Monterrey, Nuevo León,
a 17 de febrero de 2020
Sucede,
Lectora, Lector queridos, que trabajé en varias compañías a lo largo de mi vida
laboral y en ellas me encontré con múltiples esquemas empresariales y con una
variopinta fauna organizacional y noté que algo que diferencia a los empleados entre
sí, es la actitud con la que ingresan a la empresa y qué cara ponen ante la
escalera del poder.
¿Qué fumaste,
Escribidor? Ahí voy, permítanme explicar mi punto: resulta que dos de los más
grandes hitos del humano son: primero, la necesidad de una identidad como grupo
(en el sentido de la pertenencia grupal) y, segundo, la búsqueda del
reconocimiento de los méritos propios (muy ligado a una autoestima
subdesarrollada y muy golpeada por una infancia sojuzgada por un machismo
heredado). De eso se valen los jefes, dueños, patrones, meros-meros o como
quieran llamarlos para mantener contenta a la raza y alejada de ideas
anarquistas o libertadoras.
Antes de
entrar en materia, quiero que conste en actas que yo no estoy en contra del
espíritu emprendedor de los patrones ni cuestiono su habilidad para hacer
negocios. Lo que me exacerba de sobremanera es la actitud feudal de muchos
dueños y la visión de capataz de infinidad de directores, gerentes o jefes que
lejos de buscar el trabajo en equipo, hacen de su poder un arma manipuladora de
la gente.
Quiero
hablar de los dos puntos de vista: el patronal y el lacayal.
Por un lado,
tenemos la necesidad de contar con un equipo de trabajo de alto rendimiento
(eso lo presumía una y otra vez un jefe que tuve y que vivía contando sus
glorias pasadas) que otorgue grandes resultados a costos moderados. Gente que
se «comprometa» en su trabajo de tal manera que sus familias pasen a segundo
término. ¡Ah si! Con una quincena bien «gorda» y con «sendos» bonos de
productividad. Nótese que puse «gorda», así, entre comillas, puesto que la
gordura es muy relativa (para el dueño, la gente siempre gana más de lo que se
merece) y «sendos» bonos de productividad que nunca terminarán por llenar los
múltiples requisitos para poder obtenerlos.
Eso sí, cada fin de mes, el equipo de alto rendimiento tendrá que
chutarse una junta de tres o cuatro horas, donde recibirán «sendas» regañizas
por no llegar a los números necesarios para la subsistencia de la compañía o
los lujos del patrón; historias sin fin acerca de los logros pasados del líder;
una capacitación exprés para poder hacer frente a los siguientes meses y
finalmente, una serie de comentarios por demás lisonjeros para intentar
levantar la de por sí madreada moral de los asistentes. Típica filosofía de
negocios: sobar, pegar, sobar.
Ahora vamos
al otro lado, el lado del empleado. Si el titulo dice: La emancipación de
Julián, entonces hablemos de lo que es emancipar.
Según la
RAE, emancipar significa: Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la
servidumbre.
Bueno,
cuando la gente entra a una compañía, normalmente adopta alguna de las «posiciones»
disponibles y tiene que ver con las necesidades que enuncié en el segundo
párrafo.
Están los
buscadores del jefe-papá, esos que hacen todo lo necesario para que esté
contento y los premie con una palmada en la espalda. Les llamo los hijos de la
compañía y haciendo alusión al concepto de emancipar, otorgan la potestad sobre
su vida al jefe y no habrá poder en el mundo que haga que desobedezcan una
orden. Pueden quedarse años en el mismo puesto y solamente persiguen
permanencia y la anuencia del jefe.
Por otro
lado, están los hijos adoptados, esos que le otorgan su tutela a la empresa, un
poder no absoluto pero si importante sobre su actuar. Son los que serán
propositivos, activos, entregados. Conocen las reglas y las acatan, pero
siempre están en búsqueda de un puesto más arriba a costa de quien sea. Su meta
será llegar más arriba, no hasta arriba, porque ese lugar solo le pertenece al
jefe.
Y casi
finalmente, están los sirvientes. Esos que se conforman con el sueldo y que
siempre estarán disponibles, no importa el momento del día ni el día de la
semana. No les importa el sueldo ni subir de puesto. Se sienten importantes por
hacer las diligencias del patrón. Se sienten felices porque conocen su casa,
manejan su BMW, lo atienden cuando debido a una borrachera de negocios se ven
imposibilitados para manejar, lo acompañan cuando tiene alguna desventura,
etc., etc., etc.
A esta
especie perteneció Julián. Un tipo joven, de exagerada estatura, buen porte y
una actitud fuera de serie. Tan buena actitud tenia, que cuando recibía un
regaño su respuesta era: ¡genial! Tenía una sonrisa para cualquiera que se
acercara y siempre estaba presto para apoyar.
¿Pero saben
una cosa lectora, lector queridos? ¡Se cansó! Se cansó de ser el «huelelillo»
del patrón; se hartó de ser el «patiño» de todos, ya que siempre que había un
error, todos recurrían al: ¡fue Julián! Y el apechugaba. El colmo fue que pese
a ser un pariente del dueño, su compensación como empleado era la peor de toda
la compañía y como todo en la vida, llegó el punto que hasta Julián se cansó y
dijo: ¡hasta aquí!
¡Finalmente
Julián se emancipó de un poder castrante y represivo! Y me lo comunicó así: ¡Oye, hoy entrego mi
renuncia! Sencillo pero contundente. A pesar de su parco mensaje, pude leer la
felicidad que le precedía. «¿y qué vas a hacer?» –le pregunté.
«Todavía no sé» –contestó muy alegre- «primero voy a vacacionar y ya después veo». Un hombre nuevo, con la actitud vieja pero con una libertad nueva.
«Todavía no sé» –contestó muy alegre- «primero voy a vacacionar y ya después veo». Un hombre nuevo, con la actitud vieja pero con una libertad nueva.
Y tú,
lectora, lector queridos, ¿de qué te quieres emancipar? Yo por lo pronto,
cumplo casi 3 años de mi emancipación y créanme, se siente rebien.
Te mando un
abrazo emancipador de tus demonios,
El
Escribidor
1 comentario:
Muy bueno! Y muy bien por Julián!
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