Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y
restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos
ha pegado en el bolsillo, en el corazón, en los sentimientos, en las emociones
y yo pensé que, hasta este momento, no nos había pegado en el conocimiento,
pero resulta que sí.
Se habla de una pérdida en el PIB como hacía mucho no
sucedía en el mundo, según el Banco Mundial: «La COVID-19 ha tenido un enorme
impacto a nivel mundial y ha causado pronunciadas recesiones en muchos países.
Las proyecciones de referencia pronostican una contracción del 5,2 % en el
producto interno bruto mundial en 2020, lo que constituye la recesión mundial
más profunda que se ha experimentado en décadas.» Y eso, en definitiva, llegará
a afectarnos a todas nuestras carteras, querámoslo o no. Nimodo!
Han sido
muchos los que han caído a consecuencia del bicho, según la Universidad Johns
Hopkins: «Han pasado poco más de seis meses desde que la Organización Mundial
de la Salud (OMS) declaró una emergencia global por la emergencia del nuevo
coronavirus.
Desde
entonces, el coronavirus continúa propagándose por el mundo, con 20 millones de
casos confirmados en 188 países, según los datos de este lunes de la
Universidad Johns Hopkins. Más de 730.000 personas han muerto a causa de la
infección.» Esto hace que, de manera directa o indirecta, todos hayamos tenido
alguna pérdida humana y eso duele. Nimodo!
Para mí equivale a una de las acciones más retrógradas y
aberrantes de la humanidad: la quema de libros.
En esas quemas perdimos infinidad de obras de arte de la
literatura; de información antigua en los códices; de ciencia en los libros de
alquimia y muchos, pero muchos, campos de la humanidad se vieron afectados por
este hecho.
Bueno, cada vez que muere un anciano, es como si quemaran un
libro hasta dejarlo hecho cenizas; se va toda una vida de experiencias y todos
los conocimientos de su área de especialidad; todas las historias vividas; ese
pedazo de historia del hombre que le tocó vivir y que por medio de sus pláticas
es transferido a las siguientes generaciones; en pocas palabras, se pierden
varios libros incunables y no existe manera de recuperarlos.
Lo que está sucediendo con la epidemia es que millares de
esos libros de valor incalculable, simplemente se están perdiendo sin la menor
posibilidad de transferir su conocimiento a alguien más. Primero, porque a
muchos los agarró la enfermedad súbitamente y simplemente se extinguieron.
Después, porque debido al aislamiento –que de por si para los ancianos ya
existía por parte de sus seres queridos- provoca que todo ese acervo se vaya a
la tumba.
En nuestra cultura tendemos a hacer a un lado al anciano.
Muchas veces nos estorba e incluso se les manda a una institución o asilo,
donde gente que no tiene ningún lazo amoroso con ellos les da de comer y los
atiende. Les da una vida «digna» con «amor comprado». Hablando en plata pura,
calman su conciencia mandando el libro familiar a una biblioteca pública. ¡Qué
gandallas!
A diferencia de nosotros, los japoneses sienten un gran
respeto por la gente mayor. Los tratan con decoro y cariño, hasta existe un día
especial para ellos llamado
el “keirou no hi (敬老の日)”o Día del respeto a los mayores en la cual se venera la
figura de los ancianos. ¡Bien por ellos!
En lo personal, una de mis hermanas (de
hecho, la que me crió) tomó la responsabilidad de los últimos años de mi madre.
Se dedica en cuerpo y alma a atenderla. No solo la atiende en sus necesidades
básicas; la cuida, la alimenta y le da cariño. En pocas palabras, la venera.
Nadie más que ella cumple con el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: honrarás
a tu padre y a tu madre.
Ella está cuidando nuestro libro
incunable. Ella está aprendiendo todo eso que mi madre aprendió en vida. Ella
se sabe las historias de mi madre y de la madre de mi madre, y de mi padre y de
muchos otros libros de mi acervo familiar. ¡Muchas felicidades!
¡Qué envidia tener la oportunidad de
estar de cerca con la anciana de mi familia y disfrutar de todas sus
enseñanzas! Bien por mi hermana, tuvo el valor y el amor para atender a
mi madre. Me quito el sombrero. Esos son humanos y no pedazos. Espero tener la
oportunidad de cuidar yo a mi hermana. Sé que cuidar a un anciano no es cosa
fácil, pero estoy seguro que con amor y con cuidados, es posible llevarlo a
cabo.
Lectora, Lector Queridos, los invito a cuidar ese tesoro
familiar en especial en estos tiempos complicados, dales muchos abrazos de
parte mía
El Escribidor
Monterrey, N.L. A 11 de agosto de 2020