martes, 31 de marzo de 2020

Ahí viene el coronavirus (tengo miedo parte II)


26 de marzo de 2020

Una cosa es el miedo al relámpago, al fuego, a los huracanes, a los volcanes, a los animales y demás. Eso estaba bien para el hombre de las cavernas dado que huir de esos fenómenos muchas veces representaba la diferencia entre morir o seguir viviendo y obviamente no contaba con Wikipedia para ayudarle a entender el por qué de esos fenómenos.

Otra cosa es el miedo a la oscuridad, a la lluvia fuerte, a los perros, a los bichos y otras cosas y tenerlo está bien para los niños. Se entiende que todavía no cuentan con la madurez ni con el conocimiento para enfrentar situaciones inesperadas.

Pero temerle a una enfermedad que, si bien es muy contagiosa pero para nada letal como otras muchas que hay, como que no es muy entendible para los adultos del siglo XXI que ya han visto prácticamente de todo –nos faltan los ovnis- y además los deja muy «mal parados».

En un siglo donde ya hemos visto de todo y prácticamente no hay secretos para nadie, seguir teniendo esos miedos primitivos como que ya está fuera de lugar y en ocasiones hasta nos hace ver ridículos. Basta con ver la infinidad de desinformación que circula por todos los medios y que hace presa fácil de la ingenuidad o de la ignorancia de la gente, y quiero detenerme a explicar a fondo el origen de esta situación: Las «señoras».

Cuando hablo de las «señoras» no hablo en el sentido misógino sino más bien, me refiero a una actitud que se presenta tanto en hombres como mujeres de cualquier edad o condición y que se caracteriza por la propagación de noticias, informes, novedades, «fun facts», estadísticas, recetas, pensamientos de famosos, etc. por demás ridículas y sin ningún fundamento ni certidumbre. Otros ingredientes que acompañan a esta acción son: la falta de un criterio que permita discriminar entre la información y la desinformación y una total irresponsabilidad sobre el efecto en las masas.
¿En las masas, Escribidor? ¿No estás exagerando un poco?

Lectora, Lector Queridos, no, para nada considero estar exagerando y he de presentar un par de ejemplos para sustentar mi atrevida y loca afirmación.

Ejemplo uno, transcribo la noticia: «Dos jóvenes fueron hospitalizados en Querétaro por hacer gárgaras con cloro y con líquidos de limpieza, luego de que leyeron en internet que así evitarían contagiarse de Covid-19». Sin palabras.

Ejemplo dos, mucho menos agresivo, recibí una llamada de una de mis hermanas muy angustiada porque leyó un Whatsapp que dice que debemos rociar nuestra casa con agua bendita y poner una cruz en la puerta de la casa porque la virgen se apareció y dijo que deberíamos hacer eso para evitar que el Covid-19 llegue a nuestra casa. ¿y si lo hace y se confía que de esa manera no llegará? ¿y si deja de seguir las instrucciones de las instituciones oficiales de salud porque al fin y al cabo ya está protegida? Total irresponsabilidad.

Y podría seguir enumerando una y mil noticias relacionadas con la pandemia y tendría material para una y otra página y no terminaría nunca. Lo que sucede es que desafortunadamente las noticias negativas reavivan nuestro morbo y hacen que corran como reguero de pólvora.

Volvamos a nuestro miedo de moda: el coronavirus. De por si es una enfermedad escandalosa por su manera de propagarse y por sus efectos en la gente mayor y los enfermos con algunas condiciones preexistentes, si a eso le sumamos toda la desinformación que las «señoras» con sus poderosos celulares y múltiples horas de ocio son capaces de generar y propagar. Agreguemos una humanidad que no se queda quieta por más que se les sugiere o en algunos casos hasta se les ordena y tenemos como resultado de esta ecuación una pandemia que por más que se esfuerzan nomás no se calma. Un mundo colapsado económica y anímicamente atiborrado de desinformación para intranquilidad de todos.

Y es que el miedo es medio convenenciero o más bien somos medio convenencieros con el miedo. Nos apanicamos para poder hacer «home office» pero lejos de ver a la gente atrincherada en sus casas, las encontramos en los centros comerciales, en los parques, de paseo, nombre, ¡así no se puede!

Pero eso si, esas «señoras» te piden que te laves las manos y la cara, que te cambies de ropa, que desinfectes hasta los desinfectantes, ¿así po’s cómo?

Ahora bien, habemos gente con un miedo real y auténtico que nos permite permanecer alertas ante los peligros pero que aunado a un pensamiento crítico impide que nos quedemos pasmados sin hacer nada. Una perfecta dosis de miedo y una perfecta dosis de valentía.

Quiero enfatizar tres puntos acerca de la pandemia Lectora, Lector Queridos,

Primero, te recomiendo que le pierdas el respeto al coronavirus, ojo, no te digo que bajes la guardia, más bien lee sobre él en páginas confiables donde te puedas enterar de los pormenores de la enfermedad pero sobre todo, de la manera de evitarla.

Segundo, recuerda que nada es para siempre y esta pandemia no es la excepción, si bien nos ha paralizado, llegará el momento en que decaerá y ese será el momento de retomar el control de nuestras vidas.

Tercero, te voy a recomendar lo que escuché decir a la dueña de mis quincenas a su padre al sentirlo angustiado por estos tiempos raros y complicados: vive un día a la vez. Lo dice la Biblia en Mateo 6:34 -Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas-.

Este es el momento de enfrentar nuestros miedos pero desde una trinchera de información y de paz. Evita leer o ver noticias que lo único que causarán en ti será una oleada de angustia e intranquilidad. Bloquea a las «señoras» y aprovecha estos tiempos de tranquilidad forzada para reevaluar donde estás y hacia donde te quieres dirigir.

Lectora, Lector Queridos, te mando un abrazo fraternal y libre de coronavirus y de «señoras».

El Escribidor

miércoles, 4 de marzo de 2020

Yo sólo estoy de paso


                                                           Monterrey, Nuevo León, a 3 de marzo de 2020

«Yo sólo estoy de paso» se volvió mi grito de guerra y mi protección contra la comodidad y la dejadez, pero antes de explicarles por qué permítanme ponerlos en contexto Lectora, Lector Queridos.

Acúsome de haber buscado siempre en mis anteriores empleos la duración más que la superación. A mis ojos y a los de mucha gente, mientras más años tenía un individuo en la empresa más digno de admiración era.

-¿Cuántos años tienes ya en la compañía? ¿Quince? ¡Wow! Tu sí que eres un buen empleado.
Cuando a mí me preguntaban sentía pena, puesto que lo más que había durado hasta mi penúltimo empleo, fueron tan sólo seis años.
Es que la verdad, más o menos al tercer año de entrar a un nuevo trabajo comenzaba a sentir un escozor en mis nobles músculos mayores que me hacían comenzar a imaginarme en una oficina nueva, con gente nueva, con nuevas metas y nuevos logros y comenzaba la búsqueda.

Pero en mi penúltimo no fue así. Llegué, deshice mis maletas, acomodé todos mis tiliches y me dediqué a trabajar. A trabajar como negro para vivir como blanco –perdonen mi chiste racista.

En pocas y llanas palabras: me acostumbré.
Según una definición que encontré en internet, acostumbrarse es dejar de encontrar molesta o extraña cierta cosa o persona; pues bien, dejé de sentir extraña o dejó de molestarme la oficina en la que entré y las personas con las que trabajé.

Y vaya que era una oficina nada cómoda, pero con la costumbre como que se le pierde el asco y hasta se le toma cariño.

Y de la gente, (en serio que no quiero ser peyorativo) pero como que no éramos de la misma calaña y la verdad ni leíamos los mismos libros; es más, ni siquiera gustábamos de los mismos hobbies. ¡Éramos diferentes pues! unidos por un mismo logo y una misma nómina.

Y pasaron los años, de pronto sin darme cuenta ya tenía ¡doce años! Me volví uno de los más «viejos» y entiéndase por eso, los que más tiempo tenían en la empresa. O los que más aguante teníamos porque eso sí, había que tener aguante para durar ahí.

Yo decía que en la oficina había dos tipos de personas, los que tenían las manos lisitas y las rodillas abolladas de tanto pedir permiso. Estábamos por otro lado, los de manos coloradas de tanto recibir manazos por no consultar cada acción a realizar. Y a todo se acostumbra uno, menos a no comer –diría mi padre.

Y dejó de ser molesto para mí el hecho de renunciar a mis sueños por ayudar a otro con los de él. Viví adormecido y luché como nunca por lograr metas nunca antes pensadas.

Y dejó de ser extraño para mí el hecho de ver transcurrir los años sin seguir un objetivo personal y sin metas que me definieran a mí.

De pronto un día tuve una epifanía y me pregunté: -¿Qué hago aquí? Y empaqué mis cosas y guardé mis tiliches y me fui. Doce años se resumieron en tres días. Me prometí nunca más volver a acostumbrarme.

Busqué y encontré una nueva compañía que cubriera mis necesidades básicas y no más; al fin y al cabo, yo solo estaría de paso.

Así fue, oficina nueva, gente nueva de una calaña diferente, nuevos jefes. Nunca vacié mis maletas ni saqué mis tiliches. Todo se sintió molesto y extraño. No importaba, yo solo estaba de paso.

Comenzaron a pasar los días y comenzaron a pasar las cosas pero yo inmutable al fin y al cabo, yo sólo estaba de paso.

Trabajé duro, así soy yo; pero ya no perseguí sueños de otro, yo solo estaba de paso.

Un día el jefe me mandó llamar para reclamarme porque siempre decía que solo estaba de paso y que eso afectaba el clima laboral. Me pidió dejar de decir eso, el creyó que yo acepté. Cual Galileo al salir de su oficina dije: yo sólo estoy de paso.

De repente un día, todo se volvió más molesto y más extraño, recordé mi promesa. Entregué las cosas prestadas para trabajar y me despedí para empezar, o mejor dicho, para continuar con mis sueños.

Y ahora todo se siente a gusto y familiar, lucho por una vida, hombro a hombro con quien amo. Ahora sí, ¡así si baila mi hija con el señor!

Para ti, para quien no estoy de paso, te mando un abrazo.



El Escribidor

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...