Monterrey, N.L. a 21 de Noviembre de 2007
Es una frase que francamente hace que me hierva la sangre, déjenme te explico porque.
A todos nos sucede que en algún momento de la vida, no sabemos ni donde es arriba ni donde es abajo.
Hablo de ese momento donde nos encontramos ante una encrucijada que nos tiene completamente desconcertados y que, cual neblina en carretera, no nos permite ver más allá de nuestras narices.
Me refiero a esos momentos de completo desconcierto y total incertidumbre que hacen que nuestra vida se congele repentinamente ante la duda. Ya sea que tengamos un problema ante el cual tengamos que tomar una decisión dolorosa; o puede ser que estemos ante una disyuntiva que cambiara nuestra vida; a lo mejor estamos frente a una bifurcación que afectará a varias personas alrededor nuestro; en fin, sea cual fuere el caso, el punto es que estamos en un instante donde somos tan sensibles que hasta el aire nos cala.
Y entonces, de no sé donde (yo creo que de alguna alcantarilla mal cerrada) aparece una señora con su frase hecha: “Tu cuéntame, manita, soy toda oídos” (o su versión masculina: “Te escucho, compadrito”) y con una enorme labia (que ya envidiaría cualquier político) hace que la persona en crisis abra su corazón, y le cuente su problemática, pensando que está abriéndose ante una persona de confianza; más frases hechas: “Descuida, tus secretos están a salvo conmigo, para eso somos amigas”.
Y viene lo más grave del asunto: “Mira manita, yo que tu…” dice la “consejera” y le entrega una recomendación totalmente falta de compromiso, de empatía y de análisis previo, nomás así lo primero que se le viene a la cabeza sin más reflexión ni más nada. Y con una actitud irresponsable y “con la mano en la cintura” puede recomendar cambiar de trabajo, dejar al marido, divorciarse, cambiar a los hijos de colegio, demandar al patrón, etc., etc., etc. sin dimensionar la magnitud de dichos actos.
Dependiendo de la madurez y del grado de la crisis que esté viviendo el “aconsejado”, puede o no tomar la sugerencia, sin embargo, es alto el nivel de impacto de ese “consejerillo” irresponsable dado que normalmente son personas allegadas.
Y remata con un “tu aviéntate, yo te apoyo” pero, ¿saben cuánto dura ese apoyo? Lo mismo que un dulce a un niño, ¡Nada! Después de que la decisión es tomada, los consejeros se desentienden completamente del asunto y a lo sumo, se acercarán a preguntar: “¿y finalmente como te fue?”.
Yo no estoy en contra de aconsejar a los demás en esos momentos de vacilación, pero creo que nuestra actitud debe ser mayormente de escucha, de empatía y sobre todo, antes de emitir cualquier opinión, debemos pedirle DIOS luz al aconsejar, para que nuestro parecer refleje completamente los designios de ÉL y no nuestra miseria humana. Y debemos estar conscientes que el aconsejar lleva consigo un compromiso, el de asumir una postura de ayuda ante las situaciones que pudieran generarse a raíz de nuestra recomendación.
Ya he comentado otras veces que Carlos G Vallés es uno de mis autores favoritos, quiero transcribir un párrafo de su libro Gustad y Ved, Los Dones del Espíritu, Ed. SAL TERRAE donde habla del Don del Consejo:
“Este es el gran servicio que podemos darnos unos a otros ayudarnos a vivir con ayudarnos a tomar decisiones en la vida. La palabra oportuna, el consejo leal, el momento de luz cuando todo era oscuro, la alternativa inesperada cuando nadie veía solución. Y el escuchar callado, reverente, largo y atento cuando alguien habla en confianza de su lucha con la existencia, de su desilusión ante el amor roto, de su duda ante el futuro, de su desánimo o de su confusión. Silencio que puede ser el mejor consejero ….”
Lector Querido, para que siempre tengas un corazón presto a escuchar y apoyar, un abrazo
El Escribidor
miércoles, 21 de noviembre de 2007
lunes, 12 de noviembre de 2007
Cambia, todo cambia…(tengo miedo parte I)
Monterrey, N.L. a 15 de Octubre de 2007
Así dice una canción y así dice la vida. Y al que no cambia, lo
cambian.
Dios nunca es igual,
siempre está cambiando, nunca se repite, siempre es nuevo. Como dice en
Apocalipsis 21:5 He aquí, yo hago
nuevas todas las cosas.
Dios es vida y movimiento
a la vez.
Y la vida, nunca es igual,
siempre está cambiando, nunca se repite, siempre se renueva.
¿Han notado Lectora,
Lector Queridos, que cuando el agua se estanca, se pudre? y que decir de la
sangre, siempre ha de estar en movimiento o se coagula.
Entonces, ¿por qué el
hombre se aferra a estancarse siempre en un solo sitio? ¡Sepa!
Sucede que cuando llega el
momento de realizar algún tipo de cambio a la mayoría de las personas les entra
un miedo de aquellos en gran medida por lo incierto de lo venidero. Yo le llamo
miedo primario que viene a ser cuando salimos de nuestra «zona de confort»
y nos aventuramos -a fuerza del cambio mismo - en una tierra desconocida.
Ya sea porque nacemos, crecemos, nos casamos, nos separamos, trabajamos,
dejamos de trabajar, envejecemos, morimos, es decir, cada situación de nuestra
vida conlleva un cambio y normalmente nos da « cus cus».
A pesar de que ese
movimiento nos pudiera llevar a situaciones más prósperas y beneficiosas, nos
aferramos y nos resistimos; y muchas veces, termina sucediéndonos como a los
grandes árboles cuando sopla el viento fuerte, terminamos por resquebrajarnos.
Deberíamos seguir el ejemplo de la hierba que ante un temporal, se dobla pero
no se rompe.
Resiliencia es la palabra,
la cual no es otra cosa que «aguantar vara».
Hay cambios que vienen
patrocinados por la vida y ahí no hay de otra que que apechugar;
en cambio, otros nos los
recetamos nosotros mismos. Los primeros hacen acopio de nuestra capacidad de
adaptación y de nuestra fortaleza. Los segundos, aunque pudiéramos pensar que
son más calculados, tienen el factor humano que suele provocar resultados
completamente inesperados, a veces salen bien y terminamos en un mejor lugar
pero a veces nos falla y nos «va como en feria».
Permítanme mencionar un
aspecto más del cambio: siempre va para adelante, nunca para atrás. Aunque en
un arranque de terror optáramos por «rajarnos», no hay marcha atrás.
Ni las circunstancias, ni las
personas, ni los momentos, pero sobre todo, ni la comodidad perdida se pueden
recuperar. A palo dado ni Dios lo quita. Posyaque!
Hoy quiero dedicar mi
artículo a una de mis hermanas, ella, en un cúmulo de valentía y de miedo -
valiente no es el que no tiene miedo, sino el que lo tiene y lo enfrenta-
decidió tomar un camino para nada sencillo. Tomó la decisión de hacer algo que
le permitirá vivir de pie y con la mirada en alto. Yo en su lugar, temblaría
como gelatina.
Pero estoy seguro que las
cosas irán por un camino que en el peor de los casos, será mucho más pleno y
lleno de satisfacción que el otro. ¡Saco los cohetes!
¿Sabes una cosa Lectora,
Lector queridos? Resistirnos al cambio no impedirá que la vida siga su curso,
lo único que provocará en nosotros es una enorme angustia y un terrible
desgaste porque las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran. Me vi muy
Zen pero así es.
Por eso, siempre a mí me
gusta dejar en manos de ÉL el ritmo de la vida y yo me quedo con la obligación
de disfrutar cada momento…Yo «flojito» y cooperando.
Hay una oración muy
popular que a mí me gusta mucho y que resume exactamente lo que con muchas
palabras quise transmitir:
Señor, dame valor para
cambiar las cosas que puedo cambiar,
Serenidad para aceptar las
que no puedo
Y sabiduría para
distinguir la diferencia.
Lectora, Lector Queridos,
para que siempre seas dócil al cambio, te mando un abrazo cambiante
El Escribidor
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