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miércoles, 29 de julio de 2020

Mektoub (está escrito)

Las situaciones que estamos viviendo -la pandemia, el encierro, las actividades sociales limitadas, la economía en declive, el hastío, entre otros- ha provocado en los humanos una serie de afectaciones por demás intensas y variadas, las cuales van desde una depresión leve hasta las neurosis más severas rodeadas de todas sus consecuencias psicosomáticas y fisiologías tales como migrañas, úlceras, colitis, dermatitis y muchas más que podríamos mencionar pero que no tiene sentido hacerlo porque todas parten de un origen común: la falta de aceptación del momento tal como es, en lugar del momento que quisiéramos que fuera.

Es esa lucha interna por aferrarnos a cambiar las cosas que no son o por angustiarnos por las que pudieran ser, la que nos ocasiona toda esa problemática.

Pues bien, ¿qué creen? Esta situación no es nada nueva. Ya desde antiguo, la gente vivía angustiada por el futuro incierto y deprimida por el inalterable pasado. Ahí está la clave de la búsqueda de las principales religiones del mundo: vivir el momento presente sin preocuparnos por el futuro.

 Me encontré una edición moderna de un libro muy viejo (1944) que se llama: «Como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida» (Dale Carnegie, Ed. Sudamericana, 2013, pág. 299): «viví en el jardín de Alá, un artículo referente a los árabes beduinos y la manera como enfrentan las situaciones adversas como las que vivimos actualmente».

Para ejemplificar, cito un párrafo: «Entonces, hice lo que Lawrence me indicó: me fui a vivir con los árabes beduinos. Me alegro de haberlo hecho.  Me enseñaron cómo cabe librarse de la preocupación. Como todos los fieles mahometanos, son fatalistas. Creen que cada palabra escrita por Mahoma en el Corán es la divina revelación de Alá. Así, cuando el Corán dice: "Dios te creó y creó todos tus actos", lo aceptan literalmente. Tal es la razón de que tomen la vida con tanta calma y nunca se apresuren ni se malhumoren innecesariamente cuando las cosas se tuercen. Saben que lo ordenado ordenado está y que sólo Dios puede cambiar las cosas. Sin embargo, esto no significa que, ante una calamidad, se sienten y no hagan nada. Para ilustrarlo, les hablaré de una rugiente y ardorosa tempestad de siroco que soporté durante mi permanencia en el Sahara. Aquel gemir desesperado del viento duró tres días y tres noches. Era un viento tan fuerte que llevó arena del Sahara a cientos de kilómetros de distancia, a través de todo el Mediterráneo, hasta el valle del Ródano, en Francia. Era un viento tan cálido que me hacía el efecto de que me estuvieran abrasando el cabello. Tenía la boca y los pulmones resecos. Mis ojos ardían. Mis dientes estaban llenos de arena. Tenía la impresión de estar frente a un horno en una fábrica de vidrio. Estuve tan cerca de la locura como puede estarlo un hombre que consigue conservar el juicio. Pero los árabes no se quejaban. Se encogían de hombros y decían: Mektoub! ("Está escrito")».

Quiero redondear dos conceptos antes de pasar a echarles mi rollo.

Primero, el término fatalista se refiere a aquella persona que cree en el destino y en lo inevitable de él. Es decir, si algo está determinado por Dios para que suceda en tu vida, no importa cuántas maromas realices nunca escaparás de esa situación.

Segundo, esos beduinos a los que hace alusión el artículo son pastores nómadas. Para ponernos en contexto, no tienen un lugar fijo donde vivir; viven en un clima extremo que va desde los 10°C por la noche hasta los 50°C en el día; normalmente les falta agua; la comida es escasa y están a merced de los cambios climáticos, en especial las tormentas de arena. Visto así, lo podría resumir en dos palabras: ¡está canijo!

Analicemos la situación actual desde esa óptica, Lectora, Lector Queridos.

¿Qué pensarían del encierro los beduinos? Ellos se la pasan viajando todo el tiempo, salvo los momentos en que establecen un campamento temporal. Normalmente son familia. Desconozco sus actividades pero para nada cuentan con internet ni con las comodidades de la época moderna que caracteriza nuestro «encierro». Tienen que prepararse su propia comida. En resumen, #sequedanencasa sin hacer tanto pancho.

¿Y de la pandemia? Deben estar muy conscientes de que si se enferma uno de sus miembros, potencialmente afectan a toda la tribu. Estoy seguro que tienen establecidas ciertas reglas de higiene y conducta que permiten salvaguardar la integridad de todos. Nada de andar con tonterías como: a mí no me va a dar; esa enfermedad no existe o de plano, a mí me vale. De seguro expulsan a todos aquellos que no piensan en el bien de la mayoría.

¿Y de la economía en declive? Se me hace que les vale queso, es tanta la escasez de agua y de comida, que han aprendido a aprovechar al máximo los recursos y nada se desperdicia. Cuando alguien obtiene algo, se reparte por igual entre todos. El dinero viene a ser un recurso secundario que se utiliza únicamente cuando tienen contacto con algún comerciante pero no es algo que los mueva. Son ecológicos, cuando llegan a un oasis, utilizan únicamente lo que necesitan porque alguien más vendrá después de ellos y también requerirá de lo que ahí se encuentra.

Finalmente, ¿qué sucede con ellos y el estrés? Pues nada. Los beduinos viven un día a la vez. Saben que si algo sucede es porque «está escrito». Alá –que significa Dios en árabe- ya escribió toda su historia y todo los que les suceda, sea bueno o malo, fue decidido por Él. ¿Qué caso tiene preocuparse por algo si se tiene la convicción de que Alá lo prescribió? No hay manera de cambiar lo que «está escrito». Cuando les cae una tormenta, se encogen de hombros y dicen «Mektoub». Si se les muere el ganado, solo dirán «Mektoub». Si hubiera una pandemia dirían «Mektoub». Si algo sucede, «está escrito», ¿acaso hay algo más inteligente que Dios? Él es la inteligencia suprema que define la historia de cada uno de ellos y lo que les suceda, será porque era lo mejor que podría sucederles. ¿Les suena familiar esto?

Viviendo de esta manera, no tienen que preocuparse por qué van a comer o que van a vestir, ¿para qué? Alá ya escribió cada momento de su vida y no va a cambiar por más que se empeñen. Entonces todas las enfermedades y padecimientos ocasionados por el estrés simplemente no existen.

¿Y si nos hacemos árabes? Bueno, se supone que nosotros no creemos en un destino impuesto, pero si creemos en un Dios bueno que vela por nuestro bienestar y nos permite la oportunidad de seguir un camino que es el que más nos conviene, pero para eso tendríamos que abandonar todas nuestra excentricidades sociales y religiosas y vivir realmente como personas que velan por el bien propio y del prójimo, pero desafortunadamente, vivimos inmersos en un mundo egoísta donde el «yo» es más importante que el «nosotros».

Te mando un abrazo que suscite en ti una resignación para lo que estés viviendo, «Mektoub»

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 28 de julio de 2020


martes, 5 de mayo de 2020

Confía en Alá pero ata tu camello

Monterrey, N.L. a 4 de mayo de 2020


Voy a hablar de religión, a lo mejor piso algún callo, pero como diría el Chavo del Ocho: -fue sin querer queriendo.

De Oriente nos llega mucha cultura, historia e inclusive de allá vienen las religiones más acendradas para mi gusto. De aquellas lejanas tierras nos llega el Jainismo, el Budismo, el Zoroastrianismo, el Shintoísmo, el Islam y otros muchos ismos.

 Pero principalmente de allá llega mi religión, la que reconozco como la mera mera, el Cristianismo.

¿Por qué se le pegó en gana a Dios Padre que Cristo y nuestra fe nacieran en esos cálidos y recónditos parajes? ¡Sepa! Yo creo que tiene que ver con lo complicado que es vivir en esa zona y en especial en el desierto (les recomiendo leer en mi blog El Desierto, 25 julio 2007) donde se prueban los hombres y su fe. ¡Qué mejor lugar para determinar si tenemos una fe de a mentiras o de a «deveritas! –como diría la menor de mis hermanas.

Total que quiero contarles un cuento que me encontré en internet y que muchos se adjudican como propio, pero la verdad considero que ha de ser uno de esos que se le ocurrió a algún personaje de oriente que se olvidó de ponerle el Copy Right y pues ya cualquiera pudo decir que él lo hizo.

Pero vayamos al cuento que es lo importante en este escrito y después lo desmenuzamos.

Dice así:

«Un maestro sufí estaba viajando con uno de sus discípulos. El discípulo era el encargado de cuidar del camello.

Llegaron de noche, cansados, a la posada para caravanas. Era obligación del discípulo atar el camello, pero no se molestó en hacerlo y lo dejó fuera. En cambio, se dedicó a rezar, le dijo a Dios: Encárgate del camello, y se durmió.

Por la mañana el camello no estaba: había sido robado, se había ido... podía haberle ocurrido cualquier cosa. El maestro preguntó: -¿Qué ha pasado?

¿Dónde está el camello?-No lo sé -dijo el discípulo-. Pregúntaselo a Dios,

Porque yo le dije a Él que lo cuidara; y como yo estaba cansado, no tengo la menor idea. Yo no soy el responsable porque se lo dije muy claramente. No hay forma de que no lo entendiera: se lo repetí tres veces. Y como siempre enseñas que debemos confiar en Dios, he confiado. Ahora no te enfades conmigo.

El maestro dijo: -Confía en Dios, pero primero ata el camello, porque Dios no tiene otras manos que las tuyas. Si quiere atar el camello, tendrá que usar las manos de alguien; pero no tiene otras que las tuyas. ¡Y es tu camello! La mejor forma de hacerlo, el camino más sencillo y más fácil es usar tus manos. Confía en Dios, no confíes sólo en tus manos; de otro modo estarás tenso. Ata el camello y después confía en Dios. »

Vamos a situarnos en el contexto para poder sacarle el jugo al relato.

Primero, el camello en esos lares viene a ser algo más que un medio de transporte, son tan importantes para la gente de allá que llegan a ser inclusive un símbolo de estatus. Cuantos camellos tienes indican qué tan rico eres.

Esta la figura del maestro el cual lejos de actuar de manera sobre protectora y paternalista dejó que el discípulo se hiciera responsable de esa riqueza. ¿Les suena familiar, Lectora, Lector Queridos? ¿No se parece mucho a la libertad de elección que Dios nos regaló? Justamente eso es lo que representa, Dios otorgándonos nuestro libre albedrío.

Era el desierto, era de noche, estaban cansados. ¿A qué les suena? ¿No es un poco es la pandemia, estamos en casa sin poder salir, estamos cansados? Es decir, normalmente las pruebas aparecen de la manera más insospechada. Sin decir: ¡Agua va! Nos llega el ramalazo de la epidemia y de la confinación. Y ni a quien reclamarle. Debe ser mucha la impotencia que muchas personas debieron sentir, acostumbrados a reclamar sus derechos. Más de un@ debe haber pensado: -hay que hablarle al gerente. Pero ¿saben una cosa? Ese gerente no toma llamadas.

Finalmente está el discípulo, o sea tú mismo, que en un gesto de flojera y comodidad dejó su misión más importante al azar, que al cabo Diosito me lo va a cuidar. Claro, ¿Y tu nieve de limón de qué sabor la quieres discípulo flojo? Así no funcionan las cosas. Tenemos un dicho, el equivalente en occidente, que dice: A Dios rogando y con el mazo dando.

Es decir, pide las cosas como si todo dependiera de Dios pero actúa como si todo dependiera de ti. Dicho de otra manera, está muy bien creer que para Dios no hay imposibles pero es una realidad que no podemos manipularlo a nuestro antojo y hacer que Él haga lo que nos corresponde a nosotros.

Que quede bien claro Él no va a hacer lo que nosotros con nuestras manitas debemos hacer.

Lectora, Lector Queridos, te mando un abrazo bien fuerte no le aunque que haya coronavirus.

 

El Escribidor


Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...