miércoles, 12 de febrero de 2020

¡Va de nuez!



Monterrey, Nuevo León, a 11 de febrero de 2020

Lectora, Lector queridos, no tengo idea de cuántos quedan de aquellos cinco que me leían; es que ha pasado tanto tiempo desde que escribí la última vez (8jul2007) que me imagino que ya han de andar leyendo cualquier cosa (Pablo Coelho, Mario Benedetti o peor aún, César Lozano), o han de ser presas de las infames redes sociales (¡por favor no Dios, porque ahí sí que se pierden y no hay retorno!).

«¿Qué pasó Escribidor?», me imagino que es su pregunta. La verdad no es muy compleja mi explicación y, aunque estaba consciente de lo que sucedía, todo fue tan sutil que pasó el tiempo y pasaron los hechos y no fui capaz de escribir ni jota.

Para que me vayan captando, mejor les voy a decir lo que no fue: no fue falta de inspiración, puesto que sucedieron muchas cosas que me hubieran puesto a escribir: desde la mudanza mayor de mi hermano el menor; los viajes de mis «Gulliveres» por España y Taiwán; la mudanza menor de mi hija menor; hasta mi reconocimiento del clavo que me lastimaba lo suficiente para quejarme pero no para mudarme de empresa; etc. etc. etc.

Tampoco fue falta de tiempo, porque de ser así, tampoco hubiera podido vivir hipnotizado de tal manera frente al aparato idiotizador por excelencia. No me hubiera podido aventar todas las CSI’s habidas y por haber.

No fue la falta de ganas, he seguido leyendo un poco de todo y el leer es hermano de escribir. Y como dicen por ahí, de ver dan ganas.

¿Entonces que fue Escribidor? ¡Me imagino que los tengo en ascuas! Pues la explicación es muy simple; caí presa de una de los hábitos más aberrantes del hombre: ¡la desidia! Así es, tal y como lo leen, fui presa de la más envolvente y adictiva desidia. Con decirles que comencé como 20 ensayos y no fui capaz de concluir uno solo.

Es que la desidia es tan cómoda y tan frustrante a la vez. Es como una borrachera, cuando dices: ahorita lo hago, lo hago después, etc. tranquilizas tu conciencia. Ah, pero tan pronto como te das cuenta que volviste a fallar, pescas una cruda moral que ni con veinte terapias te las quitas de encima, es que ahí es donde entra en escena la hermana mayor de la desidia: la culpa. Y con ella, hay que andarse con pies de plomo porque una vez que llega a tu vida, es muy difícil que se vaya.

¿No te ha pasado eso mismo a ti lectora, lector querido? Que comienza un nuevo año y te chutas tus doce uvas, cada una con un deseo asociado. Va la primera, voy a hacer ejercicio en forma; segunda, voy a ponerme a dieta; décima, voy a dejar de fumar; décima segunda, voy a escribir en forma. ¿Y sabes que pasaba? N-A-D-A.
¡Claro! Era el amante predilecto de la desidia y estábamos íntimamente ligados y ella tomaba todas las decisiones. Mejor dicho, tomaba todas las no decisiones.

Pero leyendo un libro (muy recomendable) que se llama «Tus zonas erróneas», de Wayne W. Dyer, 2013, caí en cuenta de la persona en la que me había convertido y de todas las cosas que dejé de vivir y de hacer y decidí asociarme con otro hábito muy positivo, la diligencia. No les voy a decir que fue muy fácil, pero sucede –me imagino- que es como le pasa a los adictos: empiezas a ponerte metas pequeñas, con una gran caridad hacia tu persona cuando reincidas pero con una firmeza para seguir adelante. Como dicen por ahí: duro con el problema, suave con la persona.

¡En fin, les comento, lectora, lector queridos, que va de nuez! Y ahora si voy a ser más constante con mis escritos.

Les mando un abrazo diligente y recuerden, lean, lean, lean.

El Escribidor

3 comentarios:

Lupita Villarreal dijo...

Excelente! Felicidades por reanudar tu pasión.
Muy buen artículo!!!!

Berynicetapia dijo...

Será bueno tenerte de regreso! Espero que la desidia no vuelva a apoderarse de tu mano, saludos!

anamorfosis dijo...

Un placer leerlo de nuevo y ver qué alimenta su mente con libros como los de Dyer :), seguro le va a dar buen material para sus próximas reflexiones. Un saludo, Escribidor.

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