sábado, 18 de agosto de 2007

Del odio al amor hay solo un paso

Monterrey, N.L. a 18 de agosto de 2007

El tercero de los jinetes del Apocalipsis de la persona es el odio. Se entiende que odio es un sentimiento de aversión y rechazo, muy intenso e incontrolable, hacia algo o alguien.

Aprendemos a odiar solitos y solitos lo vamos perfeccionando, a tal grado que llega un momento que sólo pensamos y vivimos para la persona o cosa que detestamos: nos encadenamos a ella. Como todas las cosas en la vida, tiene un principio y la mayor de las veces es trivial, probablemente una frustración mal manejada, un amor no correspondido e incluso, porque no, un capricho no concedido. Se siente igual que cualquier berrinche, con la diferencia que su duración tiende a alargarse y la intensidad va en crescendo.

La culpa y la mentira, como que son los hermanitos pasivos y solo afectan a la persona; el odio y el miedo nos mueven a realizar actos extremos (si no, pregúntenle a Osama) y es que está en su propia definición, intenso e incontrolable. Cuantas veces me tocó llegar a conocer actos sin nombre cometidos por mujeres u hombres despechados. ¡Cuídate de la mordida de una cobra, del piquete de un alacrán y del odio de una mujer!

El odio es tan intenso como el amor pero, a diferencia de él, se puede odiar a más de un individuo a la vez. Así como hay amores platónicos hay odios platónicos, donde la persona odiada ni por enterada y nosotros vamos consumiéndonos poco a poco, acabando con nuestra felicidad y hasta con nuestra salud (ya que se le ha relacionado con ulceras estomacales y con enfermedades cardiacas). Odio, luego existo.

Hay un término que mi mamá usa para referirse a las heridas infectadas, ella dice que cuando una herida está llena de pus y huele mal es porque está enconada. Encono es un sinónimo de odio y justamente, cuando detestamos a alguien, vivimos hablando puras pestes de esta persona y normalmente cargamos un “geniecito” que ni Aladino podría con él; es decir, estamos llenos de “pus” en nuestros sentimientos y “olemos” mal en todo lo que hablamos. La gente comienza a sacarnos la vuelta, es que siempre es lo mismo, el mismo tema, el mismo rencor, las mismas quejas….y ¡termina por hartar! ¡Nos volvemos odiosos!

Como todos los sentimientos negativos, comienzan y radican en nosotros mismos y cada quien tiene la capacidad de destruirlos en la medida que adquirimos la madurez emocional. Yo sé que como humanos, somos susceptibles de errar una y otra vez (errare humanum est) pero, hagámoslo como los niños, ellos se enojan, pasan cinco minutos y ya están contentos nuevamente.


Jesucristo nos dice que por nuestras palabras seremos justificados (o condenados), por lo que si siempre estamos hablando de odiar, detestar o repugnar, lo que recibiremos a cambio será aversión, odio y toda suerte de cosas negativas. Aquí está la clave de la solución de este problema: debemos aprender a soltar las cadenas del desprecio, no para liberar a la persona que abominamos, sino para liberarnos nosotros de ese sentimiento. Dice un buen sacerdote, que también es un buen amigo, libérate de la persona que odias mandándole bendiciones y perdón.

Lector Querido, haz la prueba, por un momento recuerda a la persona que más odies y dile: te perdono y te mando bendiciones, de verdad te digo, además del sentimiento de libertad que te llenará, tu vida comenzará a cambiar en ese instante y un montón de cosas maravillosas te sucederán. ¡Fuera odios!

A mis padres, mi amor porque nunca me enseñaron a odiar,

Lector Querido, un abrazo para que lo único que odies sea al odio mismo,

El Escribidor


http://lescribidor.blogspot.com/

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