miércoles, 12 de agosto de 2020

Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos ha pegado en el bolsillo, en el corazón, en los sentimientos, en las emociones y yo pensé que, hasta este momento, no nos había pegado en el conocimiento, pero resulta que sí.

Se habla de una pérdida en el PIB como hacía mucho no sucedía en el mundo, según el Banco Mundial: «La COVID-19 ha tenido un enorme impacto a nivel mundial y ha causado pronunciadas recesiones en muchos países. Las proyecciones de referencia pronostican una contracción del 5,2 % en el producto interno bruto mundial en 2020, lo que constituye la recesión mundial más profunda que se ha experimentado en décadas.» Y eso, en definitiva, llegará a afectarnos a todas nuestras carteras, querámoslo o no. Nimodo!

Han sido muchos los que han caído a consecuencia del bicho, según la Universidad Johns Hopkins: «Han pasado poco más de seis meses desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una emergencia global por la emergencia del nuevo coronavirus.

Desde entonces, el coronavirus continúa propagándose por el mundo, con 20 millones de casos confirmados en 188 países, según los datos de este lunes de la Universidad Johns Hopkins. Más de 730.000 personas han muerto a causa de la infección.» Esto hace que, de manera directa o indirecta, todos hayamos tenido alguna pérdida humana y eso duele. Nimodo!

 Simple y sencillamente, las relaciones interpersonales se detuvieron (a no ser que estés dentro de un núcleo familiar, porque ahí se intensificaron). Pero la posibilidad de conocer gente nueva en persona, de estrechar manos, de repartir abrazos y no se diga, de dar besos, quedó por lo pronto y hasta nuevo aviso, en un simple y triste stand-by. Le llaman distanciamiento social o sana distancia. Nos pega en los sentimientos. Los latinos, y en especial los mexicanos, somos personas muy dadas a tocarnos entre nosotros y si a eso le sumamos el rasgo característico de algunos –presente- de ser kinestésicos, se imaginarán lo difícil que se vuelve esto. Mi oficio es vendedor y mi estilo es muy kinestésico, soy de saludar de mano, de abrazo, de palmada en la espalda. Pues eso de saludar como japonés, solo con una caravana, no se me da. O eso de saludar con los puños o al puro estilo regiomontano (con los codos) nomás no me sabe a nada. Pero en fin, todo sea por conservar la salud, ya vendrán los tiempos de besos, abrazos y apapachos. Nimodo!

 Pero hay algo en lo que no había caído en cuenta y es el hecho de que esta pandemia se ha ido directamente contra los más ancianos. No se trata nada más de las pérdidas humanas, ¿se dan una idea de todo el conocimiento y experiencia que se pierde cada vez que un anciano se muere?

Para mí equivale a una de las acciones más retrógradas y aberrantes de la humanidad: la quema de libros.

En esas quemas perdimos infinidad de obras de arte de la literatura; de información antigua en los códices; de ciencia en los libros de alquimia y muchos, pero muchos, campos de la humanidad se vieron afectados por este hecho.

Bueno, cada vez que muere un anciano, es como si quemaran un libro hasta dejarlo hecho cenizas; se va toda una vida de experiencias y todos los conocimientos de su área de especialidad; todas las historias vividas; ese pedazo de historia del hombre que le tocó vivir y que por medio de sus pláticas es transferido a las siguientes generaciones; en pocas palabras, se pierden varios libros incunables y no existe manera de recuperarlos.

Lo que está sucediendo con la epidemia es que millares de esos libros de valor incalculable, simplemente se están perdiendo sin la menor posibilidad de transferir su conocimiento a alguien más. Primero, porque a muchos los agarró la enfermedad súbitamente y simplemente se extinguieron. Después, porque debido al aislamiento –que de por si para los ancianos ya existía por parte de sus seres queridos- provoca que todo ese acervo se vaya a la tumba.

En nuestra cultura tendemos a hacer a un lado al anciano. Muchas veces nos estorba e incluso se les manda a una institución o asilo, donde gente que no tiene ningún lazo amoroso con ellos les da de comer y los atiende. Les da una vida «digna» con «amor comprado». Hablando en plata pura, calman su conciencia mandando el libro familiar a una biblioteca pública. ¡Qué gandallas!

A diferencia de nosotros, los japoneses sienten un gran respeto por la gente mayor. Los tratan con decoro y cariño, hasta existe un día especial para ellos llamado el “keirou no hi (敬老の日)”o Día del respeto a los mayores en la cual se venera la figura de los ancianos. ¡Bien por ellos!

En lo personal, una de mis hermanas (de hecho, la que me crió) tomó la responsabilidad de los últimos años de mi madre. Se dedica en cuerpo y alma a atenderla. No solo la atiende en sus necesidades básicas; la cuida, la alimenta y le da cariño. En pocas palabras, la venera. Nadie más que ella cumple con el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: honrarás a tu padre y a tu madre.

Ella está cuidando nuestro libro incunable. Ella está aprendiendo todo eso que mi madre aprendió en vida. Ella se sabe las historias de mi madre y de la madre de mi madre, y de mi padre y de muchos otros libros de mi acervo familiar. ¡Muchas felicidades!

¡Qué envidia tener la oportunidad de estar de cerca con la anciana de mi familia y disfrutar de todas sus enseñanzas! Bien por mi hermana, tuvo el valor y el amor para atender a mi madre. Me quito el sombrero. Esos son humanos y no pedazos. Espero tener la oportunidad de cuidar yo a mi hermana. Sé que cuidar a un anciano no es cosa fácil, pero estoy seguro que con amor y con cuidados, es posible llevarlo a cabo.

Lectora, Lector Queridos, los invito a cuidar ese tesoro familiar en especial en estos tiempos complicados, dales muchos abrazos de parte mía

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. A 11 de agosto de 2020

miércoles, 29 de julio de 2020

Mektoub (está escrito)

Las situaciones que estamos viviendo -la pandemia, el encierro, las actividades sociales limitadas, la economía en declive, el hastío, entre otros- ha provocado en los humanos una serie de afectaciones por demás intensas y variadas, las cuales van desde una depresión leve hasta las neurosis más severas rodeadas de todas sus consecuencias psicosomáticas y fisiologías tales como migrañas, úlceras, colitis, dermatitis y muchas más que podríamos mencionar pero que no tiene sentido hacerlo porque todas parten de un origen común: la falta de aceptación del momento tal como es, en lugar del momento que quisiéramos que fuera.

Es esa lucha interna por aferrarnos a cambiar las cosas que no son o por angustiarnos por las que pudieran ser, la que nos ocasiona toda esa problemática.

Pues bien, ¿qué creen? Esta situación no es nada nueva. Ya desde antiguo, la gente vivía angustiada por el futuro incierto y deprimida por el inalterable pasado. Ahí está la clave de la búsqueda de las principales religiones del mundo: vivir el momento presente sin preocuparnos por el futuro.

 Me encontré una edición moderna de un libro muy viejo (1944) que se llama: «Como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida» (Dale Carnegie, Ed. Sudamericana, 2013, pág. 299): «viví en el jardín de Alá, un artículo referente a los árabes beduinos y la manera como enfrentan las situaciones adversas como las que vivimos actualmente».

Para ejemplificar, cito un párrafo: «Entonces, hice lo que Lawrence me indicó: me fui a vivir con los árabes beduinos. Me alegro de haberlo hecho.  Me enseñaron cómo cabe librarse de la preocupación. Como todos los fieles mahometanos, son fatalistas. Creen que cada palabra escrita por Mahoma en el Corán es la divina revelación de Alá. Así, cuando el Corán dice: "Dios te creó y creó todos tus actos", lo aceptan literalmente. Tal es la razón de que tomen la vida con tanta calma y nunca se apresuren ni se malhumoren innecesariamente cuando las cosas se tuercen. Saben que lo ordenado ordenado está y que sólo Dios puede cambiar las cosas. Sin embargo, esto no significa que, ante una calamidad, se sienten y no hagan nada. Para ilustrarlo, les hablaré de una rugiente y ardorosa tempestad de siroco que soporté durante mi permanencia en el Sahara. Aquel gemir desesperado del viento duró tres días y tres noches. Era un viento tan fuerte que llevó arena del Sahara a cientos de kilómetros de distancia, a través de todo el Mediterráneo, hasta el valle del Ródano, en Francia. Era un viento tan cálido que me hacía el efecto de que me estuvieran abrasando el cabello. Tenía la boca y los pulmones resecos. Mis ojos ardían. Mis dientes estaban llenos de arena. Tenía la impresión de estar frente a un horno en una fábrica de vidrio. Estuve tan cerca de la locura como puede estarlo un hombre que consigue conservar el juicio. Pero los árabes no se quejaban. Se encogían de hombros y decían: Mektoub! ("Está escrito")».

Quiero redondear dos conceptos antes de pasar a echarles mi rollo.

Primero, el término fatalista se refiere a aquella persona que cree en el destino y en lo inevitable de él. Es decir, si algo está determinado por Dios para que suceda en tu vida, no importa cuántas maromas realices nunca escaparás de esa situación.

Segundo, esos beduinos a los que hace alusión el artículo son pastores nómadas. Para ponernos en contexto, no tienen un lugar fijo donde vivir; viven en un clima extremo que va desde los 10°C por la noche hasta los 50°C en el día; normalmente les falta agua; la comida es escasa y están a merced de los cambios climáticos, en especial las tormentas de arena. Visto así, lo podría resumir en dos palabras: ¡está canijo!

Analicemos la situación actual desde esa óptica, Lectora, Lector Queridos.

¿Qué pensarían del encierro los beduinos? Ellos se la pasan viajando todo el tiempo, salvo los momentos en que establecen un campamento temporal. Normalmente son familia. Desconozco sus actividades pero para nada cuentan con internet ni con las comodidades de la época moderna que caracteriza nuestro «encierro». Tienen que prepararse su propia comida. En resumen, #sequedanencasa sin hacer tanto pancho.

¿Y de la pandemia? Deben estar muy conscientes de que si se enferma uno de sus miembros, potencialmente afectan a toda la tribu. Estoy seguro que tienen establecidas ciertas reglas de higiene y conducta que permiten salvaguardar la integridad de todos. Nada de andar con tonterías como: a mí no me va a dar; esa enfermedad no existe o de plano, a mí me vale. De seguro expulsan a todos aquellos que no piensan en el bien de la mayoría.

¿Y de la economía en declive? Se me hace que les vale queso, es tanta la escasez de agua y de comida, que han aprendido a aprovechar al máximo los recursos y nada se desperdicia. Cuando alguien obtiene algo, se reparte por igual entre todos. El dinero viene a ser un recurso secundario que se utiliza únicamente cuando tienen contacto con algún comerciante pero no es algo que los mueva. Son ecológicos, cuando llegan a un oasis, utilizan únicamente lo que necesitan porque alguien más vendrá después de ellos y también requerirá de lo que ahí se encuentra.

Finalmente, ¿qué sucede con ellos y el estrés? Pues nada. Los beduinos viven un día a la vez. Saben que si algo sucede es porque «está escrito». Alá –que significa Dios en árabe- ya escribió toda su historia y todo los que les suceda, sea bueno o malo, fue decidido por Él. ¿Qué caso tiene preocuparse por algo si se tiene la convicción de que Alá lo prescribió? No hay manera de cambiar lo que «está escrito». Cuando les cae una tormenta, se encogen de hombros y dicen «Mektoub». Si se les muere el ganado, solo dirán «Mektoub». Si hubiera una pandemia dirían «Mektoub». Si algo sucede, «está escrito», ¿acaso hay algo más inteligente que Dios? Él es la inteligencia suprema que define la historia de cada uno de ellos y lo que les suceda, será porque era lo mejor que podría sucederles. ¿Les suena familiar esto?

Viviendo de esta manera, no tienen que preocuparse por qué van a comer o que van a vestir, ¿para qué? Alá ya escribió cada momento de su vida y no va a cambiar por más que se empeñen. Entonces todas las enfermedades y padecimientos ocasionados por el estrés simplemente no existen.

¿Y si nos hacemos árabes? Bueno, se supone que nosotros no creemos en un destino impuesto, pero si creemos en un Dios bueno que vela por nuestro bienestar y nos permite la oportunidad de seguir un camino que es el que más nos conviene, pero para eso tendríamos que abandonar todas nuestra excentricidades sociales y religiosas y vivir realmente como personas que velan por el bien propio y del prójimo, pero desafortunadamente, vivimos inmersos en un mundo egoísta donde el «yo» es más importante que el «nosotros».

Te mando un abrazo que suscite en ti una resignación para lo que estés viviendo, «Mektoub»

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 28 de julio de 2020


jueves, 23 de julio de 2020

#Quedateencasa ¡hombre!

Quisiera encontrar la manera de resaltar en el cerebro de cada persona, con un marcador de esos fosforescentes, la importancia de mantenernos firmes en nuestra lucha contra la pandemia y de no bajar la guardia.

Me molesta que por todos lados veo que la gente le perdió el respeto al Coronavirus y simplemente comenzó a salir. Obviamente la cantidad de contagios y muertos se elevó al cielo –bueno, los muertos se fueron para el otro lado–.

Déjenme recordarles (que es diferente de recordárselas, aunque a algunos si se lo merecen) que el bicho es real. El negarlo no nos hace inmunes ni lo desaparece; al contrario, nos expone y nos hace vulnerables al hacer que nos descuidemos ante los posibles puntos de contagio.

Es una realidad: el bicho mata gente, 40.4 mil mexicanos lo pueden corroborar; o si quieres verte más internacional, 615 mil personas a nivel mundial corroboran su mortalidad.

No solo eso, es bien reconocido que el bicho le ha pegado bien cañón a la economía mundial, según el Banco Mundial: «la economía mundial, que, se reducirá un 5,2 % este año [1]. De acuerdo con la edición de junio de 2020 del informe Perspectivas económicas mundiales del Banco, sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 en que tantas economías experimentarían una disminución del producto per cápita» tal como lo indica en su página en un comunicado de prensa del día 8 de junio de 2020.

Y no se diga a nivel nacional. Según un artículo de la redacción de LinkedIn, más de 10 mil Pymes han cerrado en lo que va del 2020 debido a la pandemia.

Hay gente que dice que el virus existe pero que no pasa nada. Quiero citar un ejemplo, una exjefa piensa de esa manera, su hija vino de un viaje por Europa el mes de junio y ya traía el Covid. Resulta que la señora no se cuidó y se contagió, pero corrió con la suerte de ser asintomática. No así las cinco personas de la compañía que fueron contagiadas porque «no pasa nada». He ahí un ejemplo del impacto que podemos tener en mucha gente, ¿Cómo la estarán pasando esas cinco familias? ¿Habrán contagiado a alguien más? ¿La compañía está corriendo con los gastos? ¿Qué creen?

Otro ejemplo más para reforzar mi argumento. Un buen amigo tiene a su mamá de 91 años. La señora estuvo muy enferma de las vías respiratorias el año pasado. Pues bien, como ya dijeron que ya pueden salir en esa ciudad, pues a la calle. Mi amigo está muy preocupado porque si le llegara a dar Covid, difícilmente se recuperaría. ¿Cuál es el argumento? Es que estaba muy aburrida y ya quería salir y casi no sale. Pues lo digo fuerte y quedito, no conozco a una persona en el mundo y en la historia que haya muerto de aburrimiento, pero sé de muchísimas personas –ya lo hablamos previamente- que han muerto de Covid. Le pienso y le pienso y nomás no encuentro algo que justifique el riesgo.

Sé que todos estamos hartos de este encierro. Sé que ya no hayamos que hacer con nuestro tiempo libre. No dudo que ya exista gente que ha visto todas las series de televisión y todos los documentales, pero créanme, es mejor estar aburrido que tener un problema de salud.

¿Qué más les puedo decir que no hayan escuchado aquí y allá?

¿Qué se cuiden por esos seres queridos que están con ustedes y que dependen, no digamos en lo económico, emocionalmente?

¿Qué tarde que temprano esta pandemia pasará y será solamente como un mal recuerdo de muchas cosas que no debimos haber hecho como humanos?

¿Qué ahorita hay mucha gente que la está pasando muy duro por falta de recursos económicos y que si en nuestra mesa no falta el pan, somos muy suertudos?

¿Qué lo importante es la gente que se queda dentro de nuestra casa al cerrar la puerta en la noche y que por ellos debemos cuidarnos?

No sé qué pienses tu Lectora, Lector Queridos, pero yo considero que debemos hacer acopio de nuestra fuerza de voluntad y hacer hasta lo imposible por resistir la tentación de salir. Diría mi padre, hay más tiempo que vida y ya vendrán los tiempos en los que nos podemos hartar de salir, de abrazar, de besar, de pasear hasta que nos sangren los pies, pero ahorita por favor #quedateencasa.

Te mando un abrazo virtual y un montón de paciencia para sobrellevar estos tiempos de encierro, pero #quedateencasa ¡hombre!

 El Escribidor

PD. ¿Ya leíste?

Monterrey, N.L. a 23 de julio de 2020

jueves, 16 de julio de 2020

Se nos fue la tía Turbina

No sé si ya les había platicado, Lectora, Lector Queridos, que mi casa, que también es su casa, viene a ser algo así como un arca de Noé pero en chiquito. Nos encanta tener animales aunque no a todos les encanta hacerse cargo de todos sus desechos, porque eso sí, una mascota es una responsabilidad muy grande y si adquieres una mascota, es para cuidarla y quererla.

Tener una mascota es como tener un hijo nini, pero con un encanto que te conmueve hasta la médula de los huesos, son incondicionales y nunca están de malas.

Hemos tenido peces, cangrejos ermitaños, tortugas, y más.

En este momento, tenemos un perro chihuahua, llamado Spunky; una perra anciana con un poco de labrador, llamada Cookie; una perra medio pastor alemán negra, llamada Nala y una coneja, llamada coneja.

Y teníamos una cuya llamada Cuyini Bebini, Psicofisio, Cuya, piche Cuya y tía Turbina, por su parecido con la tía Turbina de la película Robots, en alusión a su enorme trasero, les voy a poner una foto para que los que son visuales se den una idea de qué estoy hablando:


Resulta que los cuyos son roedores provenientes de Perú –dicho sea de paso, allá se los comen- que tienen como característica un chillido muy característico que viene a ser su distintivo, “cui cui”. Y viene a ser como un pseudo lenguaje y suele variar para indicar que tienen miedo, hambre, les falta agua, están contentos, etc.

Son animales muy activos, la tía Turbina estaba casi siempre tomando agua, nunca entendimos porque tomaba tanta. Al principio solamente comía cuyina, pero poco a poco y a despecho de su cuidadora, fuimos dándole manzana, pera y hasta durazno.

Su llegada fue de una manera inesperada. Mi hija, la mayor, cursaba una materia que se llamaba Psicofisiologia. Tuvo que adquirir a Psicofisio para llevar a cabo un experimento. Una vez concluido, intentamos por todos los medios darla en adopción y ¿qué creen? Nadie recibe animales de granja, como si fueran desechables.

Total que tuvimos que quedarnos con ella. No queríamos porque nos encariñamos muy fácilmente con los animales y luego la sufridera cuando se van.

Mi hija, la menor, decidió adoptarla y hacerse cargo de todas sus necesidades. Le compró una jaula que viene a ser algo así como una casona a todo lujo. Le puso aserrín, su bebedero y pasaron cinco años desde su llegada.

Dije teníamos porque el de hoy por la madrugada, paso a mejor vida. Yo digo que ya está en el Mictlán aunque mi hijo el letrólogo afirma que ahí solo van los perros, pero yo digo que ahí van todas las mascotas que tuvimos en vida.

Paso a comentarles cómo es que murió la tía Turbina.

Ayer, todo transcurría normal, (al menos eso parecía), hasta el momento en que, rompiendo las reglas de su cuidadora, intenté darle un poco de pera. Así lo hice y se me hizo muy extraño que no brincara a comérsela, adoraba la fruta. Estaba muy tranquila acostada. La moví para ver que todo estuviera bien y solo se arrastró. Algo andaba mal.

Mi hija, la mayor, comenzó a hacer llamadas para ver quién podía revisarla y partieron mi esposa, mi hijo y ella con un veterinario especialista en cuyas.

Después de una hora me avisaron que se iba a quedar hospitalizada (desconocía la existencia de hospitales para cuyas), que le habían puesto oxigeno porque entró en shock –y yo con ella–.

Nos dijeron que estaba muy delicada y que a lo mejor no la iba a hacer.

Efectivamente, no la hizo. En la madrugada le mandaron un WhatsApp a mi hija, la mayor, para avisarle que había perecido.

Algo que me llamó mucho la atención fue un comentario que nos hicieron en la veterinaria. Cuando les preguntamos que por qué no mostró síntomas de estar enferma hasta ayer, nos explican que al ser una presa en la naturaleza, evitan mostrar síntomas de debilidad porque eso los hace vulnerables. No se vale, ella nos debió avisar que se sentía mal.

En fin, a todos nos dolió de una manera diferente. A mi hija la mayor se le da lo de las lágrimas, ¡que chido! Así puede sacar todo lo que le duela. A mi hija la menor no se le notó nada, sé que está sufriendo pero se aguanta. A los demás, nos da por verbalizarlo que es otra manera de sacarlo de nuestro corazones.

Ojalá tengas la dicha de tener una mascota y de disfrutar su compañía, créeme vale la pena. Pero por favor no compres, adopta una.

Te mando un abrazo con un corazón un poquito adolorido.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de julio de 2020



domingo, 12 de julio de 2020

Chicharrón en salsa verde

Domingo por la mañana, le digo a mi esposa: « ¿cómo ves si te lanzas por unos chicharrones de La Ramos (así se llama una carnicería de Monterrey famosa por su preparación de chicharrón frito de cerdo) y preparo chicharrón en salsa verde?» Traes, además, cinco tomates verdes y dos chiles serranos.

-Ok, el chicharrón, los tomatillos y chiles jalapeños.

-No, dije chiles serranos –le corregí.

Con esta culinaria historia comienzo mí artículo. 

Quiero platicarte Lectora, Lector Querido, de esa situación cuando tú tratas de comunicar algo y la otra persona entiende lo que se le da la gana.

Primero, hierves un cuarto de cebolla, dos dientes de ajo medianos, dos chiles serranos sin el rabo y cinco tomatillos sin la cubierta, hasta que los tomatillos cambien de color.

Yo quisiera saber qué proceso se lleva a cabo en el cerebro de nuestro receptor cuando nosotros estamos planteando nuestra idea. Me imagino que cuando le estaba diciendo que traer a mi esposa, en su mente transcurría algo así como: tengo que poner atención; a ver, dijo chile serrano, se me hace que se equivocó y es jalapeño. Sí, debe ser jalapeño, me suena más.

Se dice que hablando se entiende la gente pero la neta, hay personas a las que cuando les hablas no entienden ni maiz.

Me sucedió el otro día en una estación de expendedora de gasolina en medio de la nada, N.L. Me pone seiscientos pesos de la roja –le dije al encargado. Ah ok! Quinientos pesos de la verde.

No –corregí, sin darme cuenta que solo era el comienzo de la aventura- seiscientos de la roja. Ah ok –me contestó- y veo que toma la pistola verde.

Joven –le grito con un poco más de enjundia- ¡roja! Ah ok, perdón, le entendí que la verde.

Una vez que los tomatillos cambian de color, licuas todo junto, le añades un puñito de cilantro y sal al gusto. Agrega a la licuadora un poco del líquido donde se hirvió todo. Lo mueles muy bien hasta tener una salsa uniforme y la reservas.

Entonces viene el despachador, le paso la tarjeta de prepago y le digo: la clave es seis ocho tres seis. –ok seis ocho seis tres y se va.

Unos minutos después regresa el joven y me dice: ¿Cuál me dijo que era la clave? seis ocho tres seis- le repito. Seis ocho seis tres –repite en voz alta- y se va de nuevo.

Otros minutos después, regresa con una cara como de te-atrapé y me dice: su tarjeta no pasó. -¿cómo que no pasó? ¿Qué contraseña pusiste? –La que me dio- me contesta, seis ocho seis tres. -La clave es seis ocho tres seis, le digo ya con un tono de desesperación.

Total que optó por traer la terminal de cobro y me pidió que fuera yo quien pusiera la clave. Debe haber pensado: que ponga él su clave, para que la pone tan difícil.

Yo tenía razón –siguió con su pensamiento- era seis ocho seis tres. Jajajaja

En una sartén con un poco de aceite pones a dorar un cuarto de cebolla finamente picada y la dejas hasta que se ponga transparente. Después le añades el chicharrón que debe estar picado finamente, también.

Cuando estuve en esa gasolinera, hagan de cuenta Lectora, Lector Queridos, que le estuviera hablando en chino o en alguna lengua extranjera al dependiente.

Y créanme, son solo un par de ejemplos que sirven perfectamente para ilustrar ese error típico de la comunicación humana. Pasa exactamente como cuando pides cierta cantidad de carne en la carnicería y el tablajero te surte lo que a él le viene en gana. ¿Te ha sucedido qué pides quinientos gramos y terminan dándote seiscientos cincuenta?
Todas estos han sido situaciones totalmente inofensivas, pero no quiero ni imaginar cuando este tipo de errores de comunicación suceden en un hospital, o en un vuelo de avión o peor aún, en un viaje al espacio.

Me imagino que de ahí es de donde vienen tantas discrepancias que suceden en los matrimonios, amistades y peor aún, entre los gobiernos. Pues como no van a existir si unos pensamos una cosa y los demás, otra totalmente disímbola.

Una vez que se haya frito el chicharrón, agregas la salsa y lo dejas hasta que sea de un verde apagado. Lo sirves acompañado de frijoles refritos y de preferencia con tortillas recién hechas.

Te invito, Lectora, Lector Querido, a revisar bien la manera como expresas tus ideas y sobre todo, a aplicar algún tipo de pregunta para poder asegurarte que lo que quisiste transmitir fue exactamente, o al menos parecido, a lo que la otra persona entendió.

Te mando, además de esta deliciosa receta, un abrazo bien comunicado.

El Escribidor

P.D. Como todo lo que escribo en este blog son ensayos, pues este tipo de escrito también lo es. Por favor coméntenme qué les parece.

Monterrey, Nuevo León, a 12 de julio de 2020


miércoles, 8 de julio de 2020

La importancia de llamarse Porfirio

Lectora, Lector Queridos, ya les he platicado en otros de mis artículos acerca de mi padre y de la enorme influencia que tuvo en mi formación y en mi vida en particular. 

Para ponerlos en contexto, déjenme les describo a mi papá: Él era un tipo de 1.74 aproximadamente, fornido, con buen porte y con un vocabulario muy dado a los dichos y, de por si coloquial, sin llegar al lenguaje de carretonero.

En realidad hay tres cosas de las cuales quiero hablar acerca de mi padre en este escrito, pero hay muchísimas más que ya les iré contando.

La primera: se llamaba Porfirio y yo creo que gracias a su nombre –yo estoy firmemente convencido que los nombres como que nos predisponen a ciertos rasgos en nuestro carácter- era una persona porfiada. Se dice que alguien es porfiado si es una persona obstinada u obcecada. Y mi padre era así; ya que se le metía algo en la cabeza, no había poder humano o divino que lo hiciera cambiar de opinión. Ahora entiendo porque mis hijos son decididos y porfiados. ¡Quíubole! Ahí te hablan, diría un cuate.

Él me enseñó a perseguir una meta y luchar por ella. Recuerdo perfectamente que cuando iba a comenzar mis estudios en el Tecnológico de Monterrey, yo realicé el trámite de la beca. Gracias a mi inexperiencia en el llenado de documentos mi beca fue rechazada. Total que le marqué a mi padre para avisarle que iba de regreso porque no me dieron la beca. Me dijo: no te regreses, voy para allá, como que no te dieron la beca si eres muy buen estudiante y aparte eres mi hijo.

Total que sin cita, se presentó con el departamento de becas y no tengo idea de que fue lo que les dijo, pero al salir, con una sonrisa me dijo que ya me habían otorgado la beca. ¿Pues qué creían? –dijo. Estoy seguro que si el viviera en estos tiempos, le diría a toda la gente miedosa asustada por la pandemia: ¡no le saquen! No pasa nada.

La segunda: yo trabajé desde muy temprana edad con él, entonces me tocó estar hombro a hombro realizando trabajos que eran pesadísimos. Recuerdo que en medio de un trabajo, yo a mis escasos seis años, al ver que nomás no se veía la hora de terminar –ya hasta era de noche- le pregunté qué cómo íbamos para terminar e irnos. Sólo me contestó: ahí la llevamos.  El «ahí la llevamos» era un sinónimo para todavía falta, pero vamos bien. Al menos eso pensé.

Me lo dijo con tal seguridad que me hizo confiar y darle más duro, que al cabo ahí la llevamos. Obvio faltaba un buen para terminar pero mi ansiedad desapareció por el simple hecho de saber que mi protector dijo que ahí la llevamos y entonces todo estaba bien.Cuando veo a toda la gente desesperada que pregunta que como vamos en nuestra lucha contra la pandemia sería bueno contestarles que ahí la llevamos.

Finalmente, de él proviene mi búsqueda de la excelencia. Recuerdo que varios de sus clientes solían preguntarle cuando lo veían que cómo le iba, entonces, invariablemente les respondía, -muy bien, nomás a los pendejos les va mal. Y ¿a usted cómo le va? A lo que se veían obligados a contestar que bien, también, so pena de caer en la trampa en su juego de palabras.

Él me enseñó a ser perfeccionista y me dio mi primera cátedra de calidad continua. De una manera muy empírica, me enseñaba cosas nuevas y me exigía que las realizara con la mejor calidad posible aún y cuando fuera mi primera vez.

Cuando llegaba a cometer algún error, se dirigía a mí diciendo: ¡no sea güey! póngase listo. En seguida, hacia el la corrección para que yo aprendiera como se debería haber hecho.

En la casa, lo vi desarrollar múltiples actividades de las más variadas disciplinas y todas las realizaba con gran calidad. Ya sea que se pusiera a pintar; arreglar una llave; podar un árbol; resanar una pared y otras muchas cosas. Dirían en estos tiempos que era una persona con muchas competencias y siempre se empeñó en que yo las aprendiera todas y cada una de ellas. Era, como diría uno de sus más entrañables clientes, el maestro de la liendre, que a todo le da y a nada le entiende, jajaja.

No era un padre perfecto, pero todo lo que me enseñó me ha ayudado a hacer esta vida más llevadera y fácil. Decía que me enseñaba todo por si acaso en el futuro yo necesitara trabajar y así no me moriría de hambre. Y podría seguir hablando de él por páginas sin fin, sin embargo, ya lo haré en subsecuentes publicaciones.

Por lo pronto, te invito que revises a tu padre y me compartas que es lo que aprendiste de él. Si aún lo tienes, ve y dale un abrazo bien fuerte, pero eso si con cubrebocas. Si ya no está contigo, dirígele una oración a Dios por él y haz un ejercicio bien intenso de remembranza, algo así como un homenaje póstumo.

 El Escribidor

Monterrey, N.L. a 7 de julio de 2020

miércoles, 1 de julio de 2020

A todo se acostumbra uno, menos a no comer y a no dormir

Es uno de los dichos que me enseñó mi padre (¿qué sería de mis escritos sin la sabiduría de él?) y me lo decía cada vez que nos enfrentábamos a una situación en la que teníamos que apechugar por alguna pérdida y debíamos acostumbrarnos a una nueva realidad.

Cuando comenzó todo este rollo de la pandemia, surgieron en mí muchas dudas acerca de nuestro futuro y de cómo nos impactaría en nuestro día a día. Me preguntaba cómo iba a cambiar nuestra manera de relacionarnos, de divertirnos, de celebrar nuestros acontecimientos especiales, etc. ni por aquí me pasaba como sería. Pero a todo se acostumbra uno y me gustaría hablar uno de los cambios positivos en los humanos porque los negativos se promueven solos. Más que un cambio es una adaptación que me llamó la atención, me imagino que se le ocurrió a una señora y es la nueva manera de celebrar los cumpleaños y demás festividades.

No se me desconcierten, paso a describirla:

La fórmula es esta: primero que nada, reúnes a un grupo de señoras con sus respectivas hijas, nueras, vecinas y demás; les pides a todas que compren un buen de globos, los inflen y los peguen a sus mamámoviles; les pides que hagan letreros que puedan leerse en conjunto, algo así como: ¡Feliz cumpleaños! te deseamos todos los que te queremos, Comadrita.

Le pegas una parte del mensaje a cada vehículo. Citas a todos en una calle cercana al domicilio de la víctima –hay que tener cuidado de conservar el orden porque puede quedar un letrero como este: ¡Feliz cumpleaños! Comadrita, todos los que te queremos te deseamos y pues distará mucho del mensaje original-.

Acto seguido, se arrancan todos en caravana haciendo el mayor escándalo posible, especialmente al pasar frente al domicilio del festejado, quien se mostrará «sorprendido» por lo inesperado del asunto y agradecerá a todos regalándoles un quequito o algún detallito que no tenía preparado. Claro, todo con la respectiva sana distancia.

Lo más interesante de esto es por principio de cuentas, la manera tan creativa de darle la vuelta a una situación prohibida (como es la aglomeración de personas) sin dejar pasar la interacción humana.

Después, está el hecho de la velocidad con que se propagó esta nueva tradición que, dicho sea de paso, se adapta muy bien a otra tradición de la sociedad regiomontana: la de cuidar el dinero. En lugar de gastar en una cena, cervezas, refrescos y otras cosas, solo se invierte en una mesa arreglada con globos y unos detallitos para la persona «sorprendida». Todos salen ganando.

Bueno pues sucede que una de mis creaturas, la de en medio, iba a cumplir años y mi esposa, que nomás no se está quieta, quiso organizarle una fiesta sorpresa.

Total, haciendo uso de sus habilidades de espía, reunió a algunas amigas y hasta una señora     –para mí que trabajó para la CIA, Mossad o de perdido era judicial, porque siempre investiga todo–. Preparó todo y mi hija ni se lo esperaba. Que conste, en el caso de ella, de verdad no se lo esperaba.

Llegó el ansiado día, una vez que estábamos comiendo todos juntos, que comienza la pitadera.

Mi hija, cayó en un estado de estupefacción y solo atinaba a balbucear repetidamente la frase: «¡que oso!» e iba y venía de la ventana a la mesa; de la mesa a la puerta; hasta que logró tranquilizar su mente y pudo dar con las llaves.

Salió de la casa, seguida de su madre y su hermana a disfrutar de su sorpresa y de sus amigos. De no sé dónde, salieron unos detallitos que se les entregaron a las respectivas visitas.

Me da mucho gusto saber que mis hijos y mi mujer están adaptados a la nueva realidad y que forman parte de ella y que esta pandemia nomás no hizo mella ni en su mente ni en sus corazones. Aunque esté prohibido, ¡saco los cohetes!

Ojalá que ustedes también Lectora, Lector Queridos, hayan aprendido a sobreponerse a las adversidades de esta hecatombe viral.

Por cierto, ¿recuerdan al Guarura? El perro de 22 años del que hablé en el artículo Un perro viejo, vi que tiene un compañero que se llama Capullo. Pensé que el Capullo era un perro mucho más joven pero resulta que tiene ¡15 años! O sea, joven no es, pero espero que viva más que los 22 del Guarura. Como diría mi madre, ese señor que los cuida tiene buena mano.

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 30 de junio de 2020


Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...