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miércoles, 12 de agosto de 2020

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos ha pegado en el bolsillo, en el corazón, en los sentimientos, en las emociones y yo pensé que, hasta este momento, no nos había pegado en el conocimiento, pero resulta que sí.

Se habla de una pérdida en el PIB como hacía mucho no sucedía en el mundo, según el Banco Mundial: «La COVID-19 ha tenido un enorme impacto a nivel mundial y ha causado pronunciadas recesiones en muchos países. Las proyecciones de referencia pronostican una contracción del 5,2 % en el producto interno bruto mundial en 2020, lo que constituye la recesión mundial más profunda que se ha experimentado en décadas.» Y eso, en definitiva, llegará a afectarnos a todas nuestras carteras, querámoslo o no. Nimodo!

Han sido muchos los que han caído a consecuencia del bicho, según la Universidad Johns Hopkins: «Han pasado poco más de seis meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una emergencia global por la emergencia del nuevo coronavirus.

Desde entonces, el coronavirus continúa propagándose por el mundo, con 20 millones de casos confirmados en 188 países, según los datos de este lunes de la Universidad Johns Hopkins. Más de 730.000 personas han muerto a causa de la infección.» Esto hace que, de manera directa o indirecta, todos hayamos tenido alguna pérdida humana y eso duele. Nimodo!

 Simple y sencillamente, las relaciones interpersonales se detuvieron (a no ser que estés dentro de un núcleo familiar, porque ahí se intensificaron). Pero la posibilidad de conocer gente nueva en persona, de estrechar manos, de repartir abrazos y no se diga, de dar besos, quedó por lo pronto y hasta nuevo aviso, en un simple y triste stand-by. Le llaman distanciamiento social o sana distancia. Nos pega en los sentimientos. Los latinos, y en especial los mexicanos, somos personas muy dadas a tocarnos entre nosotros y si a eso le sumamos el rasgo característico de algunos –presente- de ser kinestésicos, se imaginarán lo difícil que se vuelve esto. Mi oficio es vendedor y mi estilo es muy kinestésico, soy de saludar de mano, de abrazo, de palmada en la espalda. Pues eso de saludar como japonés, solo con una caravana, no se me da. O eso de saludar con los puños o al puro estilo regiomontano (con los codos) nomás no me sabe a nada. Pero en fin, todo sea por conservar la salud, ya vendrán los tiempos de besos, abrazos y apapachos. Nimodo!

 Pero hay algo en lo que no había caído en cuenta y es el hecho de que esta pandemia se ha ido directamente contra los más ancianos. No se trata nada más de las pérdidas humanas, ¿se dan una idea de todo el conocimiento y experiencia que se pierde cada vez que un anciano se muere?

Para mí equivale a una de las acciones más retrógradas y aberrantes de la humanidad: la quema de libros.

En esas quemas perdimos infinidad de obras de arte de la literatura; de información antigua en los códices; de ciencia en los libros de alquimia y muchos, pero muchos, campos de la humanidad se vieron afectados por este hecho.

Bueno, cada vez que muere un anciano, es como si quemaran un libro hasta dejarlo hecho cenizas; se va toda una vida de experiencias y todos los conocimientos de su área de especialidad; todas las historias vividas; ese pedazo de historia del hombre que le tocó vivir y que por medio de sus pláticas es transferido a las siguientes generaciones; en pocas palabras, se pierden varios libros incunables y no existe manera de recuperarlos.

Lo que está sucediendo con la epidemia es que millares de esos libros de valor incalculable, simplemente se están perdiendo sin la menor posibilidad de transferir su conocimiento a alguien más. Primero, porque a muchos los agarró la enfermedad súbitamente y simplemente se extinguieron. Después, porque debido al aislamiento –que de por si para los ancianos ya existía por parte de sus seres queridos- provoca que todo ese acervo se vaya a la tumba.

En nuestra cultura tendemos a hacer a un lado al anciano. Muchas veces nos estorba e incluso se les manda a una institución o asilo, donde gente que no tiene ningún lazo amoroso con ellos les da de comer y los atiende. Les da una vida «digna» con «amor comprado». Hablando en plata pura, calman su conciencia mandando el libro familiar a una biblioteca pública. ¡Qué gandallas!

A diferencia de nosotros, los japoneses sienten un gran respeto por la gente mayor. Los tratan con decoro y cariño, hasta existe un día especial para ellos llamado el “keirou no hi (敬老の日)”o Día del respeto a los mayores en la cual se venera la figura de los ancianos. ¡Bien por ellos!

En lo personal, una de mis hermanas (de hecho, la que me crió) tomó la responsabilidad de los últimos años de mi madre. Se dedica en cuerpo y alma a atenderla. No solo la atiende en sus necesidades básicas; la cuida, la alimenta y le da cariño. En pocas palabras, la venera. Nadie más que ella cumple con el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: honrarás a tu padre y a tu madre.

Ella está cuidando nuestro libro incunable. Ella está aprendiendo todo eso que mi madre aprendió en vida. Ella se sabe las historias de mi madre y de la madre de mi madre, y de mi padre y de muchos otros libros de mi acervo familiar. ¡Muchas felicidades!

¡Qué envidia tener la oportunidad de estar de cerca con la anciana de mi familia y disfrutar de todas sus enseñanzas! Bien por mi hermana, tuvo el valor y el amor para atender a mi madre. Me quito el sombrero. Esos son humanos y no pedazos. Espero tener la oportunidad de cuidar yo a mi hermana. Sé que cuidar a un anciano no es cosa fácil, pero estoy seguro que con amor y con cuidados, es posible llevarlo a cabo.

Lectora, Lector Queridos, los invito a cuidar ese tesoro familiar en especial en estos tiempos complicados, dales muchos abrazos de parte mía

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. A 11 de agosto de 2020

jueves, 23 de julio de 2020

#Quedateencasa ¡hombre!

Quisiera encontrar la manera de resaltar en el cerebro de cada persona, con un marcador de esos fosforescentes, la importancia de mantenernos firmes en nuestra lucha contra la pandemia y de no bajar la guardia.

Me molesta que por todos lados veo que la gente le perdió el respeto al Coronavirus y simplemente comenzó a salir. Obviamente la cantidad de contagios y muertos se elevó al cielo –bueno, los muertos se fueron para el otro lado–.

Déjenme recordarles (que es diferente de recordárselas, aunque a algunos si se lo merecen) que el bicho es real. El negarlo no nos hace inmunes ni lo desaparece; al contrario, nos expone y nos hace vulnerables al hacer que nos descuidemos ante los posibles puntos de contagio.

Es una realidad: el bicho mata gente, 40.4 mil mexicanos lo pueden corroborar; o si quieres verte más internacional, 615 mil personas a nivel mundial corroboran su mortalidad.

No solo eso, es bien reconocido que el bicho le ha pegado bien cañón a la economía mundial, según el Banco Mundial: «la economía mundial, que, se reducirá un 5,2 % este año [1]. De acuerdo con la edición de junio de 2020 del informe Perspectivas económicas mundiales del Banco, sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 en que tantas economías experimentarían una disminución del producto per cápita» tal como lo indica en su página en un comunicado de prensa del día 8 de junio de 2020.

Y no se diga a nivel nacional. Según un artículo de la redacción de LinkedIn, más de 10 mil Pymes han cerrado en lo que va del 2020 debido a la pandemia.

Hay gente que dice que el virus existe pero que no pasa nada. Quiero citar un ejemplo, una exjefa piensa de esa manera, su hija vino de un viaje por Europa el mes de junio y ya traía el Covid. Resulta que la señora no se cuidó y se contagió, pero corrió con la suerte de ser asintomática. No así las cinco personas de la compañía que fueron contagiadas porque «no pasa nada». He ahí un ejemplo del impacto que podemos tener en mucha gente, ¿Cómo la estarán pasando esas cinco familias? ¿Habrán contagiado a alguien más? ¿La compañía está corriendo con los gastos? ¿Qué creen?

Otro ejemplo más para reforzar mi argumento. Un buen amigo tiene a su mamá de 91 años. La señora estuvo muy enferma de las vías respiratorias el año pasado. Pues bien, como ya dijeron que ya pueden salir en esa ciudad, pues a la calle. Mi amigo está muy preocupado porque si le llegara a dar Covid, difícilmente se recuperaría. ¿Cuál es el argumento? Es que estaba muy aburrida y ya quería salir y casi no sale. Pues lo digo fuerte y quedito, no conozco a una persona en el mundo y en la historia que haya muerto de aburrimiento, pero sé de muchísimas personas –ya lo hablamos previamente- que han muerto de Covid. Le pienso y le pienso y nomás no encuentro algo que justifique el riesgo.

Sé que todos estamos hartos de este encierro. Sé que ya no hayamos que hacer con nuestro tiempo libre. No dudo que ya exista gente que ha visto todas las series de televisión y todos los documentales, pero créanme, es mejor estar aburrido que tener un problema de salud.

¿Qué más les puedo decir que no hayan escuchado aquí y allá?

¿Qué se cuiden por esos seres queridos que están con ustedes y que dependen, no digamos en lo económico, emocionalmente?

¿Qué tarde que temprano esta pandemia pasará y será solamente como un mal recuerdo de muchas cosas que no debimos haber hecho como humanos?

¿Qué ahorita hay mucha gente que la está pasando muy duro por falta de recursos económicos y que si en nuestra mesa no falta el pan, somos muy suertudos?

¿Qué lo importante es la gente que se queda dentro de nuestra casa al cerrar la puerta en la noche y que por ellos debemos cuidarnos?

No sé qué pienses tu Lectora, Lector Queridos, pero yo considero que debemos hacer acopio de nuestra fuerza de voluntad y hacer hasta lo imposible por resistir la tentación de salir. Diría mi padre, hay más tiempo que vida y ya vendrán los tiempos en los que nos podemos hartar de salir, de abrazar, de besar, de pasear hasta que nos sangren los pies, pero ahorita por favor #quedateencasa.

Te mando un abrazo virtual y un montón de paciencia para sobrellevar estos tiempos de encierro, pero #quedateencasa ¡hombre!

 El Escribidor

PD. ¿Ya leíste?

Monterrey, N.L. a 23 de julio de 2020

lunes, 8 de junio de 2020

Un perro viejo


Ya he hablado en otros artículos acerca de la grandeza de Dios y de cómo lleva a cabo sus milagros sin pedir permiso a nadie (Él no tiene jefe) y de la manera más inesperada. Le encanta dar sorpresas y regodearse en las excepciones.

Los humanos en cambio, tenemos la terrible costumbre de querer controlar todo. Es por eso que nos cuesta tanto trabajo adaptarnos a situaciones nuevas que, lejos de representar un reto a nuestra capacidad, nos hacen sentir achicopalados y nos da por amilanarnos y huir.

Queremos controlar nuestra vida, la de nuestros hijos, nuestro presente y nuestro futuro; queremos controlar incluso todas esas cosas que por principio y origen son incontrolables a tal grado que aspectos como la vida y la muerte se vuelven nuestra búsqueda de por vida. Vamos por ahí buscando la manera de no morirnos en lugar de preocuparnos por bien vivir.

Pero eso a Dios le tiene sin cuidado. El hombre dice: la vida promedio del perro es de 15 años, nos preparamos y nos programamos para tener nuestro perro por una década y media.

A Dios le vale un cacahuate nuestros promedios de vida, el otro día me encontré a un anciano caminando por el parque y después de saludarlo me di cuenta que traía dos perros con él. Uno de edad media –se veía joven- y el otro ya muy desvencijado. Le pregunté al dueño que por qué iba tan lento ese perro, a lo que me contestó: -es que ya es muy viejo-. ¿Ah sí?  Pues ¿cuántos años tiene? –veintidós- me contestó. ¡Veintidós! ¿Dónde quedó el promedio que dictó el hombre? Utilizando la estadística creada por el hombre -que dice que por cada año de humano representa siete años de perro- ¡ese perro tendría ciento cincuenta y cuatro años! Por cierto, el perro se llama Guarura.

¡Que Matusalén ni que nada! Eso es lo que yo llamo un perro viejo.

No vayamos muy lejos, estaba el asunto del agujero en la capa de ozono, que por años trabajó el hombre para buscar la manera de que al menos no se hiciera más grande. El hombre quería cerrar ese agujero que él mismo creó. Hagan de cuenta como un niño queriendo pegar las partes rotas de un florero antes de que se entere su mamá. Lo intentó por uno y mil medios y nomás no lo logró.

En cambio, ¿Qué sucedió cuando Dios se involucró? Bastaron unos meses de confinamiento para que el agujero se cerrara. A grandes males, grandes remedios.

Ojo, no estoy diciendo que Dios haya provocado esta pandemia para cerrar el agujero, lo que quiero dar a entender y que espero que así sea, es que en su infinita sabiduría Dios sabe cómo lograr que las cosas, dentro del caos, tomen la forma que más nos convenga como humanidad.

Repito una frase que me encanta: Si Dios quiere que una hoja permanezca, podrá desaparecer el árbol y la hoja permanecerá.

A lo que voy, Lectora, Lector Queridos, es a que pienso que es mucho más conveniente dejar de hacerle al dios. Creo que ha llegado el momento de bajarle a nuestras ínfulas de amos del universo. ¿No nos bastó con un bichito chiquito llamado coronavirus, para darnos cuenta de la pequeñez del hombre? ¿No hemos caído en cuenta en lo insignificantes que somos los humanos comparados con la grandeza del universo? ¿Todavía no caemos en cuenta que muy probablemente fuimos creados con otro fin diferente que sentirnos superiores y especiales cuando en realidad somos tan solo un personaje más de la creación?

No quiero dejar a un lado la enorme inteligencia del hombre y su curiosidad por el mundo que nos rodea. Somos capaces de buscar y encontrar la partícula que da origen a la vida y hasta de encontrar las fronteras del universo.

Pero eso sí, hagámoslo de una manera humilde como quien está esculcando en la bolsa de su Papá, con mucho cuidado y respeto, no vaya a ser que se enoje y nos ponga pintos.

¿Qué les parece si lo que vayamos encontrando lo compartimos entre todos? Y sobre todo, no nos vanagloriemos de nuestro hallazgo y, si encontramos algo que no debemos hurgar, mejor dejémoslo ahí.

Recordemos lo que sucedió con Adán y Eva: pudiendo comer de todos los arboles del huerto, se empeñaron con comer el único que estaba prohibido y pues el resto es historia.

Por último, quiero reiterarles que hay cosas que de plano no podemos controlar. De plano, no nos esforcemos por dominarlas, nada más nos vamos a desgastar y ni vamos a lograr nada. Que les parece si mejor nos enfocamos en aceptarlas y sobrellevarlas, haciendo gala de nuestra capacidad de adaptación y de disfrute.

Les mando un abrazo adaptativo para que nunca olviden que hay alguien que es mucho mejor que todos juntos, Dios.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. 7 de junio de 2020


miércoles, 3 de junio de 2020

Aquí y ahora


Me encontré por ahí un párrafo del libro Golden Day de Robert Burdette que viene a bien para estos tiempos y que dice: «Hay dos días en la semana que nunca me preocupan. Dos días despreocupados, mantenidos religiosamente libres de miedos y temores. Uno de esos días es ayer…y el otro día que no me preocupa es mañana»

Aquí vemos la clave para contrarrestar toda esta neurosis global ocasionada en gran medida por la pandemia y por todos los actores en este juego de dimes y diretes llamado chisme social –léase redes sociales–.  

Por un lado, vivimos preocupados por todas las cosas que dejamos de hacer; o por las cosas que hicimos mal; nos exacerba el coraje por no haber tomado una decisión adecuada y por habernos equivocado. O por habernos equivocado al no tomar una decisión.

Fantasmas del pasado arrebatándonos un presente valiosísimo e irrepetible, impidiéndonos gozar del momento presente.

Y luego aparece la depresión como una factura por cargar con nuestras culpas pasadas.

Eso sí, somos especialistas en el arte de la culpa.

Deporte nacional practicado desde tiempos inmemoriales.

Arraigado en nosotros por nuestros ancestros los cuales dominaban el arte de culpar a otros y sobre todo, de hacernos sentir culpables.

Ratificado por nosotros mismos, blandiendo la culpa como un arma contra los demás tratando de evadir nuestra propia ineficiencia o inmoralidad.

Por otro lado, vivimos preocupados por lo que pueda suceder mañana. Miedos anticipados alimentados por nuestra ignorancia o por nuestra inocencia al creer cuanto informe nos llega sin si quiera cuestionar la fuente.

Calamidades e infortunios imaginarios invaden nuestra tranquilidad y nuestro presente.

Creamos en nuestra mente todo tipo de escenarios apocalípticos y terminamos por creerlos. Ensuciamos una vez más nuestro presente con situaciones irreales.

Entonces aparece el cobro, una angustia desmedida ocasiona en nosotros una ansiedad incontrolable.

Le llaman las enfermedades del siglo XXI: la depresión y la ansiedad. Ambas totalmente psicosomáticas. Ambas totalmente manejables.

Pero no, nos aferramos a creer que de verdad estamos enfermos y nos plagamos de síntomas que nos hacen creer que de verdad estamos enfermos.

Dolores de cabeza, dolores musculares, gastritis, enfermedades de la piel y muchas más aparecen producto del stress, primo hermano de ambas.

Comenzamos la carrera por la salud, asistimos al psiquiatra, al psicólogo, al médico y muchas veces recurrimos hasta con charlatanes para que nos ayuden con nuestros problemas.

Pero la solución es muy simple y está al alcance de nuestras manos. No va a ser fácil pero si somos constantes, lograremos vivir en paz.

La solución consiste en vivir el momento presente. Nada de preocupaciones por lo que pueda pasar ni culpas por lo que pasó. Lo verdaderamente importante es aquí y ahora. Este momento es el más precioso y debemos esforzarnos en vivirlo con una intensidad como si fuera el último momento de nuestro existir.

Vivamos un momento a la vez. Disfrutemos de quienes nos rodean y de lo que nos rodea. Demos gracias a Dios por estar vivos un momento más.

Desechemos todo lo que nos quite la paz y el sosiego.

Recuérdenlo Lectora, Lector Queridos, el momento más importante es el momento que estamos viviendo porque no habrá otro igual.

Para que vivas el momento presente y lo disfrutes al máximo, te mando un abrazo

 

El Escribidor

Monterrey, N.L a 2 de junio de 2020


jueves, 28 de mayo de 2020

El nuevo orden mundial

No sé qué me molesta más, si ver una y otra vez los mismos capítulos de CSI: Miami –que habiendo cientos de ellos, siempre pasan los mismos cinco– o escuchar por todos los medios y redes sociales, una y otra vez las mismas noticias pesimistas y los mismos discursos consoladores.

Tiro por viaje, se presentan diferentes expositores en variadas plataformas y conferencias y como que ya se les acabó la inspiración y no salen de los mismos temas trillados. Que si el Covid; que si la nueva normalidad; que si la crisis económica producto de la pandemia. Total, puros dramas.

El colmo fue escuchar de un tipo que habló del nuevo orden mundial. Inmediatamente vino a mi memoria esa teoría conspirativa que habla que un grupo pequeño de individuos, forrados de lana, que tiene entre sus pendientes crear un gobierno único para llevar las riendas del mundo. Hagan de cuenta como un titiritero manejando con sus manos los hilos de todos los gobiernos del planeta.

Por un momento me emocioné y hasta una lágrima corrió por mi mejilla. Por un momento me imaginé recetándome una disertación original sobre un tema sumamente interesante para mí.

Pero no, el tipo no hablaba para nada de los Illuminati ni de los Masones, hablaba de un nuevo orden para hacer las cosas. Pan con lo mismo.

Quiero proponerles algo a todos los expositores, líderes, padres de familia, sacerdotes, compadres, señoras –si leíste bien, incluí a esa especie tan peligrosa– ¿Cómo ven si de aquí hasta nuevo aviso, nos dedicamos a facilitarnos la vida unos a los otros? ¿Qué tal si ahora en lugar de transmitir noticias desastrosas y desalentadoras, nos damos a la tarea de dictar discursos motivadores? Es más, hasta les acepto que en lugar de pasar noticias negativas, pasen memes o chascarrillos. Se vale.

No estoy hablando de una campaña sensiblera y cursi, me refiero más a mentalizarnos y reprogramarnos para que cada vez que abramos nuestra boca sea para sumar y no para restar.

Escuché en otra video conferencia a un tipo hablando de que de esta crisis deberíamos salir más ágiles, más inteligentes y más esbeltos. Me gustó. Déjenme les platico un poco más. Voy a tratar de dar mi interpretación porque su comentario iba más enfocado a las empresas del nuevo orden mundial.

Una vez que todo esto concluya, o al menos amaine un poco más, un nuevo Yo debería surgir. Se supone que este confinamiento nos ha llevado a realizar actividades nunca antes vistas, mucho menos esperadas y a veces hasta no deseadas. Como dijo el pollo: vamos al grano.

El nuevo Yo debe ser más ágil en el sentido de la urgencia y de la reacción. Individuos más prestos a la acción ante las posibles amenazas futuras y ante una posible nueva adaptación. No significa que solamente debemos esperar desventuras en el futuro, pero también debemos ser ágiles para detectar y aprovechar las oportunidades y a adaptarnos a nuevos tiempos de bonanza.

Más inteligentes, dado que el confinamiento nos hizo explorar áreas de nuestra vida y por ende de nuestro cerebro que normalmente estaban idiotizadas por el tren de vida del confort y del placer. La creatividad se detonó ante los retos que se nos presentaron y nos hizo crear nuevas rutas neuronales y nos hizo crear de maneras nunca antes esperadas. En un tris, nos hicimos más inteligentes y nos reivindicamos con nosotros mismos dando marcha atrás a una vida robotizada de años.

Y finalmente más esbeltos, no solamente en nuestro cuerpo –aplica para la gente que se metió de lleno a hacer ejercicio para cuidar su salud- sino en nuestra vida. Nos dimos cuenta que en realidad no se necesitan tantas cosas superfluas que el consumismo ya nos había convencido que eran necesarias.

Recuerdo alguna vez haber escuchado a una compañera de trabajo decir que le urgía ir a Mc Allen porque necesitaba comprar ropa.

Qué necesidad tan vana. Quizás lo que quería decir en realidad era: mi Yo consumista me insta a comprar ropa y yo no encuentro otra manera de satisfacerlo que obedeciéndolo.

Por ahí hay una frase que me gusta y que se la adjudican a San Francisco de Asís, no me consta que sea de él, pero igual suena románticamente atractiva. Dice: Tengo poco y lo poco que tengo, lo necesito poco.

Deberíamos salir más esbeltos de todo este rollo deshaciéndonos de todo el bagaje que hemos cargado por años. Debemos tirar a la basura rencores, envidias, prejuicios, costumbres, mañas, etc. para salir de verdad más esbeltos internamente.

Me encanta la perspectiva de renacer a una nueva vida social. Pongámonos manos a la obra y estoy seguro que entre todos si andamos haciendo un cambio. ¿Quién dice yo?

Lectora, Lector Queridos, vamos a esforzarnos por salir de este desgarriate más ágiles, inteligentes y esbeltos, yo les echo porras.

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 27 de mayo de 2020


miércoles, 13 de mayo de 2020

La nueva normalidad

Monterrey, N.L. a 12 de mayo de 2020


No sé si ya te platiqué Lectora, Lector Queridos acerca de mi animadversión hacia las mudanzas y los cambios radicales en mi vida. No se trata solo de la resistencia al cambio nada más por molestar, es más que nada una resistencia a tener que adquirir nuevos hábitos y el tener que adaptarme a costumbres nuevas.

Ahora bien, resulta que con esto de la pandemia, todo lo que consideramos «normal» se nos fue por un traste y nuestra vida cayó en el «limbo». De hecho, ya hemos estado hablando de los efectos de la pandemia en nuestras vidas y trabajos y ahora quiero abordar el tema de lo que sucederá cuando todo este teatrito se termine y volvamos a la «normalidad».

Los gringos le llaman a esta nueva realidad «new normal» que se traduce literalmente como la nueva normalidad.

¿Pero qué es en si la nueva normalidad? Pues hagan de cuenta que es como volver a nuestra vida normal pero al estilo del tristemente célebre programa de Big Brother donde siempre las reglas cambian y lo que antes se valía simplemente ya no.

Sé que cuando el gobierno dé el banderazo y nos diga que podemos retomar gradualmente nuestra vida, muchos se van a abalanzar sobre sus viejas costumbres solo para darse de topes contra la pared porque simplemente lo que ahí estaba ya no estará.

Por principio de cuentas, yo creo que se van a encontrar un montón de personas paranoicas que al mínimo estornudo huirán cual gacela asustada; eso sin considerar que de aquí a que el cubre bocas caiga en desuso van a pasar varios meses sino es que años; con decirles que ya hasta diseños de los más variados he visto. El cubre bocas llegó para quedarse, ¡eso sí que sí!

Por otro lado, la gente cambió sus hábitos de consumo y pasó de ser escépticos en la compra en línea a ser firmes creyentes. Descubrieron que no solo es seguro comprar por internet sino también es más práctico, cómodo y sobre todo nos evita el riesgo de contagiarnos de quien sabe cuántas enfermedades, entre ellas el Covid-19.

Otro cambio importante en el humano es la manera como aprende y se capacita.

En el Mundo A.C. (Antes del Covid) nos encantaba atestar las salas de capacitación y hacer eventos multitudinarios y hablar de capacitación por Youtube o alguna tecnología similar, simplemente era de flojera. Bueno en el Mundo D.C. (Después del Covid) seremos capaces de capacitarnos motu proprio y tendremos que ser capaces de controlar nuestros tiempos e incluso automotivarnos. 

Hablando de los negocios, en el Mundo A.C. en trabajar el casa era impensable y sólo las empresas más vanguardistas se daban el lujo de mandar uno o dos días al mes a sus empleados más leales –léase los más amaestrados. La pandemia mostró números fríos: para las empresas, el home office representa enormes ahorros en gastos por insumos, en energía eléctrica, espacios físicos, etc. además de disminuir el ausentismo y el estrés, aumentar la productividad y la lealtad de los empleados teniendo una mejor calidad de vida.

En un Mundo D.C. muy probablemente una parte de la plantilla laboral permanecerá en el esquema Home Office y eso ya no cambiará, esa es la nueva normalidad en el trabajo.

En lo social, en un Mundo D.C. es probable que la tendencia sea la disminución de la asistencia a los lugares públicos pero un aumento en el consumo en lo relacionado a servicios a domicilio, eventos vía internet, una mayor utilización de streaming para música y videos. No creo que los conciertos, la asistencia a los restaurantes o cines vayan a desaparecer, más bien la gente cambiará sus patrones de consumo asistirán pero de una manera más selectiva, eso sí cuidando siempre el distanciamiento social el cual se volverá un hábito para el futuro y más allá.

Por último, en la nueva normalidad, nos vamos a encontrar con gente un poco más amable con su entorno ecológico, un poco más solidaria y sobre todo más consciente de su fragilidad humana y de cómo en cualquier momento, puede suceder algo que cambie su vida y la cambie radicalmente. Creo que aprendimos a planear más en corto sin tanta soberbia. El vivir un día a la vez se volvió un grito de guerra.

La dueña de mis sueños –porque ya no tengo quincenas- se apanicó cuando platicamos de un cuadro sinóptico de gobierno donde indicaba las fechas y la manera como se reactivarían las actividades de la vida diaria porque está preocupada de salir diferente después de la pandemia y siente que no ha avanzado lo suficiente en su transformación. Me dio gusto saber que se preocupa por cambiar porque hay mucha gente que simplemente le vale y será exactamente igual que cuando todo este desbarajuste comenzó. Bien por ella.

Lectora, Lector Queridos, no estoy diciendo que esto ya se terminó, todavía falta, pero eso sí, debemos estar preparados para esta nueva normalidad, nos guste o no.

Te mando un abrazo, que te permita sentirte feliz y confortable en este clima de cambios,

 

El Escribidor


jueves, 30 de abril de 2020

Si quieres ver sonreír a Dios


Monterrey, NL a 29 de abril de 2020

Cuéntale tus planes. Así dice el dicho y así son las cosas.
Yo creo que es más fácil entender lo que nos pasa si lo vemos desde la óptica de nuestra realidad. Me gustaría saber –por pura curiosidad estadística- cuántos de los planes trazados con esmero y exactitud se vinieron abajo con esto de la pandemia.
Sería muy divertido ver la cara de los grandes hombres de negocios, recios en su carácter, decididos en sus planes y estrictos en su manera de ser, cuando les dijeron por primera vez: Don mandoatodomundo, sabe que el sr. Otroquemandaatodoelmundo no va a poder reunirse con usted. ¿Ah sí? y eso, ¿por qué? ¿No sabe acaso con quién está hablando? Este, si Don, pero resulta que está prohibido viajar por avión y pues los vuelos están retrasados o de plano cancelados. ¿Y eso por qué? Lo que pasa Don, es que hay una pandemia de coronavirus. Mmm puros pretextos para no trabajar.
Y se aplicó la contingencia no le hace que fueras morenito o güerito; chaparro o gigante; católico o musulmán; pobre o rico; bonito o más bonito. Todos a su casita a disque hacer Home Office, que no es más que otra forma de decir, vamos a capacitarnos On-Line, a jugar en el cel y a ver videos. Ah y a tener hartas juntas, finalmente hay que justificar el sueldo.
Los «lo quiero para ahorita» se cambiaron por los «¿Cuándo crees que me lo puedas tener?».
Las oficinas se cambiaron por salas.
Los trajes se cambiaron por pijamas.
El Stress se cambió por Relax.
Y ni quien pille por estos cambios de modalidad. Ni quien se queje –salvo sus deshonrosas excepciones que se aferran a quitarle lo hogareño a las videoconferencias de Home Office- por la humanización de la deshumanizada vida laboral.
 Hay un grupo de seres vivos que el Home Office les viene guango.
Puede ser la junta más importante del día y si al niño se le ocurre que quiere mostrarle su pictórica obra de arte en ese momento a su papá, pues va y se la muestra. Al fin y al cabo, el papá y su junta están invadiendo su otrora terreno y horario de juego. Y ni quien diga nada.
Las mascotas son otro caso que se cuece aparte, puede estar la clase universitaria virtual en pleno apogeo pero si al gato se le ocurre ir con su ama, aunque sea la maestra, rompiendo todo el protocolo va y se aposenta en sus piernas, como quiera suelen ser suyas. Y ni quien diga nada.
No podían faltar los campeones de la impertinencia, lo cuales a media reunión por video conferencia y en el momento de más seriedad, les da por afilarnos nuestros cuchillos, comprar nuestra chatarra o simplemente traernos una serenata no solicitada. Sólo se escucha un «disculpas» de aquel que, en un descuido, dejó encendido su micrófono. Sonrisas de fondo, un poco de relajación y la junta continúa. Y ni quien diga nada.
¿Y las agendas? ¿Y los planes estratégicos de negocios? ¿Y los planes personales? Excuso decirles que perdieron vigencia. No hay planes más allá de un mes. Aprendimos a vivir un día a la vez, una semana a la vez, un mes a la vez.
De hecho el dicho judío original dice: Nosotros planeamos, Dios se ríe.
Y como no se va a reír si los humanos en nuestra pequeñez creemos que tenemos el control de nuestras vidas. Creo que ya quedó más que claro que lo único que podemos controlar son nuestros celulares y nuestras televisiones.
A mí me da mucho gusto que Dios nos haya puesto un hasta aquí a todo nuestro relajo. Que nos haya puesto una pausa general para repensar nuestras vidas egoístas y llenas de materialismo. Que bien que nos puso cara a cara con nuestra debilidad humana –aunque pienso que se vio muy extremo pero de otra manera se me hace que no hubiéramos recapacitado.
Solo nos queda esperar a que nos den permiso para retomar el permiso de seguir con nuestras vidas. ¿Cuánto faltará? No los sabemos. ¿Cómo lo haremos? Ni idea. ¿Cómo seremos después de que todo este asunto concluya? Sepa.
De una cosa estoy seguro, cuando se den las cosas, ya nada será igual, queramos o no. Hagan de cuenta que nos quitamos un zapato después de mucho caminar y nos lo queremos poner de nuevo, no va a entrar. Así será, vamos a querer tomar nuestra vida normal y no va a entrar. Entonces, tendremos que evolucionar.
Lectora, Lector Queridos, los invito a que nos preparemos a una nueva vida sin saber cuándo llegará.
Les mando un abrazo evolucionado y con el permiso de Dios, para que no se ría,

El Escribidor

jueves, 23 de abril de 2020

Lo que la cuarentena se llevó


Monterrey, NL a 21 de abril de 2020

Es de esperar que cuando un humano pasa por algún proceso pase también por alguna transformación. Y este es el caso, estamos pasando por una situación totalmente insospechada y sería de esperarse que al finalizar todo el guateque nos encontráramos con mujeres y hombres diferentes a los que iniciaron el aislamiento social.
Mujeres y hombres con más competencias emocionales, culturales, sociales, espirituales y sobre todo, humanas.
Mujeres y hombres con capacidades reforzadas de resiliencia, fraternidad y solidaridad.
Pero, ¿quieren saber mi amarga teoría? Es muy probable que al final de todo este relajito, lo único que encontraremos será mujeres y hombres robustecidos en su egoísmo y en su cuerpo. Estoy hablando de la clase media alta para arriba. Porque desafortunadamente la clase media baja para abajo muy probablemente estará afectada por este embate global y serán más flacos en su economía y en su ánimo.
Quiero ejemplificar aquello de lo que estoy hablando.
El día lunes de esta semana -¿Qué semana estamos? No importa- tomé un Webinar titulado: «¡11 pasos para superar la crisis COVID-19!» –voy a omitir el nombre de la empresa y los actores para no meterme en líos gratis–. Hubo en esa conferencia un par de consejos que me sacaron roncha y quiero verlos a detalle.
El primero de ellos hablaba de que deberíamos estar atentos en estos tiempos porque son tiempos de oportunidades ya que muchas compañías van a quebrar y pues, es oportunidad para comprar mobiliario, maquinaria, carteras de clientes y demás cosas a un súper precio. No sé por qué se me vino a la mente la imagen de buitres revoloteando alrededor de animales moribundos. Ojo, no estoy peleado con aprovechar las oportunidades cuando tanto comprador como vendedor ganan. Lo que me enerva es la visión deshumanizada de comprar cuando el vendedor está urgido o necesitado, ¡nosevale! Una cosa es ser un buen negociante pero lucrar a costa de la desgracia de otros ya raya en la mezquindad.
El segundo decía que son tiempos de controlar los gastos. Decía el expositor –la misma chula persona que dio el consejo anterior y que se ufanó al nombrarse empresario de los que comienzan desde abajo- si necesitas bajar gastos deja de pagarle a aquellos que no te afecten a tu operación y pues siempre tendrás la oportunidad de ajustar gente, pero claro, ese consejo no te lo puedo dar yo. ¡Genial! Pura ética empresarial que habla de la calidad de persona. Yo creo que lo más importante en estos tiempos es salvaguardar la supervivencia de las empresas pero no a costa de la gente. Llegará el momento de tomar crudas decisiones pero esas serán el peor de los casos. Siempre hay un plan B. ¡nohayqueser!
Pero no crean que todos los casos son negativos, diría mi padre, de todo hay en la viña del Señor.
Hay un sacerdote, en una iglesia perdida en la lejanía y en el olvido de todos, que de alguna manera se dio cuenta que la gente de esa zona comenzó a pasar por carencias económicas derivadas del cierre obligado de las empresas. Y no hablo de gente que tendrá que dejar de tener lujos, hablo de gente que no tiene que comer.
El padre se puso a pedir ayuda a todo mundo para conseguir comida para su comunidad. Se encarga de recogerla, de repartirla para que le llegue a más gente. El se encarga de recogerla personalmente y de entregarla asegurándose de que llegue a las personas correctas. Pero no crean que nomás pide, también va y compra de su bolsa.
Vas a decir Lectora, Lector Queridos qué chiste, es un padre. Pues sí, pero hay muchas personas que simplemente se replegaron y no salen por miedo al contagio y este padre sigue trabajando con riesgo de contraer el susodicho virus. Yo digo que lo clonemos y lo repartamos por todo México.
Estamos viviendo un tiempo –cuarentena- que nunca nos había tocado vivir así, al menos no de manera global y estábamos tan acostumbrados a nuestra libertad que muchas veces y en muchas personas ya parecía más bien libertinaje y de pronto, ¡puf! Todo desapareció.
Viene a mí una pregunta muy inquietante y te la expreso: ¿Qué va a pasar después de que pase la cuarentena? Porque mucha gente se la pasa «responsablemente» en casa haciendo Home Office. Pidiendo comida a domicilio y distrayéndose con Netflix o cualquier otra compañía de streaming. Eso sin contar el tiempo que se la pasa en redes sociales. Se justifican diciendo que están pasando tiempo de calidad con su familia. ¿Tiempo de calidad? ¿Han visto Lectora, Lector Queridos una escena donde los papás están en el celular, los hijos en la Tablet y los abuelos nada más mirando?
Viene a mi memoria la parábola de los talentos, Mateo 25:14-30; ¿Qué le diríamos a Dios al final de la cuarentena si se diera el caso? ¿Cuánto habremos incrementado los talentos que nos otorgaron? ¿Seremos mejores personas? ¿Habremos aprovechado bien el tiempo o lo habremos desperdiciado en cosas inútiles?
No quiero parecer un aguafiestas, pero pienso que aún es estos tiempos de baja actividad, hay tiempos para trabajar, tiempos para divertirse, tiempos para descansar, tiempos para aprender y otros más. No se trata solo de estar trabaje y trabaje, pero tampoco se trata de estar nada más tirados en la hamaca porque al pasar todo esto, seguramente nos habrán subido la vara de la competitividad y habrá personas que si se superaron y serán mejores que nosotros en todos los sentidos y entonces, ¡atemblarsehadicho!
Te mando un abrazo fraterno y diferente para que tomes fuerza y retomes las riendas de tu vida,

El Escribidor

martes, 7 de abril de 2020

La dichosa cuarentena (tengo miedo parte III)



Monterrey, Nuevo León a 3 de abril de 2020

Desde algún lugar de mi casa donde no ha llegado el coronavirus pero si la cuarentena, emito un desganado pero desgarrador grito de fastidio.
Como lo dije en otro de mis artículos, sé que el coronavirus es sumamente contagioso pero también sé que afortunadamente no es tan letal, algo así como un 3-5. Pero gracias a que se pega más que las canciones de José José nos hemos visto en la penosa necesidad de poner una pausa a nuestro argüende y tal como lo haría un oso en el norte, tuvimos que caer en modo de hibernación.
Al principio no parecía mala idea. Descansar unos días sonaba pecaminosamente atractivo y he de confesarles que hasta me vi durmiendo hasta entrada la noche y levantándome entradito el día. Dije yo, pues que mejor que unas vacaciones no planeadas. No medí mis palabras.
Los primeros días, hagan de cuenta como niño con juguete nuevo. Traía el ánimo y tenía el trabajo necesario para hacer que mis horas de vigilia se fueran de volada. Pero resulta que de pronto a todo el mundo –literal a todo el Mundo- se le ocurrió poner pausa al programa.
De pronto mis citas se fueron espaciando, mis pendientes fueron disminuyendo, la actividad fue mermando. Omaigod, de pronto la actividad disminuyó de tal manera que comencé a llenar mi tiempo con libros, cursos, videos, etc. Es más ahorita estoy inscrito como a 6 Webinars y 2 cursos on line. ¡Haganmelfavor!
Y súbitamente, aquel sueño de descanso y placer se convirtió en una pesadilla donde descansar significa solamente cambiar de lugar en la casa. Con decirles que espero con ansias la publicidad de los proveedores y hasta el spam reviso. De pronto no hay rutina suficiente para llenar este tiempo. ¿Les había dicho que tengo una calculadora Canon LS-100TS con 27 teclas, Tax & Business? Lol.
Tal como sucedía cuando nuestros padres nos decían que era por nuestro bien cuando nos pedían que hiciéramos algo que nos desagradaba así nos sucede ahorita.  Habemos algunos que a regañadientes aceptamos el claustro, pero hay otros que de manera irresponsable continúan con su vida normal sin dimensionar el riesgo que corren de contagiarse y de propagar el latoso virus. ¡Nohayqueser! Si no lo hacen por ustedes, háganlo por su familia y por sus seres queridos. Guárdense y asosiéguense, ¿qué les cuesta? Si todos ponemos de nuestra parte pronto saldremos de esta y entonces si podrán andar de «pata de perro».
Es que la verdad, ver la manera como les pegó a nuestros amigos de China, España o Italia debería ser suficiente para que nosotros extremáramos precauciones y decidiéramos hacer lo que nos pegue en gana, pero eso sí, guardaditos en casa.
Yo veía esta enfermedad como muy lejana. Hasta un poco surreal. Pero me acabo de enterar que un conocido cercano tiene coronavirus. No sabe cómo lo contrajo, es más ni siquiera él sabía que lo tenía. Pero de una cosa estoy seguro, si es real.
Lectora, Lector Queridos, sé que son momentos muy densos y complicados por lo cual les sugiero varias cosas:
Primero: recordemos que lo más importante en este momento es enfocarnos en mantener la calma viviendo un día a la vez. No es necesario llenarnos de ideas acerca del futuro. No nos preocupemos por el futuro, ya lo dice la Biblia, Mateo 6:25 «Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?»
Segundo: ya hablamos de toda la desinformación a la que somos sujetos, pero de nosotros depende filtrar todo aquello que no nos sirva de nada. Dejemos entrar a nuestras vidas toda la información que sirva para levantar nuestro estado de ánimo. Recordemos que las noticias se nutren del amarillismo que viene de todo el mundo.
Tercero: establezcamos metas diarias alcanzables y disfrutables. Démonos premios en la medida que vayamos teniendo nuestros logros. Retemos a nuestro cerebro y a nuestro cuerpo para mantenernos saludables.
Cuarto: por favor cuidémonos, esta enfermedad se volvió pandemia por la irresponsabilidad de aquellos que pensaron que no pasaba nada. Debemos detenerla ya poniendo de nuestra parte. Estoy seguro que haciendo la parte que nos toca –salir poco, cuidarnos mucho- pronto estaremos hablando de esta situación como un amargo recuerdo y nada más.

Lectora, Lector Queridos les mando un abrazo enclaustrado que los llene de paz.

El Escribidor

martes, 31 de marzo de 2020

Ahí viene el coronavirus (tengo miedo parte II)


26 de marzo de 2020

Una cosa es el miedo al relámpago, al fuego, a los huracanes, a los volcanes, a los animales y demás. Eso estaba bien para el hombre de las cavernas dado que huir de esos fenómenos muchas veces representaba la diferencia entre morir o seguir viviendo y obviamente no contaba con Wikipedia para ayudarle a entender el por qué de esos fenómenos.

Otra cosa es el miedo a la oscuridad, a la lluvia fuerte, a los perros, a los bichos y otras cosas y tenerlo está bien para los niños. Se entiende que todavía no cuentan con la madurez ni con el conocimiento para enfrentar situaciones inesperadas.

Pero temerle a una enfermedad que, si bien es muy contagiosa pero para nada letal como otras muchas que hay, como que no es muy entendible para los adultos del siglo XXI que ya han visto prácticamente de todo –nos faltan los ovnis- y además los deja muy «mal parados».

En un siglo donde ya hemos visto de todo y prácticamente no hay secretos para nadie, seguir teniendo esos miedos primitivos como que ya está fuera de lugar y en ocasiones hasta nos hace ver ridículos. Basta con ver la infinidad de desinformación que circula por todos los medios y que hace presa fácil de la ingenuidad o de la ignorancia de la gente, y quiero detenerme a explicar a fondo el origen de esta situación: Las «señoras».

Cuando hablo de las «señoras» no hablo en el sentido misógino sino más bien, me refiero a una actitud que se presenta tanto en hombres como mujeres de cualquier edad o condición y que se caracteriza por la propagación de noticias, informes, novedades, «fun facts», estadísticas, recetas, pensamientos de famosos, etc. por demás ridículas y sin ningún fundamento ni certidumbre. Otros ingredientes que acompañan a esta acción son: la falta de un criterio que permita discriminar entre la información y la desinformación y una total irresponsabilidad sobre el efecto en las masas.
¿En las masas, Escribidor? ¿No estás exagerando un poco?

Lectora, Lector Queridos, no, para nada considero estar exagerando y he de presentar un par de ejemplos para sustentar mi atrevida y loca afirmación.

Ejemplo uno, transcribo la noticia: «Dos jóvenes fueron hospitalizados en Querétaro por hacer gárgaras con cloro y con líquidos de limpieza, luego de que leyeron en internet que así evitarían contagiarse de Covid-19». Sin palabras.

Ejemplo dos, mucho menos agresivo, recibí una llamada de una de mis hermanas muy angustiada porque leyó un Whatsapp que dice que debemos rociar nuestra casa con agua bendita y poner una cruz en la puerta de la casa porque la virgen se apareció y dijo que deberíamos hacer eso para evitar que el Covid-19 llegue a nuestra casa. ¿y si lo hace y se confía que de esa manera no llegará? ¿y si deja de seguir las instrucciones de las instituciones oficiales de salud porque al fin y al cabo ya está protegida? Total irresponsabilidad.

Y podría seguir enumerando una y mil noticias relacionadas con la pandemia y tendría material para una y otra página y no terminaría nunca. Lo que sucede es que desafortunadamente las noticias negativas reavivan nuestro morbo y hacen que corran como reguero de pólvora.

Volvamos a nuestro miedo de moda: el coronavirus. De por si es una enfermedad escandalosa por su manera de propagarse y por sus efectos en la gente mayor y los enfermos con algunas condiciones preexistentes, si a eso le sumamos toda la desinformación que las «señoras» con sus poderosos celulares y múltiples horas de ocio son capaces de generar y propagar. Agreguemos una humanidad que no se queda quieta por más que se les sugiere o en algunos casos hasta se les ordena y tenemos como resultado de esta ecuación una pandemia que por más que se esfuerzan nomás no se calma. Un mundo colapsado económica y anímicamente atiborrado de desinformación para intranquilidad de todos.

Y es que el miedo es medio convenenciero o más bien somos medio convenencieros con el miedo. Nos apanicamos para poder hacer «home office» pero lejos de ver a la gente atrincherada en sus casas, las encontramos en los centros comerciales, en los parques, de paseo, nombre, ¡así no se puede!

Pero eso si, esas «señoras» te piden que te laves las manos y la cara, que te cambies de ropa, que desinfectes hasta los desinfectantes, ¿así po’s cómo?

Ahora bien, habemos gente con un miedo real y auténtico que nos permite permanecer alertas ante los peligros pero que aunado a un pensamiento crítico impide que nos quedemos pasmados sin hacer nada. Una perfecta dosis de miedo y una perfecta dosis de valentía.

Quiero enfatizar tres puntos acerca de la pandemia Lectora, Lector Queridos,

Primero, te recomiendo que le pierdas el respeto al coronavirus, ojo, no te digo que bajes la guardia, más bien lee sobre él en páginas confiables donde te puedas enterar de los pormenores de la enfermedad pero sobre todo, de la manera de evitarla.

Segundo, recuerda que nada es para siempre y esta pandemia no es la excepción, si bien nos ha paralizado, llegará el momento en que decaerá y ese será el momento de retomar el control de nuestras vidas.

Tercero, te voy a recomendar lo que escuché decir a la dueña de mis quincenas a su padre al sentirlo angustiado por estos tiempos raros y complicados: vive un día a la vez. Lo dice la Biblia en Mateo 6:34 -Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas-.

Este es el momento de enfrentar nuestros miedos pero desde una trinchera de información y de paz. Evita leer o ver noticias que lo único que causarán en ti será una oleada de angustia e intranquilidad. Bloquea a las «señoras» y aprovecha estos tiempos de tranquilidad forzada para reevaluar donde estás y hacia donde te quieres dirigir.

Lectora, Lector Queridos, te mando un abrazo fraternal y libre de coronavirus y de «señoras».

El Escribidor

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...