jueves, 18 de junio de 2020

No es que me llames perro

Es la perra manera como me llamas. Así dice el dicho y así digo yo. Es una herencia que me dejó un otrora enemigo –que en lo subsecuente lo llamaremos Óscar- donde hacía alusión a esa manera tan terrible que tenía la jefa de aquel entonces de tratar a sus empleados y que le causaba mucha molestia.

Oscar podía ser muchas cosas, pero eso sí, nunca grosero. Era una persona con una verborrea tal que hacía que la gente cayera rendida a sus pies para después tener que levantarse con una enorme cruda moral al descubrir que todo había sido labia y nada más.

Lo que si era consistente era el trato que tenía con todos: siempre saludaba, hablaba con voz suave y bien entonada, sonriente a más no poder y atento a los comentarios que le hicieran. Era un tipo divertido, zalamero y un tanto lambiscón. Lo que se llama una perita en dulce.

Era muy agradable platicar con él ya que, además del buen trato, la plática era bien sabrosa y normalmente era aderezada con historias de sus múltiples aventuras de tiempos pasados. He ahí la razón por la cual el mal trato de la patrona le erizaba la piel y lo convertía momentáneamente en un energúmeno.

Una vez pasado el episodio colérico, cuando le volvía a ganar la razón, se dedicaba a regalar disculpas por doquier y a reponer los platos rotos que su berrinche ocasionó.

Una y otra vez viví esos episodios regaño-cólera-disculpas. Era muy desgastante, como si estuviéramos entre dos padres en proceso de separación.

Y todo porque nadie le enseñó a la mandamás que en el pedir está el dar –diría mi padre–. No era lo que te pedía, era la manera como lo pedía. No era que te llamara perro, era la perra manera como te llamaba.

Recuerdo que cada vez que citaba a alguien en su oficina, inmediatamente preguntaban: ¿tú sabes qué pasó? ¿Sabes para qué me quiere ver? Más allá del dichoso posible regaño, estaba la manera, por demás agresiva, de llamarle la atención al citado. La tónica era la siguiente: después de recordarle que estaba en la compañía gracias a su corazón misericordioso y de recordarle todos los errores anteriores cometidos y perdonados, venía una perorata que si bien te iba, tomaría algo así como media hora. Dicho discurso estaba plagado de mensajes que llevaban como fin pegarle a la autoestima del escuchante y hacerlo reconocer su culpabilidad.

En variadas ocasiones, y como si el estilo castrante de la señora no fuera suficiente, mandaba llamar a diferentes testigos para confabular y terminar de acusar al presunto de todos sus delitos. Incluía entre sus instrumentos de tortura correos electrónicos, facturas, papeletas y demás como evidencia del error cometido hasta lograr la aceptación del susodicho y la correspondiente pena por sus actos que podía ir desde un regaño intenso, una suspensión de labores sin goce de sueldo, el rebaje de su nómina o en el peor de los casos, la expulsión del paraíso, donde muchos quisieran estar –según ella expresaba con mucho orgullo–.

 Yo me chuté muchas de esas citas-regaños, pero la verdad yo tengo la piel bien gruesa y pues esos golpes me hacían lo que el viento a Juárez. Cuando comenzaba a echarme sus interminables rollos, la ponía en mute en mi cabeza y mi mente partía hacia lugares agradables hasta el momento en que escuchaba el agradable, pero-no-lo-vuelva-a-hacer. Ella se quedaba muy contenta por mi silencio de pseudoarrepentimiento y yo en paz con mi viaje astral a un lugar feliz. Los dos ganamos.

De una manera por demás insólita, un día en medio de una junta de resultados, a la jefa se le ocurrió hablarle -una vez más- de una manera grosera a Oscar y se me hace que ese día el horno no andaba pa’ bollos, de pronto explotó –como siempre- y comenzó a prorrumpir gritos y denuestos.

Digamos de una manera más coloquial que Oscar traía la mecha corta y no aguantó más. Después de gritos y alharacas, la junta terminó de una manera intempestiva.

Ya no se volvió a saber más del tal Oscar. Todo era hermetismo y silencio; claro, era un gerente el que se había ido. Si hubiera sido un empleado cualquiera, hasta la misma dueña habría hecho una serie de comentarios en detrimento de la imagen del acaecido. Pero con Oscar no podía ser así. Ella lo contrató y lo defendió a costa de la falta de resultados por años y estoy seguro que hubiera seguido así mucho tiempo más si no se le hubiera ocurrido explotar. Se volvió personal y pues contra eso no hay cura.

Lo que me queda de aprendizaje son varias cosas: primero, no es necesario sobajar a los demás para conseguir lo que buscamos. Es mejor reconocer los talentos de las personas sin olvidar que somos humanos y por ende, somos perfectibles más no perfectos.

Debemos afrontar los errores propios y de los demás con una caridad cristiana –o de la religión que profeses– donde estemos dispuestos a aceptar una y otra vez que la gente se equivoca, siempre y cuando mostremos –y ese es el otro lado de la moneda– un arrepentimiento autentico y sincero para hacer las cosas mejor.

Finalmente, cuidemos que nuestras palabras sean impecables y siempre lleven un mensaje positivo. Que no salgan de nuestra boca palabras para disminuir, atacar, lastimar o maldecir a las personas. Recuerda Mateo 15:18: «Mas lo que sale de la boca, del corazón sale».

Lectora, Lector Queridos, cuida siempre lo que digas y la manera como lo digas, porque una palabra dicha ya no hay manera de borrarla.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de junio de 2020


3 comentarios:

Sofía Nav dijo...

Creo que en ocasiones se puede llegar a olvidar que el otro ser vivo con el que se está tratando es una persona, con emociones como cualquiera de nosotros.
Por eso se suele hacer el "recuento de sus errores", para justificar el mal trato que se le da.
Pero como una persona muy querida dice: "hay que ser mejor persona que el daño que te hayan causado".
Ahora sí que cada quién da lo que tiene en el corazón.
Eso sí, lo primero es predicar con el ejemplo, aunque en un inicio pueda llegar a costarnos.
Es un trabajo de todos los días.

Anónimo dijo...

Hay personas que la tienen fácil y aprenden desde temprana edad a hablar demanera que la gente escuche, ya sea por tono o su forma de expresarse. Para mí a sido difícil aprender a expresarme sin hablar golpeado, pero como las materias que nos enseñan por años en la escuela, es algo a lo que se le debe dar importancia y aprender. Todos hemos tenido jefes con una forma de expresarse muy peculiar, es por eso que siempre le he dado importancia a la forma en la que me expreso. Y sí, hay veces que nos gana más el mal día que nuestras ganas de ser mejores, pero estoy segur de que vada vez es más fácil si te lo propones. "Trata a los demás como te gustaría que te trataran".

Ralkee dijo...

Wow vaya personaje Oscar.
Al estar leyendo tu escrito fui transportado a vidas laborales pasadas en diferentes empresas mexicanas donde estuve antes.
Y sabes que? ES LO MISMO EN TODAS.
Podriamos decir que es parte de la cultura organizacional?
Asi como tambien es raro el jefe "buena onda" en la cultura pop mexicana el jefe siempre es un gordo de bigote que tiene mal humor todo el dia y que cuando esta feliz es porque se ha aprovechado de alguien. Malevolo.
Por otro lado, al estar en otra empresa donde sé como ven los extranjeros a los mexicanos y vivirlo desde su perspectiva pues... si esta chistoso, explico:
Como siempre aclaro en mi blog: Esta no es una opinion absoluta, tiene matices y por supuesto que no aplica para todos, si alguien le cae el saco que se lo ponga haha
Dentro de todas las cosas que tiene el mexicano como empleado en una empresa, una de ellas que choca mucho con los extranjeros es: NO ES MI CULPA, NO ES MI RESPONSABILIDAD.
Reflexionalo, cuantas veces no te hablaron a la oficina del jefe y asumiendo que te iban a regañar ya ibas pensando que contestar o como justificar que no era tu culpa?
Esto es algo muy comun que pasa con la gente, nunca es culpa de nadie y nadie quiere hacerse cargo del problema.
Los mexicanos son mucho de señalar a otros para zafarse del regaño.
Entonces se hace un circulo donde el jefe es regañon porque el empleado no acepta la culpa, el empleado no acepta la culpa para evitar que lo regañen y asi hasta no acabar nunca.
Como bien dices, la clave siempre va a estar en los modos.
Saludos!

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...