Mostrando entradas con la etiqueta Papá. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Papá. Mostrar todas las entradas

miércoles, 8 de julio de 2020

La importancia de llamarse Porfirio

Lectora, Lector Queridos, ya les he platicado en otros de mis artículos acerca de mi padre y de la enorme influencia que tuvo en mi formación y en mi vida en particular. 

Para ponerlos en contexto, déjenme les describo a mi papá: Él era un tipo de 1.74 aproximadamente, fornido, con buen porte y con un vocabulario muy dado a los dichos y, de por si coloquial, sin llegar al lenguaje de carretonero.

En realidad hay tres cosas de las cuales quiero hablar acerca de mi padre en este escrito, pero hay muchísimas más que ya les iré contando.

La primera: se llamaba Porfirio y yo creo que gracias a su nombre –yo estoy firmemente convencido que los nombres como que nos predisponen a ciertos rasgos en nuestro carácter- era una persona porfiada. Se dice que alguien es porfiado si es una persona obstinada u obcecada. Y mi padre era así; ya que se le metía algo en la cabeza, no había poder humano o divino que lo hiciera cambiar de opinión. Ahora entiendo porque mis hijos son decididos y porfiados. ¡Quíubole! Ahí te hablan, diría un cuate.

Él me enseñó a perseguir una meta y luchar por ella. Recuerdo perfectamente que cuando iba a comenzar mis estudios en el Tecnológico de Monterrey, yo realicé el trámite de la beca. Gracias a mi inexperiencia en el llenado de documentos mi beca fue rechazada. Total que le marqué a mi padre para avisarle que iba de regreso porque no me dieron la beca. Me dijo: no te regreses, voy para allá, como que no te dieron la beca si eres muy buen estudiante y aparte eres mi hijo.

Total que sin cita, se presentó con el departamento de becas y no tengo idea de que fue lo que les dijo, pero al salir, con una sonrisa me dijo que ya me habían otorgado la beca. ¿Pues qué creían? –dijo. Estoy seguro que si el viviera en estos tiempos, le diría a toda la gente miedosa asustada por la pandemia: ¡no le saquen! No pasa nada.

La segunda: yo trabajé desde muy temprana edad con él, entonces me tocó estar hombro a hombro realizando trabajos que eran pesadísimos. Recuerdo que en medio de un trabajo, yo a mis escasos seis años, al ver que nomás no se veía la hora de terminar –ya hasta era de noche- le pregunté qué cómo íbamos para terminar e irnos. Sólo me contestó: ahí la llevamos.  El «ahí la llevamos» era un sinónimo para todavía falta, pero vamos bien. Al menos eso pensé.

Me lo dijo con tal seguridad que me hizo confiar y darle más duro, que al cabo ahí la llevamos. Obvio faltaba un buen para terminar pero mi ansiedad desapareció por el simple hecho de saber que mi protector dijo que ahí la llevamos y entonces todo estaba bien.Cuando veo a toda la gente desesperada que pregunta que como vamos en nuestra lucha contra la pandemia sería bueno contestarles que ahí la llevamos.

Finalmente, de él proviene mi búsqueda de la excelencia. Recuerdo que varios de sus clientes solían preguntarle cuando lo veían que cómo le iba, entonces, invariablemente les respondía, -muy bien, nomás a los pendejos les va mal. Y ¿a usted cómo le va? A lo que se veían obligados a contestar que bien, también, so pena de caer en la trampa en su juego de palabras.

Él me enseñó a ser perfeccionista y me dio mi primera cátedra de calidad continua. De una manera muy empírica, me enseñaba cosas nuevas y me exigía que las realizara con la mejor calidad posible aún y cuando fuera mi primera vez.

Cuando llegaba a cometer algún error, se dirigía a mí diciendo: ¡no sea güey! póngase listo. En seguida, hacia el la corrección para que yo aprendiera como se debería haber hecho.

En la casa, lo vi desarrollar múltiples actividades de las más variadas disciplinas y todas las realizaba con gran calidad. Ya sea que se pusiera a pintar; arreglar una llave; podar un árbol; resanar una pared y otras muchas cosas. Dirían en estos tiempos que era una persona con muchas competencias y siempre se empeñó en que yo las aprendiera todas y cada una de ellas. Era, como diría uno de sus más entrañables clientes, el maestro de la liendre, que a todo le da y a nada le entiende, jajaja.

No era un padre perfecto, pero todo lo que me enseñó me ha ayudado a hacer esta vida más llevadera y fácil. Decía que me enseñaba todo por si acaso en el futuro yo necesitara trabajar y así no me moriría de hambre. Y podría seguir hablando de él por páginas sin fin, sin embargo, ya lo haré en subsecuentes publicaciones.

Por lo pronto, te invito que revises a tu padre y me compartas que es lo que aprendiste de él. Si aún lo tienes, ve y dale un abrazo bien fuerte, pero eso si con cubrebocas. Si ya no está contigo, dirígele una oración a Dios por él y haz un ejercicio bien intenso de remembranza, algo así como un homenaje póstumo.

 El Escribidor

Monterrey, N.L. a 7 de julio de 2020

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...