martes, 18 de febrero de 2020

La emancipación de Julián



Monterrey, Nuevo León, a 17 de febrero de 2020

Sucede, Lectora, Lector queridos, que trabajé en varias compañías a lo largo de mi vida laboral y en ellas me encontré con múltiples esquemas empresariales y con una variopinta fauna organizacional y noté que algo que diferencia a los empleados entre sí, es la actitud con la que ingresan a la empresa y qué cara ponen ante la escalera del poder.

¿Qué fumaste, Escribidor? Ahí voy, permítanme explicar mi punto: resulta que dos de los más grandes hitos del humano son: primero, la necesidad de una identidad como grupo (en el sentido de la pertenencia grupal) y, segundo, la búsqueda del reconocimiento de los méritos propios (muy ligado a una autoestima subdesarrollada y muy golpeada por una infancia sojuzgada por un machismo heredado). De eso se valen los jefes, dueños, patrones, meros-meros o como quieran llamarlos para mantener contenta a la raza y alejada de ideas anarquistas o libertadoras.

Antes de entrar en materia, quiero que conste en actas que yo no estoy en contra del espíritu emprendedor de los patrones ni cuestiono su habilidad para hacer negocios. Lo que me exacerba de sobremanera es la actitud feudal de muchos dueños y la visión de capataz de infinidad de directores, gerentes o jefes que lejos de buscar el trabajo en equipo, hacen de su poder un arma manipuladora de la gente.

Quiero hablar de los dos puntos de vista: el patronal y el lacayal.

Por un lado, tenemos la necesidad de contar con un equipo de trabajo de alto rendimiento (eso lo presumía una y otra vez un jefe que tuve y que vivía contando sus glorias pasadas) que otorgue grandes resultados a costos moderados. Gente que se «comprometa» en su trabajo de tal manera que sus familias pasen a segundo término. ¡Ah si! Con una quincena bien «gorda» y con «sendos» bonos de productividad. Nótese que puse «gorda», así, entre comillas, puesto que la gordura es muy relativa (para el dueño, la gente siempre gana más de lo que se merece) y «sendos» bonos de productividad que nunca terminarán por llenar los múltiples requisitos para poder obtenerlos.  Eso sí, cada fin de mes, el equipo de alto rendimiento tendrá que chutarse una junta de tres o cuatro horas, donde recibirán «sendas» regañizas por no llegar a los números necesarios para la subsistencia de la compañía o los lujos del patrón; historias sin fin acerca de los logros pasados del líder; una capacitación exprés para poder hacer frente a los siguientes meses y finalmente, una serie de comentarios por demás lisonjeros para intentar levantar la de por sí madreada moral de los asistentes. Típica filosofía de negocios: sobar, pegar, sobar.

Ahora vamos al otro lado, el lado del empleado. Si el titulo dice: La emancipación de Julián, entonces hablemos de lo que es emancipar.

Según la RAE, emancipar significa: Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre.

Bueno, cuando la gente entra a una compañía, normalmente adopta alguna de las «posiciones» disponibles y tiene que ver con las necesidades que enuncié en el segundo párrafo.

Están los buscadores del jefe-papá, esos que hacen todo lo necesario para que esté contento y los premie con una palmada en la espalda. Les llamo los hijos de la compañía y haciendo alusión al concepto de emancipar, otorgan la potestad sobre su vida al jefe y no habrá poder en el mundo que haga que desobedezcan una orden. Pueden quedarse años en el mismo puesto y solamente persiguen permanencia y la anuencia del jefe.

Por otro lado, están los hijos adoptados, esos que le otorgan su tutela a la empresa, un poder no absoluto pero si importante sobre su actuar. Son los que serán propositivos, activos, entregados. Conocen las reglas y las acatan, pero siempre están en búsqueda de un puesto más arriba a costa de quien sea. Su meta será llegar más arriba, no hasta arriba, porque ese lugar solo le pertenece al jefe.

Y casi finalmente, están los sirvientes. Esos que se conforman con el sueldo y que siempre estarán disponibles, no importa el momento del día ni el día de la semana. No les importa el sueldo ni subir de puesto. Se sienten importantes por hacer las diligencias del patrón. Se sienten felices porque conocen su casa, manejan su BMW, lo atienden cuando debido a una borrachera de negocios se ven imposibilitados para manejar, lo acompañan cuando tiene alguna desventura, etc., etc., etc.

A esta especie perteneció Julián. Un tipo joven, de exagerada estatura, buen porte y una actitud fuera de serie. Tan buena actitud tenia, que cuando recibía un regaño su respuesta era: ¡genial! Tenía una sonrisa para cualquiera que se acercara y siempre estaba presto para apoyar.

¿Pero saben una cosa lectora, lector queridos? ¡Se cansó! Se cansó de ser el «huelelillo» del patrón; se hartó de ser el «patiño» de todos, ya que siempre que había un error, todos recurrían al: ¡fue Julián! Y el apechugaba. El colmo fue que pese a ser un pariente del dueño, su compensación como empleado era la peor de toda la compañía y como todo en la vida, llegó el punto que hasta Julián se cansó y dijo: ¡hasta aquí!

¡Finalmente Julián se emancipó de un poder castrante y represivo!  Y me lo comunicó así: ¡Oye, hoy entrego mi renuncia! Sencillo pero contundente. A pesar de su parco mensaje, pude leer la felicidad que le precedía. «¿y qué vas a hacer?» –le pregunté.
«Todavía no sé» –contestó muy alegre- «primero voy a vacacionar y ya después veo». Un hombre nuevo, con la actitud vieja pero con una libertad nueva.

Y tú, lectora, lector queridos, ¿de qué te quieres emancipar? Yo por lo pronto, cumplo casi 3 años de mi emancipación y créanme, se siente rebien.

Te mando un abrazo emancipador de tus demonios,


El Escribidor

1 comentario:

Lupita Villarreal dijo...

Muy bueno! Y muy bien por Julián!

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