Lector
Querido, te advierto que con este artículo busco abrir en tu conciencia una
herida grande y profunda, ojalá que te salga una ampolla muy grande o ya de
perdida, que te de una comezón de aquellas que ni con Caladryl se te pueda calmar.
Para ponernos en
contexto, permíteme comentarte que partiendo del hecho de que seas religioso o
no, puedes llegar a pecar -dañar, afectar, lastimar, molestar, fallar, ignorar-
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Lo
que significa que puedes ir desde la más leve de las afectaciones -el
pensamiento- pasando por la más común y venenosa -la boca- hasta la más
completa, la acción misma.
Pero
existe una manera por demás mediocre, cómoda y tibia de pecar: la omisión, que
no es otra cosa que no hacer nada. Nos quedamos como en stand by ante la
necesidad o problemática del prójimo y es que es más fácil no meterse en
broncas ni complicaciones, al fin y al cabo, tenemos muchas cosas más
importantes que hacer.
Quiero hablar de tres
casos, los tres conllevan una pérdida, los tres tienen soledad, los tres me
hicieron plantearme varias preguntas: ¿y los supuestos amigos? ¿Y las condolencias?
¿Dónde está la solidaridad?
La primera pérdida,
a mi amigo se le murieron su papá y sus amigos el mismo día. Yo ni supe, fue de
esas veces que Dios te lleva a un lugar porque quiere que asistas.
Me
lo encontré y me enteré. Me acerqué a decirle que lo quiero y que ahí estoy
para lo que se le ofrezca. La pérdida ya estaba dada; el corazón ya sufría;
sólo le sobé un poquito.
Mi
amigo estuvo en grupos y más grupos, es especial parroquiales, pero resulta que
ese día, cuando se le ocurrió morirse a su papá, los amigos estaban demasiado
ocupados para asistir al amigo, para soportarlo un poco, para condolerse con
él.
Omisión a todo lo que da!!!! Y los pretextos
sobran: no me llegó el mail, tenía una llamada perdida pero no reconocí el
teléfono, ya lo iba a buscar pero tuve un problema, tengo mucha chamba, me
queda muy lejos. ¿Yamiqué?
La segunda, a un
cuate -me pasó lo que pasó con Mochin, no alcanzamos a ser amigos- que gozaba
de plena salud, una vida promisoria, una familia feliz y próspera, de pronto, le
tocó partir sin decir adiós.
Una
pérdida, como dice la canción: the good die
young (los buenos mueren jóvenes). Una esposa desolada, un hijo
desconcertado.
Mi
amiga, triste a más no poder, perdió a su hermano. ¿Y los demás? ¿Los cientos
de personas que conoció cuando joven? ¿Los amigos de los grupos parroquiales?
La omisión se hizo presente otra vez. ¿Yamiqué?
Por último, una
pérdida de esas que nomás son materiales, a la señora de la limpieza de la
compañía para la que trabajo, le robaron veinte mil pesos de su casa.
A
mí se me hace una cantidad muy respetable, imagínense lo que representa para
una persona que gana apenas arriba del sueldo mínimo. Si no eran los ahorros de
toda su vida, al menos lo eran de una muy buena parte de ella. Y se desahogó
con la gente de la oficina, pensando que depositaba sus penas en gente que la
estimaba. Pero ¿saben qué hizo la gente que escuchó sus lamentos? Se lo
recuerda cada vez que la ve: Todavía tiene los ojos rojos de tanto llorar
Señora, -le dicen- es que no es para menos. O sino dan rienda suelta a su
morbo: ¿Ya sabías que a la señora le robaron? –Con un tono como de vecindad-.
Pero, ¿Alguien se ha acercado a ver cómo le va a hacer la señora para pagar sus
recibos? ¿O con qué va a comer? ¡Para nada! Al fin y al cabo, es la señora de
la limpieza y ya debe estar acostumbrada a esas cosas. ¿yamiqué?
Recuerdo hace unos
días, uno de mis subordinados tuvo una pérdida, se le murió el perro y estaba
muy preocupado porque no sabía cómo iba a decirle a su hija la verdad. Me quedé
pasmado al ver tanta urgencia ante una situación tan trivial. Es que hay de
pérdidas a pérdidas. Para él es el fin del mundo que se muera su mascota pero,
¿y la señora de la limpieza? Esa no es mi bronca.
Justamente ese es
el problema que quiero enfatizar, vivimos ensimismados en nuestro propio
bienestar y nos volvemos egoístas e inmunes al dolor ajeno, a tal grado que
perdemos la noción de las cosas y su verdadera dimensión, olvidamos que como
humanos estamos en niveles de vida y de madurez diferentes y que mientras más
ascendemos, en lo material y lo espiritual, nuestro compromiso con los demás
aumenta. Dios espera más de nosotros mientras más tenemos: Siervo flojo y malo,
te di un talento….
Lector Querido, un
abrazo para que no pases indiferente ante los sufrimientos y necesidades de los
demás,
El Escribidor
Monterrey, N.L. a 6 de Octubre de 2007