y además los deja muy «mal parados».
En un siglo donde ya hemos visto de todo y prácticamente no
hay secretos para nadie, seguir teniendo esos miedos primitivos como que ya
está fuera de lugar y en ocasiones hasta nos hace ver ridículos. Basta con ver
la infinidad de desinformación que circula por todos los medios y que hace
presa fácil de la ingenuidad o de la ignorancia de la gente, y quiero detenerme
a explicar a fondo el origen de esta situación: Las «señoras».
Cuando hablo de las «señoras» no hablo en el sentido
misógino sino más bien, me refiero a una actitud que se presenta tanto en
hombres como mujeres de cualquier edad o condición y que se caracteriza por la
propagación de noticias, informes, novedades, «fun facts», estadísticas,
recetas, pensamientos de famosos, etc. por demás ridículas y sin ningún
fundamento ni certidumbre. Otros ingredientes que acompañan a esta acción son:
la falta de un criterio que permita discriminar entre la información y la
desinformación y una total irresponsabilidad sobre el efecto en las masas.
¿En las masas, Escribidor? ¿No estás exagerando un poco?
Lectora, Lector Queridos, no, para nada considero estar
exagerando y he de presentar un par de ejemplos para sustentar mi atrevida y
loca afirmación.
Ejemplo uno, transcribo la noticia: «Dos jóvenes fueron
hospitalizados en Querétaro por hacer gárgaras con cloro y con líquidos de
limpieza, luego de que leyeron en internet que así evitarían contagiarse de
Covid-19». Sin palabras.
Ejemplo dos, mucho menos agresivo, recibí una llamada de una
de mis hermanas muy angustiada porque leyó un Whatsapp que dice que debemos rociar nuestra casa con agua bendita
y poner una cruz en la puerta de la casa porque la virgen se apareció y dijo
que deberíamos hacer eso para evitar que el Covid-19 llegue a nuestra casa. ¿y
si lo hace y se confía que de esa manera no llegará? ¿y si deja de seguir las
instrucciones de las instituciones oficiales de salud porque al fin y al cabo
ya está protegida? Total irresponsabilidad.
Y podría seguir enumerando una y mil noticias relacionadas
con la pandemia y tendría material para una y otra página y no terminaría
nunca. Lo que sucede es que desafortunadamente las noticias negativas reavivan
nuestro morbo y hacen que corran como reguero de pólvora.
Volvamos a nuestro miedo de moda: el coronavirus. De por si
es una enfermedad escandalosa por su manera de propagarse y por sus efectos en
la gente mayor y los enfermos con algunas condiciones preexistentes, si a eso
le sumamos toda la desinformación que las «señoras» con sus poderosos celulares
y múltiples horas de ocio son capaces de generar y propagar. Agreguemos una
humanidad que no se queda quieta por más que se les sugiere o en algunos casos
hasta se les ordena y tenemos como resultado de esta ecuación una pandemia que
por más que se esfuerzan nomás no se calma. Un mundo colapsado económica y
anímicamente atiborrado de desinformación para intranquilidad de todos.
Y es que el miedo es medio convenenciero o más bien somos
medio convenencieros con el miedo. Nos apanicamos para poder hacer «home office»
pero lejos de ver a la gente atrincherada en sus casas, las encontramos en los
centros comerciales, en los parques, de paseo, nombre, ¡así no se puede!
Pero eso si, esas «señoras» te piden que te laves las manos
y la cara, que te cambies de ropa, que desinfectes hasta los desinfectantes,
¿así po’s cómo?
Ahora bien, habemos gente con un miedo real y auténtico que
nos permite permanecer alertas ante los peligros pero que aunado a un
pensamiento crítico impide que nos quedemos pasmados sin hacer nada. Una
perfecta dosis de miedo y una perfecta dosis de valentía.
Quiero enfatizar tres puntos acerca de la pandemia Lectora,
Lector Queridos,
Primero, te recomiendo que le pierdas el respeto al
coronavirus, ojo, no te digo que bajes la guardia, más bien lee sobre él en
páginas confiables donde te puedas enterar de los pormenores de la enfermedad
pero sobre todo, de la manera de evitarla.
Segundo, recuerda que nada es para siempre y esta pandemia
no es la excepción, si bien nos ha paralizado, llegará el momento en que
decaerá y ese será el momento de retomar el control de nuestras vidas.
Tercero, te voy a recomendar lo que escuché decir a la dueña
de mis quincenas a su padre al sentirlo angustiado por estos tiempos raros y
complicados: vive un día a la vez. Lo dice la Biblia en Mateo 6:34 -Por lo
tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada
día tiene ya sus problemas-.
Este es el momento de enfrentar nuestros miedos pero desde
una trinchera de información y de paz. Evita leer o ver noticias que lo único
que causarán en ti será una oleada de angustia e intranquilidad. Bloquea a las
«señoras» y aprovecha estos tiempos de tranquilidad forzada para reevaluar
donde estás y hacia donde te quieres dirigir.
El Escribidor