Monterrey, Nuevo León,
a 11 de febrero de 2020
Lectora,
Lector queridos, no tengo idea de cuántos quedan de aquellos cinco que me leían;
es que ha pasado tanto tiempo desde que escribí la última vez (8jul2007) que me
imagino que ya han de andar leyendo cualquier cosa (Pablo Coelho, Mario Benedetti
o peor aún, César Lozano), o han de ser presas de las infames redes sociales (¡por
favor no Dios, porque ahí sí que se pierden y no hay retorno!).
«¿Qué pasó Escribidor?», me imagino que
es su pregunta. La verdad no es muy compleja mi explicación y, aunque estaba
consciente de lo que sucedía, todo fue tan sutil que pasó el tiempo y pasaron
los hechos y no fui capaz de escribir ni jota.
Para que me
vayan captando, mejor les voy a decir lo que no fue: no fue falta de
inspiración, puesto que sucedieron muchas cosas que me hubieran puesto a
escribir: desde la mudanza mayor de mi hermano el menor; los viajes de mis «Gulliveres» por España y Taiwán; la
mudanza menor de mi hija menor; hasta mi reconocimiento del clavo que me
lastimaba lo suficiente para quejarme pero no para mudarme de empresa; etc.
etc. etc.
Tampoco fue
falta de tiempo, porque de ser así, tampoco hubiera podido vivir hipnotizado de
tal manera frente al aparato idiotizador por excelencia. No me hubiera podido
aventar todas las CSI’s habidas y por haber.
No fue la falta
de ganas, he seguido leyendo un poco de todo y el leer es hermano de escribir.
Y como dicen por ahí, de ver dan ganas.
¿Entonces
que fue Escribidor? ¡Me imagino que los tengo en ascuas! Pues la explicación es
muy simple; caí presa de una de los hábitos más aberrantes del hombre: ¡la
desidia! Así es, tal y como lo leen, fui presa de la más envolvente y adictiva
desidia. Con decirles que comencé como 20 ensayos y no fui capaz de concluir
uno solo.
Es que la
desidia es tan cómoda y tan frustrante a la vez. Es como una borrachera, cuando
dices: ahorita lo hago, lo hago después, etc. tranquilizas tu conciencia. Ah,
pero tan pronto como te das cuenta que volviste a fallar, pescas una cruda
moral que ni con veinte terapias te las quitas de encima, es que ahí es donde
entra en escena la hermana mayor de la desidia: la culpa. Y con ella, hay que
andarse con pies de plomo porque una vez que llega a tu vida, es muy difícil
que se vaya.
¿No te ha
pasado eso mismo a ti lectora, lector querido? Que comienza un nuevo año y te
chutas tus doce uvas, cada una con un deseo asociado. Va la primera, voy a
hacer ejercicio en forma; segunda, voy a ponerme a dieta; décima, voy a dejar
de fumar; décima segunda, voy a escribir en forma. ¿Y sabes que pasaba?
N-A-D-A.
¡Claro! Era
el amante predilecto de la desidia y estábamos íntimamente ligados y ella
tomaba todas las decisiones. Mejor dicho, tomaba todas las no decisiones.
Pero leyendo
un libro (muy recomendable) que se llama «Tus zonas erróneas», de Wayne W. Dyer, 2013, caí en cuenta de la
persona en la que me había convertido y de todas las cosas que dejé de vivir y
de hacer y decidí asociarme con otro hábito muy positivo, la diligencia. No les
voy a decir que fue muy fácil, pero sucede –me imagino- que es como le pasa a
los adictos: empiezas a ponerte metas pequeñas, con una gran caridad hacia tu
persona cuando reincidas pero con una firmeza para seguir adelante. Como dicen
por ahí: duro con el problema, suave con la persona.
¡En fin, les
comento, lectora, lector queridos, que va de nuez! Y ahora si voy a ser más
constante con mis escritos.
Les mando un
abrazo diligente y recuerden, lean, lean, lean.
El
Escribidor
3 comentarios:
Excelente! Felicidades por reanudar tu pasión.
Muy buen artículo!!!!
Será bueno tenerte de regreso! Espero que la desidia no vuelva a apoderarse de tu mano, saludos!
Un placer leerlo de nuevo y ver qué alimenta su mente con libros como los de Dyer :), seguro le va a dar buen material para sus próximas reflexiones. Un saludo, Escribidor.
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