En esta ocasión voy a basar mi escrito en un chiste. No se
asusten, es totalmente blanco y lleva como fin hablar de esas personas que
nomás no les hayas el modo.
Resulta que iba un tipo por la carretera pidiendo ride y de pronto, después de muchos
intentos, se detuvo un tráiler. Al subir notó que se trataba de un tipo mal
encarado –como varios que yo conozco– con un carácter de esos que asustan al
miedo, el cual al saludarlo solamente movió la cabeza en señal de saludo.
Arrancó el tráiler y el ambiente era tan denso que
fácilmente se podía cortar con un cuchillo. El tipo se pone a pensar qué podría
hacer para romper el hielo. Dice para sus adentros: ¿Qué tal si le hablo de
futbol? No, porque a lo mejor lo odia y me baja. ¿Y si le hablo de religión? Mejor no porque a
lo mejor es agnóstico y me baja. ¿Y si le hablo de política? Pero a lo mejor es
apolítico y me baja.
En esas iba cuando de pronto voltea a ver al chofer y con
una amplia sonrisa le dice: «pues sí» «Pues no y ¡te bajas!» Le dice el
conductor. Jajaja
Hasta ahí el chiste, ahora hablemos de la vida real.
Es común encontrarnos con personas que a pesar de nuestros
esfuerzos por congraciarnos con ellas nomás no damos pie con bola. Y que
conste, no es una situación exclusiva de cierto tipo de personas. Es algo así
como la muerte para el humano; no importa qué tan agradable y bueno seas como
persona, invariablemente durante tu vida en algún momento te encontrarás con tu
némesis, con ese ser que te hará ver tu suerte.
Para ejemplo basta un botón, pero como que a mí me mandaron
varios.
Resulta que cuando conocí a mi alter ego –mi mujer – fui
el hombre más feliz sobre la tierra; sin embargo, ella no venía sola, venía en
paquete con una mujer bajita, delgada, sonriente y muy amable que cuando se dio
cuenta de que yo era el susodicho, cambió su cara y nunca más volvió a sonreír.
Bueno, no volvió a sonreírme a mí. En algún momento de mi
relación con ella seguramente dije: pues sí; acto seguido, me contestó «pues no
y ¡te bajas!»
Enseguida, viene a mi memoria una jefa que tuve, que para
efectos del relato llamaremos Paty (los nombres son irrelevantes cuando el
contexto es lo único que cuenta para una mejor comprensión del caso) cuando
trabajé para una compañía gringa de tecnología.
Paty era una
chilanga de hueso colorado, muy alta, mal encarada y con un carácter de
esos que asustan al miedo.
Cuando yo la conocí su primer discurso hacia mí no fue nada
alentador: «Mira, ya han desfilado varios por ese puesto y la verdad creo que tú
serás uno más. Entonces ahorrémonos el tiempo y dime ya si crees que darás el
ancho si no para pasarte de una vez con Recursos Humanos».
Sobra decir todo el esfuerzo que hice por querer ganarme no
digamos su amistad, me hubiera conformado con hacerme merecedor de un trato más
amable, pero nomás no se pudo. Pues no y ¡te bajas!
Algo que descubrí en los ejemplos citados, es que me esmeré
en agradar a las personas en lugar de ser yo mismo y buscar ser aceptado como
era.
Dicho en otras palabras, me preocupé en demasía por ser
aceptado por las personas pasando por encima de mí mismo. Pero aprendí la
lección según yo a tiempo.
Conocí a otra persona en mi penúltimo empleo. Era una
compradora mal encarada y súper geniosa, hasta un tanto grosera y malhablada.
La historia no comenzó diferente. Cada vez que me apersonaba me recibía con un:
-dígame ingeniero- con una jeta que le llegaba hasta el suelo.
En otros tiempos, me hubiera esforzado por caerle bien pero
no esos días.
Yo le contestaba, con un poco de indiferencia pero con mucha
deferencia, gracias señorita, le encargo por favor que apoye con lo siguiente.
Después de dejarle mi encomienda, me iba a mi lugar sin
mostrar ninguna emoción.
Y así se repitió la escena por varias semanas hasta que ella
se dio cuenta de que yo no era una mala persona sino que al contrario, cada vez
que tenía alguna dificultad para cumplir con su cometido, ahí estaba yo para
apoyarla. Eso sí, mostrándome siempre indiferente pero buena onda.
No sé si fue el tiempo o los trancazos los que la
ablandaron, pero al cabo de unos meses se volvió uno de mis aliados dentro de
la organización.
¿Qué cambió? ¿Ella? No, seguía siendo mal encarada con
muchos y discutía con todos menos conmigo.
Cambié yo, puse en la lista de prioridad primero mi persona.
Hice un esfuerzo superhumano por ser auténtico y por mantenerme firme en mi
personalidad, le gustara o no a la demás gente.
¿El resultado? Una paz insospechada con mi persona; una
seguridad nunca antes sentida; una autoestima blindada contra todo y contra
todos. En resumen, Salí ganando.
Te conmino Lectora, Lector Queridos a perseguir ser esa
persona que no rinda cuentas a nadie y que no se doblegue ante ninguna persona
mal encarada y geniosa que se encuentren en su camino.
Eso sí, siempre de una manera amable y educada, como decía
mi amado padre: lo cortés no quita lo valiente.
Te mando un abrazo reconciliador contigo mismo,
El Escribidor
3 comentarios:
Hola Escribidor
Te escribo aquí mi comentario para tener la certeza de que lo recibes.
Gracias por compartirme tus escritos. Trato de tomarme mi tiempo para leerlos con calma. Te comento que me atrapan tus escritos. Me parecen amenos, actuales y de nuestra vida cotidiana.
Me identifico con tus ideas, los temas que abordas y los ejémplos que mencionas.
Espero el siguiente para leerlo.
Con mucha carnita. Saludos y felicidades Escribidor!
A lo largo de la vida uno se topa con cada persona que a veces ni hacen nada pero "son de sangre pesada" y ya caen mal y los evitas.
Pero eso no quiere decir que NOS TENGAMOS que llevar mal con ellos. Siempre debemos partir de dos cosas: Una es que siempre debemos ser amables y educados, esto es clave. Y lo segundo es el contexto. Depende de donde estes y con quienes estes es si les permites mas o menos familiaridades, que invariablemente todos tenemos limites que no hay que dejar que nadie cruce.
Principalmente hay que recordar que uno nada mas esta de paso...
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