domingo, 12 de agosto de 2007

Mea Culpa

Monterrey, N.L. a 6 de Agosto de 2007 La culpa tiene dos acepciones: uno, la responsabilidad de un hecho negativo y dos, el sentimiento provocado justamente por aceptar como propia esa responsabilidad. Haz de cuenta, Lector Querido, que así como la resaca viene después de una borrachera, la culpa viene después de llevar a cabo algún acto que consideramos indigno. Ojo, escribí “consideramos” porque, excluyendo los actos definidos por las leyes o por los cánones de la sociedad, quedan todos los demás que nosotros mismos, en un arrebato de auto inmolación, los calificamos como vergonzosos, inmorales o ilegales y nos sentimos los seres vivos más bajos del universo. Hasta las cucarachas tienen más moral que nosotros. Y la culpa llega y la mayor parte de las veces, se queda para estar mortificándonos por el resto de la vida. ¡Mea Culpa! Pero la cosa no para ahí, acto seguido, nos da la impresión de que llevamos un letrero enorme que dice:”Soy culpable” y sentimos que todas la personas que nos rodean se dan cuenta de esto y que nos critican. Sobreviene la explosión o el aislamiento (según sea nuestro carácter), donde al no poder ya más, mostramos a todas luces, nuestra supuesta “culpabilidad”. ¡Soy culpable lo admito! Este es el momento donde somos más vulnerables y si alguna persona alrededor nuestro es manipuladora, nos manejará con la culpa una y otra vez, hasta el cansancio. ¡Ya ves, siempre es tu culpa! No soy ni psicólogo ni psiquiatra, pero pa’ mi que la vergüenza es la culpa por anticipado. Nuestro primer encuentro con la culpa sucede normalmente en nuestra infancia, cuando por alguna situación trivial, como tirar la comida o caernos, nos sentimos avergonzados. Ante la ausencia de culpa propia, nuestros papás se encargan de proveernos de una culpa ajena: “¿Viste lo que pasó?! Es por tu culpa!. Luego crecemos y comenzamos a “coleccionarlas”. Nos sentimos culpables por malas notas, por portarnos mal, por romper las reglas, por los accidentes, por defendernos, por no defendernos, por pelear y por no hacerlo, por ser audaces y por ser tímidos, etc. En pocas palabras, aprendemos a vivir un mundo donde todos somos culpables a menos que demostremos lo contrario. Aprendemos que si bien la responsabilidad sobre los actos no es importante, si lo es el “colgarle el santito” a alguien. ¿Quién tuvo la culpa? No se diga en un entorno laboral o grupal, lejos de buscar soluciones, hacemos una “cacería de brujas” para determinar al culpable. Nos regodeamos al descubrir vulnerabilidades en las demás personas y no sólo eso, llegamos a sentirnos seudo héroes. ¿Ya supieron quién tuvo la culpa? Lector Querido, si hay algo que quiero transmitirte en este ensayo, es mi plena convicción de que la culpa sirve exactamente para lo mismo que una moneda de cinco centavos: absolutamente para nada. Y por favor, no confundan la culpabilidad con la conciencia. La conciencia actúa pre y la culpa post. La conciencia nos dice de antemano que lo que vamos a hacer no está bien y la culpa nos dice que lo que hicimos no estuvo bien. La conciencia se basa en una corazonada y la culpa muchas veces en un prejuicio. La conciencia nos hace ser mejores cada día y la culpa nos hace sentir peor cada vez. La conciencia es inmune a la crítica y la culpa vive de ella. La conciencia viene de DIOS y la culpa de nuestros "demonios". Hazle más caso a tu conciencia y no permitas que la culpa te impida vivir plenamente. Por favor olvídate de las culpas y busca la solución de los problemas. Enfócate en ser feliz. Si haces algo que rompe las reglas, pero estás convencido, deshazte de la culpa. Lucha contra la vergüenza, piensa que es una culpa chiquitita y que crecerá si no la eliminas ya. Recuerda que la culpa es uno de los enemigos más grandes del autoestima. Dile al mundo en pocas palabras: “¿Me disculpan?”. Mi Amada muchas veces se siente culpable, es miembro honorario del club. Yo le digo siempre, que si quiere darme sus culpas que a mi no me afectan, pero se me hace que al contrario, ella quisiera que yo le diera las mías. ¡Qué mala onda! No tengo ni una culpa pequeñita, ¡ahí pa’ la otra será! Tengo una amiga que vive huyendo de la culpa pero al mismo tiempo, vive amarrada a ella. Ya la compró y no haya como deshacerse de ella. Amiga, pase lo que pase, recuerda que es una cuestión del círculo de la vida, nada que ver contigo, ¡yo te disculpo! Tengo mi propia definición de la culpa, la cual siempre promuevo entre mis hijos y entre la la gente que me rodea: “la única culpa que conozco es una chava que así le decían porque nadie se la quería echar” (no le entendí). A mi Esposa, un beso que quita culpas, A mi Madre, mil gracias porque no me enseñaste a culpar ni a sentirme culpable. Para ti, Lector Querido, un abrazo sin culpa, El Escribidor

1 comentario:

anamorfosis dijo...

La delgada línea que divide la culpa de la conciencia es lo que me confunde, incluso el hecho de las dos acepciones de la culpa. ¿Será que a quienes se les atribuye los actos que son considerados indignos o vergonzosos realmente no vivieron una conciencia previa, y quien culpa, tras haber pensado juzga y acusa? No lo sé... Al menos nunca he creído que encontrar al culpable solucione las cosas, (sin hablar de cosas legales) es muy fácil culpar tanto para deslindarse de cualquier responsabilidad como para hacerse víctima de las circunstancias.

Creo que las culpas atormentan, torturan y son heridas que tardan en sanar. ¿Pero qué niño no se ha tropezado y raspado? Y hasta que no se le hace costra la herida deja de doler. Esa capacidad de regenerar la piel es la que muchos no tenemos, dejando abierta la herida y propensa a infecciones.

Lo que dice en este artículo podría ser muy bien el manifiesto a la libertad de culpa.

Perdornarse a si mismo podría ser un buen argumento de la liberación de culpas, y siendo el olvido compañero del perdón. Mejor me olvido.

P.D. ¡¡¿Quién fue el que inventó la culpa?!! :)

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