lunes, 8 de junio de 2020

Un perro viejo


Ya he hablado en otros artículos acerca de la grandeza de Dios y de cómo lleva a cabo sus milagros sin pedir permiso a nadie (Él no tiene jefe) y de la manera más inesperada. Le encanta dar sorpresas y regodearse en las excepciones.

Los humanos en cambio, tenemos la terrible costumbre de querer controlar todo. Es por eso que nos cuesta tanto trabajo adaptarnos a situaciones nuevas que, lejos de representar un reto a nuestra capacidad, nos hacen sentir achicopalados y nos da por amilanarnos y huir.

Queremos controlar nuestra vida, la de nuestros hijos, nuestro presente y nuestro futuro; queremos controlar incluso todas esas cosas que por principio y origen son incontrolables a tal grado que aspectos como la vida y la muerte se vuelven nuestra búsqueda de por vida. Vamos por ahí buscando la manera de no morirnos en lugar de preocuparnos por bien vivir.

Pero eso a Dios le tiene sin cuidado. El hombre dice: la vida promedio del perro es de 15 años, nos preparamos y nos programamos para tener nuestro perro por una década y media.

A Dios le vale un cacahuate nuestros promedios de vida, el otro día me encontré a un anciano caminando por el parque y después de saludarlo me di cuenta que traía dos perros con él. Uno de edad media –se veía joven- y el otro ya muy desvencijado. Le pregunté al dueño que por qué iba tan lento ese perro, a lo que me contestó: -es que ya es muy viejo-. ¿Ah sí?  Pues ¿cuántos años tiene? –veintidós- me contestó. ¡Veintidós! ¿Dónde quedó el promedio que dictó el hombre? Utilizando la estadística creada por el hombre -que dice que por cada año de humano representa siete años de perro- ¡ese perro tendría ciento cincuenta y cuatro años! Por cierto, el perro se llama Guarura.

¡Que Matusalén ni que nada! Eso es lo que yo llamo un perro viejo.

No vayamos muy lejos, estaba el asunto del agujero en la capa de ozono, que por años trabajó el hombre para buscar la manera de que al menos no se hiciera más grande. El hombre quería cerrar ese agujero que él mismo creó. Hagan de cuenta como un niño queriendo pegar las partes rotas de un florero antes de que se entere su mamá. Lo intentó por uno y mil medios y nomás no lo logró.

En cambio, ¿Qué sucedió cuando Dios se involucró? Bastaron unos meses de confinamiento para que el agujero se cerrara. A grandes males, grandes remedios.

Ojo, no estoy diciendo que Dios haya provocado esta pandemia para cerrar el agujero, lo que quiero dar a entender y que espero que así sea, es que en su infinita sabiduría Dios sabe cómo lograr que las cosas, dentro del caos, tomen la forma que más nos convenga como humanidad.

Repito una frase que me encanta: Si Dios quiere que una hoja permanezca, podrá desaparecer el árbol y la hoja permanecerá.

A lo que voy, Lectora, Lector Queridos, es a que pienso que es mucho más conveniente dejar de hacerle al dios. Creo que ha llegado el momento de bajarle a nuestras ínfulas de amos del universo. ¿No nos bastó con un bichito chiquito llamado coronavirus, para darnos cuenta de la pequeñez del hombre? ¿No hemos caído en cuenta en lo insignificantes que somos los humanos comparados con la grandeza del universo? ¿Todavía no caemos en cuenta que muy probablemente fuimos creados con otro fin diferente que sentirnos superiores y especiales cuando en realidad somos tan solo un personaje más de la creación?

No quiero dejar a un lado la enorme inteligencia del hombre y su curiosidad por el mundo que nos rodea. Somos capaces de buscar y encontrar la partícula que da origen a la vida y hasta de encontrar las fronteras del universo.

Pero eso sí, hagámoslo de una manera humilde como quien está esculcando en la bolsa de su Papá, con mucho cuidado y respeto, no vaya a ser que se enoje y nos ponga pintos.

¿Qué les parece si lo que vayamos encontrando lo compartimos entre todos? Y sobre todo, no nos vanagloriemos de nuestro hallazgo y, si encontramos algo que no debemos hurgar, mejor dejémoslo ahí.

Recordemos lo que sucedió con Adán y Eva: pudiendo comer de todos los arboles del huerto, se empeñaron con comer el único que estaba prohibido y pues el resto es historia.

Por último, quiero reiterarles que hay cosas que de plano no podemos controlar. De plano, no nos esforcemos por dominarlas, nada más nos vamos a desgastar y ni vamos a lograr nada. Que les parece si mejor nos enfocamos en aceptarlas y sobrellevarlas, haciendo gala de nuestra capacidad de adaptación y de disfrute.

Les mando un abrazo adaptativo para que nunca olviden que hay alguien que es mucho mejor que todos juntos, Dios.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. 7 de junio de 2020


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es importante recordar siempre que hay dos opciones: o nos adaptamos, o pasamos a la historia. El ser humano pasa toda su vida queriendo controlar lo que lo rodea, desde situaciones hasta otros seres vivos (incluyendo humanos) en lugar de disfrutar y saber trabajar con lo que se tiene. Como tú mismo escribiste, ¿cuándo nos nombró Dios amos de todo?
Realmente admiro la forma en la que escribes, hasta me inspira a querer tener un blog propio.

Ralkee dijo...

Wow esta vez si que he diferido casi por completo con el texto de la entrada!
Desde mi punto de vista el ser humano como raza, siempre tratara de controlar todo esta es una parte de la naturaleza del progreso que puede ir desde lo individual (asi es como resolvemos los problemas que tenemos cada dia) hasta lo colectivo (La nasa poniendo a alguien en la luna)
El problema como sieeeempre es el mismo ser humano, es quien se genera problemas, luego hay que adaptarse, en el inter mueren miles, el problema se resuelve y el ciclo se repite.
En fin, coincido contigo en que hay que ir con cuidado por la vida, porque no sabemos si el siguiente problema en que nos metamos pueda ser el ultimo haha.
que mal.

Sofía Nav dijo...

El problema del humano de querer tener todo controlado es que es imposible porque no se puede controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor que no sean nuestras acciones.
Lo que sí podemos controlar es la manera en la que percibimos cada cosa que sucede que no depende directamente de nosotros.
Si nos enfocaramos en aceptar lo que no se puede cambiar y comenzaramos a adaptarnos, sería más fácil fluir y dejaríamos a un lado esa ansiedad que provoca la necesidad extrema de control.

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