jueves, 25 de junio de 2020

Pues sí. Pues no y ¡te bajas!

En esta ocasión voy a basar mi escrito en un chiste. No se asusten, es totalmente blanco y lleva como fin hablar de esas personas que nomás no les hayas el modo.

Resulta que iba un tipo por la carretera pidiendo ride y de pronto, después de muchos intentos, se detuvo un tráiler. Al subir notó que se trataba de un tipo mal encarado –como varios que yo conozco– con un carácter de esos que asustan al miedo, el cual al saludarlo solamente movió la cabeza en señal de saludo.

Arrancó el tráiler y el ambiente era tan denso que fácilmente se podía cortar con un cuchillo. El tipo se pone a pensar qué podría hacer para romper el hielo. Dice para sus adentros: ¿Qué tal si le hablo de futbol? No, porque a lo mejor lo odia y me baja.  ¿Y si le hablo de religión? Mejor no porque a lo mejor es agnóstico y me baja. ¿Y si le hablo de política? Pero a lo mejor es apolítico y me baja.

En esas iba cuando de pronto voltea a ver al chofer y con una amplia sonrisa le dice: «pues sí» «Pues no y ¡te bajas!» Le dice el conductor. Jajaja

Hasta ahí el chiste, ahora hablemos de la vida real.

Es común encontrarnos con personas que a pesar de nuestros esfuerzos por congraciarnos con ellas nomás no damos pie con bola. Y que conste, no es una situación exclusiva de cierto tipo de personas. Es algo así como la muerte para el humano; no importa qué tan agradable y bueno seas como persona, invariablemente durante tu vida en algún momento te encontrarás con tu némesis, con ese ser que te hará ver tu suerte.

Para ejemplo basta un botón, pero como que a mí me mandaron varios.

Resulta que cuando conocí a mi alter ego –mi mujer – fui el hombre más feliz sobre la tierra; sin embargo, ella no venía sola, venía en paquete con una mujer bajita, delgada, sonriente y muy amable que cuando se dio cuenta de que yo era el susodicho, cambió su cara y nunca más volvió a sonreír.

Bueno, no volvió a sonreírme a mí. En algún momento de mi relación con ella seguramente dije: pues sí; acto seguido, me contestó «pues no y ¡te bajas!»

Enseguida, viene a mi memoria una jefa que tuve, que para efectos del relato llamaremos Paty (los nombres son irrelevantes cuando el contexto es lo único que cuenta para una mejor comprensión del caso) cuando trabajé para una compañía gringa de tecnología.

Paty era una chilanga de hueso colorado, muy alta, mal encarada y con un carácter de esos que asustan al miedo.

Cuando yo la conocí su primer discurso hacia mí no fue nada alentador: «Mira, ya han desfilado varios por ese puesto y la verdad creo que tú serás uno más. Entonces ahorrémonos el tiempo y dime ya si crees que darás el ancho si no para pasarte de una vez con Recursos Humanos».

Sobra decir todo el esfuerzo que hice por querer ganarme no digamos su amistad, me hubiera conformado con hacerme merecedor de un trato más amable, pero nomás no se pudo. Pues no y ¡te bajas!

Algo que descubrí en los ejemplos citados, es que me esmeré en agradar a las personas en lugar de ser yo mismo y buscar ser aceptado como era.

Dicho en otras palabras, me preocupé en demasía por ser aceptado por las personas pasando por encima de mí mismo. Pero aprendí la lección según yo a tiempo.

Conocí a otra persona en mi penúltimo empleo. Era una compradora mal encarada y súper geniosa, hasta un tanto grosera y malhablada. La historia no comenzó diferente. Cada vez que me apersonaba me recibía con un: -dígame ingeniero- con una jeta que le llegaba hasta el suelo.

En otros tiempos, me hubiera esforzado por caerle bien pero no esos días.

Yo le contestaba, con un poco de indiferencia pero con mucha deferencia, gracias señorita, le encargo por favor que apoye con lo siguiente.

Después de dejarle mi encomienda, me iba a mi lugar sin mostrar ninguna emoción.

Y así se repitió la escena por varias semanas hasta que ella se dio cuenta de que yo no era una mala persona sino que al contrario, cada vez que tenía alguna dificultad para cumplir con su cometido, ahí estaba yo para apoyarla. Eso sí, mostrándome siempre indiferente pero buena onda.

No sé si fue el tiempo o los trancazos los que la ablandaron, pero al cabo de unos meses se volvió uno de mis aliados dentro de la organización.

¿Qué cambió? ¿Ella? No, seguía siendo mal encarada con muchos y discutía con todos menos conmigo.

Cambié yo, puse en la lista de prioridad primero mi persona. Hice un esfuerzo superhumano por ser auténtico y por mantenerme firme en mi personalidad, le gustara o no a la demás gente.

¿El resultado? Una paz insospechada con mi persona; una seguridad nunca antes sentida; una autoestima blindada contra todo y contra todos. En resumen, Salí ganando.

Te conmino Lectora, Lector Queridos a perseguir ser esa persona que no rinda cuentas a nadie y que no se doblegue ante ninguna persona mal encarada y geniosa que se encuentren en su camino.

Eso sí, siempre de una manera amable y educada, como decía mi amado padre: lo cortés no quita lo valiente.

Te mando un abrazo reconciliador contigo mismo,

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 24 de junio de 2020

jueves, 18 de junio de 2020

No es que me llames perro

Es la perra manera como me llamas. Así dice el dicho y así digo yo. Es una herencia que me dejó un otrora enemigo –que en lo subsecuente lo llamaremos Óscar- donde hacía alusión a esa manera tan terrible que tenía la jefa de aquel entonces de tratar a sus empleados y que le causaba mucha molestia.

Oscar podía ser muchas cosas, pero eso sí, nunca grosero. Era una persona con una verborrea tal que hacía que la gente cayera rendida a sus pies para después tener que levantarse con una enorme cruda moral al descubrir que todo había sido labia y nada más.

Lo que si era consistente era el trato que tenía con todos: siempre saludaba, hablaba con voz suave y bien entonada, sonriente a más no poder y atento a los comentarios que le hicieran. Era un tipo divertido, zalamero y un tanto lambiscón. Lo que se llama una perita en dulce.

Era muy agradable platicar con él ya que, además del buen trato, la plática era bien sabrosa y normalmente era aderezada con historias de sus múltiples aventuras de tiempos pasados. He ahí la razón por la cual el mal trato de la patrona le erizaba la piel y lo convertía momentáneamente en un energúmeno.

Una vez pasado el episodio colérico, cuando le volvía a ganar la razón, se dedicaba a regalar disculpas por doquier y a reponer los platos rotos que su berrinche ocasionó.

Una y otra vez viví esos episodios regaño-cólera-disculpas. Era muy desgastante, como si estuviéramos entre dos padres en proceso de separación.

Y todo porque nadie le enseñó a la mandamás que en el pedir está el dar –diría mi padre–. No era lo que te pedía, era la manera como lo pedía. No era que te llamara perro, era la perra manera como te llamaba.

Recuerdo que cada vez que citaba a alguien en su oficina, inmediatamente preguntaban: ¿tú sabes qué pasó? ¿Sabes para qué me quiere ver? Más allá del dichoso posible regaño, estaba la manera, por demás agresiva, de llamarle la atención al citado. La tónica era la siguiente: después de recordarle que estaba en la compañía gracias a su corazón misericordioso y de recordarle todos los errores anteriores cometidos y perdonados, venía una perorata que si bien te iba, tomaría algo así como media hora. Dicho discurso estaba plagado de mensajes que llevaban como fin pegarle a la autoestima del escuchante y hacerlo reconocer su culpabilidad.

En variadas ocasiones, y como si el estilo castrante de la señora no fuera suficiente, mandaba llamar a diferentes testigos para confabular y terminar de acusar al presunto de todos sus delitos. Incluía entre sus instrumentos de tortura correos electrónicos, facturas, papeletas y demás como evidencia del error cometido hasta lograr la aceptación del susodicho y la correspondiente pena por sus actos que podía ir desde un regaño intenso, una suspensión de labores sin goce de sueldo, el rebaje de su nómina o en el peor de los casos, la expulsión del paraíso, donde muchos quisieran estar –según ella expresaba con mucho orgullo–.

 Yo me chuté muchas de esas citas-regaños, pero la verdad yo tengo la piel bien gruesa y pues esos golpes me hacían lo que el viento a Juárez. Cuando comenzaba a echarme sus interminables rollos, la ponía en mute en mi cabeza y mi mente partía hacia lugares agradables hasta el momento en que escuchaba el agradable, pero-no-lo-vuelva-a-hacer. Ella se quedaba muy contenta por mi silencio de pseudoarrepentimiento y yo en paz con mi viaje astral a un lugar feliz. Los dos ganamos.

De una manera por demás insólita, un día en medio de una junta de resultados, a la jefa se le ocurrió hablarle -una vez más- de una manera grosera a Oscar y se me hace que ese día el horno no andaba pa’ bollos, de pronto explotó –como siempre- y comenzó a prorrumpir gritos y denuestos.

Digamos de una manera más coloquial que Oscar traía la mecha corta y no aguantó más. Después de gritos y alharacas, la junta terminó de una manera intempestiva.

Ya no se volvió a saber más del tal Oscar. Todo era hermetismo y silencio; claro, era un gerente el que se había ido. Si hubiera sido un empleado cualquiera, hasta la misma dueña habría hecho una serie de comentarios en detrimento de la imagen del acaecido. Pero con Oscar no podía ser así. Ella lo contrató y lo defendió a costa de la falta de resultados por años y estoy seguro que hubiera seguido así mucho tiempo más si no se le hubiera ocurrido explotar. Se volvió personal y pues contra eso no hay cura.

Lo que me queda de aprendizaje son varias cosas: primero, no es necesario sobajar a los demás para conseguir lo que buscamos. Es mejor reconocer los talentos de las personas sin olvidar que somos humanos y por ende, somos perfectibles más no perfectos.

Debemos afrontar los errores propios y de los demás con una caridad cristiana –o de la religión que profeses– donde estemos dispuestos a aceptar una y otra vez que la gente se equivoca, siempre y cuando mostremos –y ese es el otro lado de la moneda– un arrepentimiento autentico y sincero para hacer las cosas mejor.

Finalmente, cuidemos que nuestras palabras sean impecables y siempre lleven un mensaje positivo. Que no salgan de nuestra boca palabras para disminuir, atacar, lastimar o maldecir a las personas. Recuerda Mateo 15:18: «Mas lo que sale de la boca, del corazón sale».

Lectora, Lector Queridos, cuida siempre lo que digas y la manera como lo digas, porque una palabra dicha ya no hay manera de borrarla.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. a 16 de junio de 2020


sábado, 13 de junio de 2020

Piensa lo que te dé la gana


Una de mis convicciones, que procuro promover con harta enjundia a propios y extraños, es la de cuestionar la fuente.

Siempre voy por ahí diciéndole a todo el mundo que no sea tan crédulo y no dé por hecho todo lo que escuche, lea, le cuenten o le chismeen. Antes bien, les sugiero, que intenten llegar al mero origen de la información y sobre todo, que quiten todo lo que cada quien, como teléfono descompuesto, le haya ido añadiendo para hacer la nota más sensacionalista. Nomás lo que es.

Ya hablamos de eso en otro artículo, solo quería recordártelo nomás para que no se te vaya a olvidar.

Ahora quiero hablar de otro dogma de vida y es este: tú eres dueño de tener tu propia opinión sin necesidad de pedir el parecer de nadie.

SI Dios con toda su omnipotencia tomó la decisión de darle libre albedrio a una criaturita tan ínfima como es el hombre, con mucha mayor razón debemos respetar esa decisión divina y ejercer nuestro libre arbitrio sin necesidad de decir siquiera agua va ni mucho menos de pedirle permiso a nadie para pensar de tal o cual manera.

A ver, vamos a desmenuzar esta idea.

No se trata de ir por el mundo regalando nuestra opinión sin que nadie nos la solicite, eso más bien se llama ser imprudente.

Se trata más bien de tomar nuestras propias decisiones basándonos en un esquema racional plagado de nuestras propias convicciones e ideas. Somos seres racionales, salvo unos infames ejemplos, que fuimos creados para alcanzar los más altos ideales, para perseguir la felicidad y la realización en todo lo que emprendamos.

La neta, no vamos a lograr nada de esto si nos convertimos en seres autómatas sin capacidad de libre pensamiento. Conozco algunos casos, cuyos nombres quisiera mencionar pero en una de esas le andan ponchando las llantas al relámpago rojo, que se la pasan pidiendo la opinión a todo mundo. Estoy seguro que es por pereza mental que lo hacen o a lo mejor, al hacerlo de esta manera, evitan la responsabilidad sobre la consecuencia de sus actos. Créanme, son gente especializada en culpar a todo mundo por los errores cometidos (les recomiendo leer mi artículo Mea Culpa, 6 de agosto de 2007) y de evadir la obligación sobre lo que por su acción suceda.

Recuerdo un tiempo, en el que tuve algunas dificultades personales y una persona muy cercana se encargó de ventilar mi vida a toda la gente con la que tenía contacto cercano. Vecinos, parientes, disque amigos, conocidos, todos supieron son lujo de detalle acerca de mi situación. Al principio ni enterado de que ya sabían más de mi vida que yo mismo, entonces se me hacían curiosas las diferentes reacciones que la gente tenía hacia mí.

Había quien se acercaba con palabras de aliento. Otros se acercaban a corroborar lo que les habían contado de mí. El colmo fue una comadre que se acercó a darme un consejo. En ese momento, me cayó el veinte e hice acopio de mi derecho de libre albedrío. Paré en seco a mi comadre y le dije una de mis frases favoritas: pues tú piensa lo que quieras, contra eso no puedo hacer nada y me fui de ahí.

Como yo no podía controlar lo que la gente pensara no me quedó otra que guardar silencio, lo cual ocasionó todavía más especulaciones. Pero eso sí, siempre seguí fiel a mis ideas hasta llegar a puerto seguro.

Como aprendizaje me quedaron varias cosas:

Primero, nunca vamos a tener el control sobre lo que la gente piense acerca de nosotros y lo más maravilloso, ni siquiera es importante. Que piensen lo que quieran.

Segundo, siempre vamos a tener control sobre nuestros pensamientos por lo cual debemos siempre cuidar de mantener nuestro cerebro lleno de cosas que valgan la pena y desechar toda la basura que pudiera llegar a él, eso sí, deséchala tan pronto te llegue porque puede contaminarte. Piensa lo que quieras.

Tercero, si tú no piensas, alguien lo hará por ti. Es la pereza mental al extremo. No pienses lo que no quieras.

Por último, sé autentico en tus pensamientos. No seas la copia de nadie. Tú mismo eres único e irrepetible, ¿Por qué tus ideas deberían ser iguales a las de otro? Aprende a pensar por ti mismo y disfruta de ese proceso. Piensa lo que te dé la gana.

 

Lectora, Lector Queridos, piensa por ti mismo y que la gente piense lo que le dé su gana.

 

El Escribidor

12 de junio de 2020


lunes, 8 de junio de 2020

Un perro viejo


Ya he hablado en otros artículos acerca de la grandeza de Dios y de cómo lleva a cabo sus milagros sin pedir permiso a nadie (Él no tiene jefe) y de la manera más inesperada. Le encanta dar sorpresas y regodearse en las excepciones.

Los humanos en cambio, tenemos la terrible costumbre de querer controlar todo. Es por eso que nos cuesta tanto trabajo adaptarnos a situaciones nuevas que, lejos de representar un reto a nuestra capacidad, nos hacen sentir achicopalados y nos da por amilanarnos y huir.

Queremos controlar nuestra vida, la de nuestros hijos, nuestro presente y nuestro futuro; queremos controlar incluso todas esas cosas que por principio y origen son incontrolables a tal grado que aspectos como la vida y la muerte se vuelven nuestra búsqueda de por vida. Vamos por ahí buscando la manera de no morirnos en lugar de preocuparnos por bien vivir.

Pero eso a Dios le tiene sin cuidado. El hombre dice: la vida promedio del perro es de 15 años, nos preparamos y nos programamos para tener nuestro perro por una década y media.

A Dios le vale un cacahuate nuestros promedios de vida, el otro día me encontré a un anciano caminando por el parque y después de saludarlo me di cuenta que traía dos perros con él. Uno de edad media –se veía joven- y el otro ya muy desvencijado. Le pregunté al dueño que por qué iba tan lento ese perro, a lo que me contestó: -es que ya es muy viejo-. ¿Ah sí?  Pues ¿cuántos años tiene? –veintidós- me contestó. ¡Veintidós! ¿Dónde quedó el promedio que dictó el hombre? Utilizando la estadística creada por el hombre -que dice que por cada año de humano representa siete años de perro- ¡ese perro tendría ciento cincuenta y cuatro años! Por cierto, el perro se llama Guarura.

¡Que Matusalén ni que nada! Eso es lo que yo llamo un perro viejo.

No vayamos muy lejos, estaba el asunto del agujero en la capa de ozono, que por años trabajó el hombre para buscar la manera de que al menos no se hiciera más grande. El hombre quería cerrar ese agujero que él mismo creó. Hagan de cuenta como un niño queriendo pegar las partes rotas de un florero antes de que se entere su mamá. Lo intentó por uno y mil medios y nomás no lo logró.

En cambio, ¿Qué sucedió cuando Dios se involucró? Bastaron unos meses de confinamiento para que el agujero se cerrara. A grandes males, grandes remedios.

Ojo, no estoy diciendo que Dios haya provocado esta pandemia para cerrar el agujero, lo que quiero dar a entender y que espero que así sea, es que en su infinita sabiduría Dios sabe cómo lograr que las cosas, dentro del caos, tomen la forma que más nos convenga como humanidad.

Repito una frase que me encanta: Si Dios quiere que una hoja permanezca, podrá desaparecer el árbol y la hoja permanecerá.

A lo que voy, Lectora, Lector Queridos, es a que pienso que es mucho más conveniente dejar de hacerle al dios. Creo que ha llegado el momento de bajarle a nuestras ínfulas de amos del universo. ¿No nos bastó con un bichito chiquito llamado coronavirus, para darnos cuenta de la pequeñez del hombre? ¿No hemos caído en cuenta en lo insignificantes que somos los humanos comparados con la grandeza del universo? ¿Todavía no caemos en cuenta que muy probablemente fuimos creados con otro fin diferente que sentirnos superiores y especiales cuando en realidad somos tan solo un personaje más de la creación?

No quiero dejar a un lado la enorme inteligencia del hombre y su curiosidad por el mundo que nos rodea. Somos capaces de buscar y encontrar la partícula que da origen a la vida y hasta de encontrar las fronteras del universo.

Pero eso sí, hagámoslo de una manera humilde como quien está esculcando en la bolsa de su Papá, con mucho cuidado y respeto, no vaya a ser que se enoje y nos ponga pintos.

¿Qué les parece si lo que vayamos encontrando lo compartimos entre todos? Y sobre todo, no nos vanagloriemos de nuestro hallazgo y, si encontramos algo que no debemos hurgar, mejor dejémoslo ahí.

Recordemos lo que sucedió con Adán y Eva: pudiendo comer de todos los arboles del huerto, se empeñaron con comer el único que estaba prohibido y pues el resto es historia.

Por último, quiero reiterarles que hay cosas que de plano no podemos controlar. De plano, no nos esforcemos por dominarlas, nada más nos vamos a desgastar y ni vamos a lograr nada. Que les parece si mejor nos enfocamos en aceptarlas y sobrellevarlas, haciendo gala de nuestra capacidad de adaptación y de disfrute.

Les mando un abrazo adaptativo para que nunca olviden que hay alguien que es mucho mejor que todos juntos, Dios.

 

El Escribidor

Monterrey, N.L. 7 de junio de 2020


miércoles, 3 de junio de 2020

Aquí y ahora


Me encontré por ahí un párrafo del libro Golden Day de Robert Burdette que viene a bien para estos tiempos y que dice: «Hay dos días en la semana que nunca me preocupan. Dos días despreocupados, mantenidos religiosamente libres de miedos y temores. Uno de esos días es ayer…y el otro día que no me preocupa es mañana»

Aquí vemos la clave para contrarrestar toda esta neurosis global ocasionada en gran medida por la pandemia y por todos los actores en este juego de dimes y diretes llamado chisme social –léase redes sociales–.  

Por un lado, vivimos preocupados por todas las cosas que dejamos de hacer; o por las cosas que hicimos mal; nos exacerba el coraje por no haber tomado una decisión adecuada y por habernos equivocado. O por habernos equivocado al no tomar una decisión.

Fantasmas del pasado arrebatándonos un presente valiosísimo e irrepetible, impidiéndonos gozar del momento presente.

Y luego aparece la depresión como una factura por cargar con nuestras culpas pasadas.

Eso sí, somos especialistas en el arte de la culpa.

Deporte nacional practicado desde tiempos inmemoriales.

Arraigado en nosotros por nuestros ancestros los cuales dominaban el arte de culpar a otros y sobre todo, de hacernos sentir culpables.

Ratificado por nosotros mismos, blandiendo la culpa como un arma contra los demás tratando de evadir nuestra propia ineficiencia o inmoralidad.

Por otro lado, vivimos preocupados por lo que pueda suceder mañana. Miedos anticipados alimentados por nuestra ignorancia o por nuestra inocencia al creer cuanto informe nos llega sin si quiera cuestionar la fuente.

Calamidades e infortunios imaginarios invaden nuestra tranquilidad y nuestro presente.

Creamos en nuestra mente todo tipo de escenarios apocalípticos y terminamos por creerlos. Ensuciamos una vez más nuestro presente con situaciones irreales.

Entonces aparece el cobro, una angustia desmedida ocasiona en nosotros una ansiedad incontrolable.

Le llaman las enfermedades del siglo XXI: la depresión y la ansiedad. Ambas totalmente psicosomáticas. Ambas totalmente manejables.

Pero no, nos aferramos a creer que de verdad estamos enfermos y nos plagamos de síntomas que nos hacen creer que de verdad estamos enfermos.

Dolores de cabeza, dolores musculares, gastritis, enfermedades de la piel y muchas más aparecen producto del stress, primo hermano de ambas.

Comenzamos la carrera por la salud, asistimos al psiquiatra, al psicólogo, al médico y muchas veces recurrimos hasta con charlatanes para que nos ayuden con nuestros problemas.

Pero la solución es muy simple y está al alcance de nuestras manos. No va a ser fácil pero si somos constantes, lograremos vivir en paz.

La solución consiste en vivir el momento presente. Nada de preocupaciones por lo que pueda pasar ni culpas por lo que pasó. Lo verdaderamente importante es aquí y ahora. Este momento es el más precioso y debemos esforzarnos en vivirlo con una intensidad como si fuera el último momento de nuestro existir.

Vivamos un momento a la vez. Disfrutemos de quienes nos rodean y de lo que nos rodea. Demos gracias a Dios por estar vivos un momento más.

Desechemos todo lo que nos quite la paz y el sosiego.

Recuérdenlo Lectora, Lector Queridos, el momento más importante es el momento que estamos viviendo porque no habrá otro igual.

Para que vivas el momento presente y lo disfrutes al máximo, te mando un abrazo

 

El Escribidor

Monterrey, N.L a 2 de junio de 2020


jueves, 28 de mayo de 2020

El nuevo orden mundial

No sé qué me molesta más, si ver una y otra vez los mismos capítulos de CSI: Miami –que habiendo cientos de ellos, siempre pasan los mismos cinco– o escuchar por todos los medios y redes sociales, una y otra vez las mismas noticias pesimistas y los mismos discursos consoladores.

Tiro por viaje, se presentan diferentes expositores en variadas plataformas y conferencias y como que ya se les acabó la inspiración y no salen de los mismos temas trillados. Que si el Covid; que si la nueva normalidad; que si la crisis económica producto de la pandemia. Total, puros dramas.

El colmo fue escuchar de un tipo que habló del nuevo orden mundial. Inmediatamente vino a mi memoria esa teoría conspirativa que habla que un grupo pequeño de individuos, forrados de lana, que tiene entre sus pendientes crear un gobierno único para llevar las riendas del mundo. Hagan de cuenta como un titiritero manejando con sus manos los hilos de todos los gobiernos del planeta.

Por un momento me emocioné y hasta una lágrima corrió por mi mejilla. Por un momento me imaginé recetándome una disertación original sobre un tema sumamente interesante para mí.

Pero no, el tipo no hablaba para nada de los Illuminati ni de los Masones, hablaba de un nuevo orden para hacer las cosas. Pan con lo mismo.

Quiero proponerles algo a todos los expositores, líderes, padres de familia, sacerdotes, compadres, señoras –si leíste bien, incluí a esa especie tan peligrosa– ¿Cómo ven si de aquí hasta nuevo aviso, nos dedicamos a facilitarnos la vida unos a los otros? ¿Qué tal si ahora en lugar de transmitir noticias desastrosas y desalentadoras, nos damos a la tarea de dictar discursos motivadores? Es más, hasta les acepto que en lugar de pasar noticias negativas, pasen memes o chascarrillos. Se vale.

No estoy hablando de una campaña sensiblera y cursi, me refiero más a mentalizarnos y reprogramarnos para que cada vez que abramos nuestra boca sea para sumar y no para restar.

Escuché en otra video conferencia a un tipo hablando de que de esta crisis deberíamos salir más ágiles, más inteligentes y más esbeltos. Me gustó. Déjenme les platico un poco más. Voy a tratar de dar mi interpretación porque su comentario iba más enfocado a las empresas del nuevo orden mundial.

Una vez que todo esto concluya, o al menos amaine un poco más, un nuevo Yo debería surgir. Se supone que este confinamiento nos ha llevado a realizar actividades nunca antes vistas, mucho menos esperadas y a veces hasta no deseadas. Como dijo el pollo: vamos al grano.

El nuevo Yo debe ser más ágil en el sentido de la urgencia y de la reacción. Individuos más prestos a la acción ante las posibles amenazas futuras y ante una posible nueva adaptación. No significa que solamente debemos esperar desventuras en el futuro, pero también debemos ser ágiles para detectar y aprovechar las oportunidades y a adaptarnos a nuevos tiempos de bonanza.

Más inteligentes, dado que el confinamiento nos hizo explorar áreas de nuestra vida y por ende de nuestro cerebro que normalmente estaban idiotizadas por el tren de vida del confort y del placer. La creatividad se detonó ante los retos que se nos presentaron y nos hizo crear nuevas rutas neuronales y nos hizo crear de maneras nunca antes esperadas. En un tris, nos hicimos más inteligentes y nos reivindicamos con nosotros mismos dando marcha atrás a una vida robotizada de años.

Y finalmente más esbeltos, no solamente en nuestro cuerpo –aplica para la gente que se metió de lleno a hacer ejercicio para cuidar su salud- sino en nuestra vida. Nos dimos cuenta que en realidad no se necesitan tantas cosas superfluas que el consumismo ya nos había convencido que eran necesarias.

Recuerdo alguna vez haber escuchado a una compañera de trabajo decir que le urgía ir a Mc Allen porque necesitaba comprar ropa.

Qué necesidad tan vana. Quizás lo que quería decir en realidad era: mi Yo consumista me insta a comprar ropa y yo no encuentro otra manera de satisfacerlo que obedeciéndolo.

Por ahí hay una frase que me gusta y que se la adjudican a San Francisco de Asís, no me consta que sea de él, pero igual suena románticamente atractiva. Dice: Tengo poco y lo poco que tengo, lo necesito poco.

Deberíamos salir más esbeltos de todo este rollo deshaciéndonos de todo el bagaje que hemos cargado por años. Debemos tirar a la basura rencores, envidias, prejuicios, costumbres, mañas, etc. para salir de verdad más esbeltos internamente.

Me encanta la perspectiva de renacer a una nueva vida social. Pongámonos manos a la obra y estoy seguro que entre todos si andamos haciendo un cambio. ¿Quién dice yo?

Lectora, Lector Queridos, vamos a esforzarnos por salir de este desgarriate más ágiles, inteligentes y esbeltos, yo les echo porras.

 

El Escribidor

Monterrey, Nuevo León a 27 de mayo de 2020


miércoles, 13 de mayo de 2020

La nueva normalidad

Monterrey, N.L. a 12 de mayo de 2020


No sé si ya te platiqué Lectora, Lector Queridos acerca de mi animadversión hacia las mudanzas y los cambios radicales en mi vida. No se trata solo de la resistencia al cambio nada más por molestar, es más que nada una resistencia a tener que adquirir nuevos hábitos y el tener que adaptarme a costumbres nuevas.

Ahora bien, resulta que con esto de la pandemia, todo lo que consideramos «normal» se nos fue por un traste y nuestra vida cayó en el «limbo». De hecho, ya hemos estado hablando de los efectos de la pandemia en nuestras vidas y trabajos y ahora quiero abordar el tema de lo que sucederá cuando todo este teatrito se termine y volvamos a la «normalidad».

Los gringos le llaman a esta nueva realidad «new normal» que se traduce literalmente como la nueva normalidad.

¿Pero qué es en si la nueva normalidad? Pues hagan de cuenta que es como volver a nuestra vida normal pero al estilo del tristemente célebre programa de Big Brother donde siempre las reglas cambian y lo que antes se valía simplemente ya no.

Sé que cuando el gobierno dé el banderazo y nos diga que podemos retomar gradualmente nuestra vida, muchos se van a abalanzar sobre sus viejas costumbres solo para darse de topes contra la pared porque simplemente lo que ahí estaba ya no estará.

Por principio de cuentas, yo creo que se van a encontrar un montón de personas paranoicas que al mínimo estornudo huirán cual gacela asustada; eso sin considerar que de aquí a que el cubre bocas caiga en desuso van a pasar varios meses sino es que años; con decirles que ya hasta diseños de los más variados he visto. El cubre bocas llegó para quedarse, ¡eso sí que sí!

Por otro lado, la gente cambió sus hábitos de consumo y pasó de ser escépticos en la compra en línea a ser firmes creyentes. Descubrieron que no solo es seguro comprar por internet sino también es más práctico, cómodo y sobre todo nos evita el riesgo de contagiarnos de quien sabe cuántas enfermedades, entre ellas el Covid-19.

Otro cambio importante en el humano es la manera como aprende y se capacita.

En el Mundo A.C. (Antes del Covid) nos encantaba atestar las salas de capacitación y hacer eventos multitudinarios y hablar de capacitación por Youtube o alguna tecnología similar, simplemente era de flojera. Bueno en el Mundo D.C. (Después del Covid) seremos capaces de capacitarnos motu proprio y tendremos que ser capaces de controlar nuestros tiempos e incluso automotivarnos. 

Hablando de los negocios, en el Mundo A.C. en trabajar el casa era impensable y sólo las empresas más vanguardistas se daban el lujo de mandar uno o dos días al mes a sus empleados más leales –léase los más amaestrados. La pandemia mostró números fríos: para las empresas, el home office representa enormes ahorros en gastos por insumos, en energía eléctrica, espacios físicos, etc. además de disminuir el ausentismo y el estrés, aumentar la productividad y la lealtad de los empleados teniendo una mejor calidad de vida.

En un Mundo D.C. muy probablemente una parte de la plantilla laboral permanecerá en el esquema Home Office y eso ya no cambiará, esa es la nueva normalidad en el trabajo.

En lo social, en un Mundo D.C. es probable que la tendencia sea la disminución de la asistencia a los lugares públicos pero un aumento en el consumo en lo relacionado a servicios a domicilio, eventos vía internet, una mayor utilización de streaming para música y videos. No creo que los conciertos, la asistencia a los restaurantes o cines vayan a desaparecer, más bien la gente cambiará sus patrones de consumo asistirán pero de una manera más selectiva, eso sí cuidando siempre el distanciamiento social el cual se volverá un hábito para el futuro y más allá.

Por último, en la nueva normalidad, nos vamos a encontrar con gente un poco más amable con su entorno ecológico, un poco más solidaria y sobre todo más consciente de su fragilidad humana y de cómo en cualquier momento, puede suceder algo que cambie su vida y la cambie radicalmente. Creo que aprendimos a planear más en corto sin tanta soberbia. El vivir un día a la vez se volvió un grito de guerra.

La dueña de mis sueños –porque ya no tengo quincenas- se apanicó cuando platicamos de un cuadro sinóptico de gobierno donde indicaba las fechas y la manera como se reactivarían las actividades de la vida diaria porque está preocupada de salir diferente después de la pandemia y siente que no ha avanzado lo suficiente en su transformación. Me dio gusto saber que se preocupa por cambiar porque hay mucha gente que simplemente le vale y será exactamente igual que cuando todo este desbarajuste comenzó. Bien por ella.

Lectora, Lector Queridos, no estoy diciendo que esto ya se terminó, todavía falta, pero eso sí, debemos estar preparados para esta nueva normalidad, nos guste o no.

Te mando un abrazo, que te permita sentirte feliz y confortable en este clima de cambios,

 

El Escribidor


Quema de Libros (Coronavirus parte II)

Siguiendo con este asunto de la pandemia y haciendo sumas y restas, me he dado cuenta de que hemos sufrido de todo tipo de afectaciones. Nos...